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El tercer mandamiento de la Iglesia
Comulgar por pascua de resurreccion


Por: Ma. de los Angeles Marreo, Instructora en Sede Lindavista | Fuente: Tiempos de Fe, Anio 2, No. 10 Mayo - Junio 2000



3er. Mandamiento: comulgar por pascua de resurrección. La Iglesia señala este mandamiento por el infinito valor que tiene la Eucaristía para la vida del cristiano.

Discutían entre si los judíos y decían ¿cómo puede este darnos a comer su carne? Jesús les dijo "en verdad, en verdad os digo; si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mí sangre permanece en mí y yo en él. Lo mismo que el Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá" (Jn 6, 51-57).

El precepto de comulgar por Pascua fue instituido desde el año de 1215 en el Concilio de Letrán.

En lo que debemos meditar para comulgar por pascua de resurrección.

La Iglesia quiere que comulguemos en la pascua de la resurrección por­que es la fiesta más importante para nosotros los cristianos, es la que nos recuerda el día en que resucitó Jesu­cristo nuestro redentor.



El centro de la vida de la Iglesia es la Eucaristía, la presencia real de Cristo entre nosotros. La Iglesia une, por ello, los dos acontecimientos centrales para nuestra fe: resurrección y Eucaristía, y promulga un mandamiento que los asocia.

Conviene hacer algunas puntualizaciones:

1. La Eucaristía debe recibirse siempre en estado de gracia. Por ello si existiera pecado mortal, hay obli­gación de acercarse antes a la confe­sión. En condiciones normales no bas­ta la contrición perfecta ni la absolu­ción colectiva.

2. A recibir el cuerpo de Cristo en pascua obliga desde que se hizo la primera co­munión. Debe hacerse en uno de los 50 días de pas­cua. Desde el domingo de resurrección hasta el día de Pentecostés. En México este plazo se amplía por disposición de la Conferencia Episcopal Mexicana des­de el 2 de febrero, fiesta de la presentación del Señor, hasta el 16 de julio, día de la virgen del Carmen.

3. Debe recibirse siempre el sacramento de la Eucaristía después de haber guardado el ayu­no eucarístico. El ayuno eucarístico es un período de preparación espiritual y corporal para recibir el cuerpo de Cristo. Se debe permanecer sin tomar ningún alimento ni be­bida, excluida el agua o las medicinas una hora antes de recibir la comunión. Este precepto no obliga a los enfermos o a las personas de avanzada edad.



4. La comunión se debe recibir preferentemente durante la misa, ya que así se prepara mejor el espíritu, se crean las disposiciones más convenientes para aprovechar intensamente esa gracia.

5. Igual que se hablaba de la confesión frecuente, se puede decir que aunque la Iglesia sólo pide, comulgar en la pascua de resu­rrección, sin em­bargo es muy re­comendable la comunión frecuente como un medio seguro para crecer en la amistad con Je­sucristo y en la santidad.

Es una fuente de gracia y de con­suelo muy grande para el alma humil­de y sencilla que se acerca con rectas disposiciones a aprovechar este ma­ravilloso don de Dios, que nos vuelve a entregar a su Hijo amantísimo en cada comunión.

En lo que debemos meditar para comulgar frecuentemente.

Si meditamos en que nuestro señor Jesucristo instituyo la sagrada Euca­ristía, no solamente con el fin de que­darse con nosotros sino también para servir de alimento a nuestra alma, si pensamos que en nada como en la sagrada Eucaris­tía podemos en­contrar la fuerza necesaria para ser cada vez me­jores cristianos.

Meditemos en el sacrificio, en el anonadamiento tan grande que signi­fica para la segunda persona de la Santísima Trinidad haberse hecho no simplemente hombre, como se hizo para redimirnos, sino haberse hecho pan para santificarnos; y sepamos co­rresponder a este sacrificio infinito re­cibiendo cada vez con más frecuencia y mejor la sagrada Eucaristía.

Ciertamente que la comunión dia­ria no depende solamente de nuestra voluntad. Ella es una gracia que sólo el cielo puede darnos, la mejor de todos ellas sobre la tierra; pero Dios no sa­brá negársela a quien se la pida fervo­rosa e insistentemente.

Oración para después de comulgar

Toma, Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y mi voluntad, todo mi haber y poseer. Tú me lo diste, a ti, Señor; lo torno. Todo es tuyo. Dispón de mí según tu voluntad. Dame tu amor y gracia, que esto me basta.







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