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¿Hay una libertad verdadera y otra falsa?
De hecho por “libertad” podemos referirnos a cosas diversas.


Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE | Fuente: TeologoResponde.org



Pregunta:

Escuché a un sacerdote en un sermón decir que algunos creen que son libres pero no lo son; en realidad serían esclavos. ¿Cómo es eso? ¿Puede alguien ser esclavo sin saberlo o pensar que es libre y en realidad no ser libre?

Respuesta:

Creo que el sacerdote a quien usted oyó dijo una gran verdad, y por cierto “evangélica”, pues es Jesús quien dijo: Si el Hijo os diere libertad, seréis realmente libres (Jn 8,36). El texto griego de San Juan usa el adverbio óntos, trasladado al latín por vere: “verdaderamente libres”; y el Lexicon Graecum del Nuevo Testamento lo define: “por este vocablo se opone tácitamente una cosa verdadera a otra ficticia, falsa, aparente – una cosa absolutamente cierta a otra dudosa”[1]. Por tanto se afirma –implícitamente al menos– la existencia de una libertad que no es real.

De hecho por “libertad” podemos referirnos a cosas diversas.

Hay (primeramente) una libertad “perversa”: aquella en que uno abusa de su libertad para pecar; se trata, si podemos decirlo así, de “estar liberados –o alejados– de la santidad”.

Hay (en segundo lugar) otra libertad que debe ser llamada “vana” o “ilusoria”; es la libertad de los carnales; los que se creen libres porque no llevan pesadas cadenas de hierro; pero nada dice de las cadenas interiores y morales; es vana porque los hombres creen ser libres porque no ven barrotes o rejas en las ventanas de su habitación, olvidando los cepos y grilletes que esclavizan el corazón con el vicio y el pecado: quien obra el pecado es esclavo del pecado (Jn 8,34).



Finalmente existe una libertad espiritual y verdadera. Es la libertad que da la gracia por la que se carece de los negreros lazos del pecado. Y aún ésta conoce grados:

Puede encontrarse en un estado imperfecto; y tal es la que podemos alcanzar en esta vida; porque aquí, aun viviendo en gracia, la carne lucha contra el espíritu, sin permitirnos realizar todo el bien que queremos: Pues la carne codicia contra el espíritu, y el espíritu contra la carne; como que estas cosas son contrarias entre sí; de manera que no hagáis lo que queréis (Gal 5,17).

Pero puede alcanzarse un estado pleno y perfecto: en la Gloria celestial. Allí se dará lo que dice San Pablo: La misma creación será liberada de la servidumbre (Ro 8,21). Porque allí no habrá ningún mal, nada que incline al mal, nada que oprima. Será la total libertad de la culpa y de la pena; libertad de todo miedo y preocupación.

Esta libertad solo el Hijo la puede dar, porque Él se rebajó anonadándose hasta tomar forma de esclavo (Fil 2,7). Es su esclavitud la que nos ha liberado.

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[1] Cf. Franciscus Zorell, Lexicon Graecum Novi Testamenti, Ed. Pontificio Istituto Biblico, Roma 1990, col. 920

 







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