La adopción, un proceso del corazón
Por: Vifac | Fuente: vifac.org
Desde el día de la boda los papás sueñan con su hijo, y elaboran una gran novela alrededor de él. En la medida que el embarazo se retrasa, el sueño parece crecer, alimentándose de esa ausencia. Pero, paralelamente, puede aflorar la frustración ante ese deseo no alcanzado. Desengaño que puede transformarse en amargura, cuando los papás creen tener derecho al hijo. Así, junto al noble deseo del hijo, suele surgir cierta desazón frente a otras mamás con hijos, frente a la sociedad en conjunto y -también y dolorosamente mayor- frente a Dios.
Cuando los papás adoptan en estas circunstancias, mirarán al hijo como un medio para poblar el vacío causado por el bebé no nacido. Pretenderán llenar un hueco profundo en su matrimonio…, con gran daño para la criatura adoptada, pues no se le querrá por si misma. La huella del niño soñado durante tanto tiempo será más poderosa, más fuerte, más potente que la realidad del adoptado, y se puede producir un desencuentro entre ambos hijos -el soñado y el real-, con cierto peligro de desencanto. Adoptar no es "conseguir" un hijo para satisfacer las expectativas frustradas de los papás, o entretener a los abuelos. Adoptar es una "forma divina" de recibir al propio hijo.
Esta situación se manifiesta en esas parejas que acuden a un centro de adopción con un listado de las cualidades que debe reunir el hijo que solicitan, como si se encontrasen en una tienda de ropa, exigiendo el color, el tamaño, la marca, incluso el modelo del producto que buscan. Papás que, sintiéndose privados de un amor al que creen tener derecho, buscan satisfacer sus pretensiones, el sueño que han elaborado, la laguna vacía en sus corazones mediante una criatura adoptada. Puede ser que el niño no cumpla esas expectativas, decepcionándose ante esa "criatura" que tienen junto a ellos. O bien, exigiendo durante años a ese hijo que de vida al ideal imaginado por ellos.
El proceso de duelo consiste en "despedir" al niño soñado, que ni siquiera existe en la realidad, y abrirse plenamente al que llegará. Es decir, vivir el proceso de elaborar la pérdida del hijo que no ha llegado, enterrar esa ilusión inexistente. No es dejar de soñar, de desear, sino comenzar a amar al futuro hijo, pero a un niño con unas características propias, suyas, todavía no conocidas. Un bebé que necesariamente será diferente al soñado. Es imperioso despedir al niño "inventado", olvidarse de los sueños anteriores, sin pretender nunca adaptar el nuevo a aquel. El adoptado es otro, real. La adopción no es un proceso para sustituir a un hijo no tenido, sino abrir una puerta para recibir al hijo propio.
Durante la "espera obligada" los papás asegurarán su deseo y amor por su hijo, pues son ellos los protagonistas de cada una de las iniciativas y pasos… La larga espera les confirma que el hijo llegado es el deseado y que esa es la manera mejor -y única- de abrazar al propio hijo.
La espera también adquiere un carácter de afirmación en el tiempo pues lleva a madurar y consolidar la relación papás-hijo que está germinando. Estas exigencias de responsabilidad reafirman en los papás su convicción de amor por el hijo esperado y, de paso, se diluye la posible frivolidad o la idea de estar ejerciendo un acto caritativo.
Los papás adoptivos garantizan algo que no todos los papás biológicos pueden aportar: sus hijos son, ante todo, hijos deseados; y esta expresión, "hijo deseado", tiene suma importancia en la psicología infantil. No garantiza nada, pero supone un principio de afecto que es vital para todo niño, adoptado o biológico.
El deseo de un hijo es un deseo de la pareja, aunque no siempre responda desde el principio a los mismos intereses. Es un proceso de amor, no un acto aislado, pero a lo largo de la espera, en ambos se irá produciendo una evolución uniformadora, que les lleva a convencerse que no son unos papás distintos o especiales, sino que buscan alcanzar a su hijo por un camino diferente. El mencionado proceso de duelo consiste en dejar de planear como se va a sustituir el hijo no tenido y pasar a convencerse de que ese hijo adoptado es propio.
Cuando este proceso se vive correctamente, llegará un momento en el que incluso se olvide que el hijo es adoptado; no como táctica o propósito, ni mucho menos buscando rechazar su origen, sino mediante la aceptación del hijo como propio. No es tanto un proceso intelectual, racional, como afectivo, del corazón.