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La «misericordia» en Las Confesiones de san Agustín.

Una palabra en la que no cabe la Desesperanza
Un comentario humanístico-espiritual basado en el análisis de la palabra «misericordia» en Las Confesiones


Por: Luis F. Hernández, LC | Fuente: Revista In Formarse / Información y Cultura humanista No.54



Este es el título de una de las obras más famosas de la historia. San Agustín ha influido en muchos autores y ha tenido la fortuna de encontrar grandes lectores como san Anselmo, pasando por san Alberto Magno y santo Tomás, Petrarca, Lutero, Pascal, Malebranche, Rousseau.

Las Confesiones son, como el título lo insinúa, una obra donde el santo obispo descubre su alma y la acción de Dios en su vida hasta sus treintaitrés años aproximadamente. En ellas narra su infancia, adolescencia, sus estudios y reflexiones, su búsqueda de la verdad y su conversión a la fe cristiana.

Ya desde la primera línea se puede entender que sus confesiones tienen, en efecto, un destinatario muy particular, Dios mismo: Grande eres, Señor, y muy digno de alabanza: grande es tu poder y tu sabiduría no tiene límites. Y el homre desea alabarte, siendo una parte de tu creación; el hombre, que lleva a todas partes su ser mortal, que lleva consigo el testimonio de su pecado y su propio testimonio, porque tú resistes a los soberbios; y, sin embargo, el hombre, que es una parcela de tu creación, te quiere alabar”.

Este inicio, que hace eco de varios salmos de la Escritura, enuncia los grandes temas que tratará el santo obispo de Hipona: quiere alabar a Dios, manifestándole sus límites y confesándole su pecado. No es mera casualidad que san Agustín haya titulado así Las Confesiones, pues la palabra «confesar» (confiteri en latín) aparece numerosas veces a lo largo del libro, noventa veces, para ser precisos.



Cabe entonces preguntarnos por qué no las llamó más bien Las Misericordias, dado que la palabra «misericordia» aparece el mismo número de veces que el verbo «confesar». Entre los dos términos hay una clara relación: a noventa confesiones corresponden noventa manifestaciones de misericordia.

Este breve artículo se propone descubrir lo que se oculta tras esta feliz coincidencia en los términos. Descartamos obviamente la suposición de que san Agustín lo haya trazado así desde el inicio. Más bien, hemos de aguzar el oído del espíritu y afinar nuestra capacidad de análisis para interpretar con fidelidad la obra de la misericordia en Las Confesiones de san Agustín.

 

Una autobiografía en forma de oración

Las Confesiones, escritas entre el 397 y el 401 d. C., son uno de los primeros libros autobiográficos de la literatura universal. Libros que tienden a la introspección del autor sobre sí mismo los había ya en épocas anteriores a san Agustín, como las Meditaciones del emperador Marco Aurelio, escritas a finales del s. II d. C. Pero hay una gran diferencia en la introspección de san Agustín, porque Las Confesiones se presentan como un diálogo con Dios y con los hombres que leerán su obra: He aquí que amas la verdad, porque quien la vive, viene a la luz. Yo quiero vivirla en mi corazón confesándome delante de ti y, por otra parte, delante de muchos testigos con mi escritura.



Este toque de fe hace de Las Confesiones un escrito único, porque san Agustín se atreve a manifestar su vida anterior al Dios que lo conoce profundamente. Le dice a Dios: «Y ante ti, Señor, para cuyos ojos permanece desnudo el abismo de la conciencia humana, ¿qué habría de oculto en mí, aunque no quisiera confesártelo? Te encubriría sin que te viera, y no yo sin que me vieras».

San Agustín no es nada ingenuo y se da cuenta de que bastaría comunicarle a Dios su propio arrepentimiento, sin necesidad de divulgar su vida a los cuatro vientos y, por eso, exclama con algo de chispa: «Entonces, ¿qué tienen que ver los hombres conmigo, como si, por escuchar mis confesiones, fueran a sanar ellos todas mis debilidades?». La mente aguda de san Agustín reconoce que, aunque se confiese, sus lectores no podrían ni siquiera estar seguros de que les está contando toda la verdad. Y aquí está precisamente el toque de fe ingeniosa y de genio creyente de este santo obispo: él va a confesar su vida a Dios, para que los demás oigan, aunque no puedan saber con certeza si dice la verdad o no; pero está seguro de que la caridad, que es un don divino, les abrirá los oídos, para que así puedan creer a este obispo que confiesa su propia miseria humana. En esta autobiografía que san Agustín teje con aguja humana e hilo divino, el papel de la misericordia es central, porque sus palabras están dirigidas al Dios que le puede sanar, pero también a todos nosotros, que podemos hallar la esperanza de ser sanados:

“Pues las confesiones de mis males pasados, que tú perdonaste y cubriste [...], cuando son leídas y escuchadas, enardecen el corazón [del que escucha], para que no se duerma en la desesperación y diga: «¡No puedo!»; sino que se mantenga despierto en el amor de tu misericordia y en la dulzura de tu gracia, por la que todo hombre débil es poderoso, siendo consciente, gracias a ella, de su propia debilidad”.

La oración que san Agustín comenzó con una alabanza a Dios se concluye en el libro XIII con esta petición: «Que se te suplique, que en ti se busque, que a ti se llame; así y solo así se recibirá, se encontrará y se nos abrirá». Y esta larga oración de Las Confesiones concluye con un breve «Amen», máxima prueba de que se trata de una oración profundamente cristiana.

 

La fuente de la misericordia

Hemos ya aclarado que la palabra «misericordia» y «misericors» se encuentran noventa veces en el texto de Las Confesiones. Pero cabe hacerse la pregunta si estas palabras fueron utilizadas antes de san Agustín por otros autores que no fueran cristianos. La respuesta es afirmativa. Por ejemplo, en las obras completas de Cicerón (69 obras, sin contar los fragmentos) aparecen 162 veces. Y eso que Cicerón es el autor que más las usa. Por tanto, los autores paganos también conocían y usaban las palabras «misericordia/misericors», pero el uso de estos dos términos es mucho más frecuente en la Biblia y en los autores cristianos. A modo de ejemplo, basta constatar que la frecuencia de estas dos palabras en las obras enteras del santo de Hipona supera al uso que hacen de ellas los 362 autores juntos del corpus del Packard Humanities Institute (que contiene  básicamente todos los textos latinos anteriores al 200 d. C.).

La primera observación que podemos hacer sobre estos datos un poco técnicos es que no se trata de un simple conteo de palabras, sino que los cristianos usan más estos dos términos, porque tienen para ellos un significado mucho más profundo que para los autores no cristianos, que usaban la misma lengua, pero no tenían la misma fe. Hay algunos datos interesantes que nos falta por destacar. La mayoría de los textos bíblicos que cita nuestro santo en Las Confesiones provienen de los salmos. San Agustín cita más de 500 veces los salmos. Y los salmos son el libro de la Biblia que contiene más veces la palabra misericordia y misericordioso (el 33% del total en la versión de la Vulgata). ¡Vaya coincidencia!

Esto significa que, si comparásemos los textos bíblicos que se refieren a la misericordia con una diana, el libro de los salmos estaría situado al centro de la misma. San Agustín en sus Confesiones acierta justo al centro. Esta sintonía entre los salmos y san Agustín no es casual. San Agustín usa muchísimo citas bíblicas en todas las páginas de Las Confesiones. Se diría casi que su autobiografía es una mezcla entre los hechos de su vida y múltiples citas de la Biblia. Pero dentro de la Biblia hay libros que cita con más frecuencia, como los salmos, los evangelios y las cartas de san Pablo. Por lo tanto, nuestra segunda observación es que la importancia de la misericordia en esta obra brota de las raíces de la Palabra de Dios y especialmente de los salmos.

Por ejemplo, san Agustín toma prestadas las palabras del salmo 58 en diversos pasajes: «Dios mío, misericordia mía». Y esta es la cita sobre la misericordia que más se repite (cinco veces). Obviamente pudo haber escogido otra cita, pero el hecho de que sea esta, donde Dios es llamado «misericordia mía», no deja lugar a dudas sobre el lugar íntimo que ocupa la misericordia en el alma de este obispo del África. Está claro que la fuente de la misericordia en esta obra es la Palabra de Dios. Pero, podemos preguntarnos legítimamente si simplemente está repitiendo citas de la Biblia o si más bien ha hecho suya esta palabra, porque refleja una experiencia personal.

Hay sin duda un toque personal. Y hay varias pruebas de ello, incluso a nivel textual. Hay dos expresiones sobre Dios que son totalmente originales en san Agustín: cuando habla de cómo lo ha tratado Dios «con mano misericordiosísima»; y cuando llama a Dios «fuente de las misericordias». El uso del superlativo «misericordiosísimo» (un poco raro en español) es de san Agustín, porque la Biblia Vulgata no lo usa para nada. Es interesante notar que cuando el diccionario más autorizado en latín (el Lexicon Totius Latinitatis) cita un escritor de autoridad que haya utilizado este superlativo cita precisamente a san Agustín. Este breve análisis de los términos «misericors/misericordia» en Las Confesiones nos permite tener una base firme con la cual descubrir la autenticidad y resonancia que tenían para su autor. A fin de cuentas, la fuente de la misericordia para san Agustín es Dios mismo, como nos dejan entrever los datos apenas expuestos. Pero sería un poco pobre quedarse con estas reflexiones solo textuales. San Agustín nos ha dejado en Las Confesiones y en otros escritos varias pistas para entender el profundo impacto que tuvo la misericordia de Dios en su vida.

 

La miseria, la misericordia y la esperanza

San Agustín nos ha dejado en un sermón (358/A) una explicación etimológica de la «misericordia»: No es sino una cierta miseria del corazón que uno arrastra. Fue llamada misericordia por el dolor del miserable: ambas palabras están allí contenidas, tanto la miseria, como el corazón [cor en latín]. Por tanto, cuando la miseria ajena toca y golpea tu corazón, se llama «misericordia». Esta sencilla explicación aplicada a Dios significa que la “misericordia divina” se da cuando nuestra miseria toca y golpea el corazón de Dios. No es poca cosa. Pero el tema no se agota allí. Hemos dicho que el salmo 58 es el más citado por nuestro autor en relación con la misericordia. Pues bien, san Agustín nos ha dejado dos comentarios a este salmo. De hecho, una prueba del cariño especial por los salmos es que los comentó todos. Al salmo 58 le dedica, como hemos dicho, dos comentarios. Y en la segunda explicación que hace del salmo 58 leemos: En fin, [el salmista] considerando todos los bienes que podemos tener de cualquier tipo en la vida, en la sociedad, en la compañía de otros, en la fe, en la esperanza, en la caridad, en las buenas costumbres, en el temor de Dios, considerando que todo proviene de los dones [de Dios], concluye así: Dios mío, misericordia mía. Estando ya rebosando de los dones de Dios, no haya con qué nombre llamarlo sino como ‘su misericordia’. ¡Oh nombre, bajo cuyo resguardo nadie puede perder la esperanza!

 

Para nuestro autor la misericordia estaba íntimamente relacionada con la esperanza. De hecho, cuando se pregunta con qué fruto comparte sus confesiones con otros, le dice a Dios: ¿Con qué fruto, Señor mío, con quien mi conciencia se confiesa diariamente, estando más segura en la esperanza de tu misericordia que en su propia inocencia; con qué fruto, dime, me confieso también delante de los hombres a través de este escrito...?

 

Otros dos textos confirman el papel fundamental de la esperanza en Las Confesiones. Se trata de la petición que hace san Agustín a sus lectores para que recen por su madre difunta, santa Mónica. Y recuerda lo que escribió san Pablo en la carta a los romanos: «me compadeceré de quien me compadezca y me apiadaré de quien me apiade». Luego, cuando comenta su propia vida, se atreve a añadir una palabra al inicio de esta misma frase –la palabra altius en latín– y así abre un gran horizonte: «Te compadecerás más profundamente de quien te hayas compadecido y le darás misericordia a aquel del que la hayas ya tenido». Parece, entonces, que la misericordia de Dios aumenta en cada ocasión que Él la actúa.

Y, por eso, la misericordia divina es motivo de profunda esperanza, porque, siguiendo el segundo comentario al salmo 58, ninguno de los que se ampare en ella tiene derecho a la desesperanza.

Conclusión

Hemos visto que Las Confesiones son un libro del todo particular. Una oración en forma de autobiografía y, a la vez, una autobiografía literaria en forma de oración. Nuestro artículo ha intentado sugerir una nueva clave de lectura de este libro de insondable profundidad y de profunda intimidad, que puede ser leído con tan diversos enfoques.

 

La clave de lectura que proponemos es la misericordia vista desde la esperanza. Lo resumimos así: nuestra miseria solo es superada por nuestra esperanza y nuestra esperanza solo es sostenida por la misericordia de Dios; por tanto, la misericordia de Dios es la única esperanza para nuestra miseria. Esa es la grande lección de Las Confesiones desde la óptica de la misericordia. Queda en las manos del lector tomar el libro de Las Confesiones y zambullirse en él. La lectura de este gran libro es siempre algo muy personal, tanto, que ni siquiera el primer biógrafo de san Agustín –Posidio, que era africano y fue también obispo– se atrevió a tratar lo que su obispo y amigo ya había contado en su autobiografía: «Nec attingam ea omnia insinuare, quae idem beatissimus Augustinus in suis Confessionum libris de semetipso [...] designavit».

Dice Posidio: «Ni trataré de esbozar si quiera todo lo que el mismo san Agustín confesó en sus libros de Las Confesiones sobre sí mismo»; pues leer Las Confesiones es leer el alma de san Agustín.







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