La vida consagrada en la Nueva Evangelizacion
Por: Lic. Martha Mijangos, Directora de la sede en Mexico del Instituto Superior de Ciencias Religiosas Regina Apostolorum | Fuente: Tiempos de Fe, Anio 2 No. 12, Septiembre - Octubre 2000
El más grande don que he recibido en esta vida, después de la fe, es mi vocación. Por gracia de Dios he vivido ya la mayor parte de mi vida consagrada al Señor y cada día me entusiasma más mi consagración. Por esta razón me da mucho gusto estar aquí con ustedes para reflexionar sobre La vida consagrada en la Nueva Evangelización.
Comencemos definiendo o mejor, explicando qué es la vida de consagración. Creo que es importante precisar cuál es la identidad del consagrado porque el hedonismo, tan impregnado hoy en la sociedad, y el erotismo que caracterizan nuestra cultura, tienen un concepto negativo de la vida consagrada, de la consagración virginal. Podríamos decir que implícitamente hay un rechazo de la vida consagrada. Si no, veamos los contenidos de las canciones, de muchas películas, de muchas telenovelas, no vayamos más lejos: de anuncios; y comprenderemos que efectivamente hay un rechazo implícito de la vida de consagración.
Todos los aquí presentes, incluyéndonos los consagrados, somos hijos de esta cultura, nos vemos influenciados por esta cultura en la que vivimos inmersos, de la cual somos parte, pertenecemos a esta sociedad secularizada, por eso necesitamos estar recordando constantemente, cuál es la identidad del consagrado.
¿Qué es pues, la vida de consagración?
¿Qué es lo que la define?
Dejemos que nos responda el Vaticano II. En el decreto sobre la adecuada renovación de la Vida Religiosa, nos dice: "Ya desde el comienzo de la Iglesia, hubo hombres y mujeres que por la práctica de los consejos evangélicos, se propusieron seguir a Cristo con más libertad e imitarlo más de cerca, y cada uno a su manera, por inspiración del Espíritu Santo llevaron una vida consagrada a Dios ..." Y más adelante, en este mismo documento leemos: "Todos lo que son llamados por Dios a la práctica de los consejos evangélicos y los que profesan fielmente se consagran de modo particular a Dios siguiendo a Cristo, que virgen y pobre por su obediencia hasta la muerte de cruz, revivió y santificó a los hombres" (PC n. 1).
Así, movidos por la caridad que el Espíritu Santo derrama en sus corazones viven más y más para Cristo y su cuerpo que es la Iglesia. Ahora bien, cuanto más fervientemente se unen a Cristo por esa donación de sí mismos que abarca la vida entera, tanto más veraz se hace la vida de la Iglesia y más vigorosamente se funda su apostolado". Aquí está pues el verdadero sentido de la vida de consagración: vivir por libre elección, siguiendo la inspiración del Espíritu Santo -porque la vocación la da Dios y no nos la inventamos- para Cristo y para la Iglesia.
Y díganme si no, con cuánta frecuencia se ve a la vida consagrada reducida a conceptos vacíos de contenido; se le entiende muchas veces como mera continencia de apetitos afectivos, como una vejación de la propia libertad; cuando de hecho, es una realidad muy rica: despojo voluntario de sí, para dar cabida a Dios y al prójimo, forma extraordinaria y perfecta de realización personal, tierra de encuentro de las almas con Dios, testimonio de una vida que anuncia ya el Reino de los Cielos, camino de realización personal, como nos dice la Lumen Gentium: "La profesión de los consejos evangélicos, aunque implica la renuncia de bienes, que indudablemente han de ser estimados en mucho, no es sin embargo un impedimento para el verdadero desarrollo de la persona humana..."
Y más adelante continúa: "...y nadie piense que los consagrados son extraños a los hombres o inútiles para la sociedad terrena están llamados a prestar el más importante de los servicios: el servicio de la salvación, el servicio de la redención. La renuncia que implica la vida consagrada solamente es un requisito. Lo importante de la vida consagrada es la opción por el mayor amor, la opción por Jesucristo y la opción por tan alta misión: la redención de la humanidad, colaborar con la Iglesia en la evangelización en la salvación de las almas."
Así pues, vernos que lo que causa la vida consagrada no es precisamente el que me atraiga el celibato, el que quiera yo vivir célibe toda la vida porque renuncio al matrimonio, no me atrae el matrimonio; no es eso lo que causa la vida consagrada, tampoco el adquirir un mayor mérito a los ojos de Dios; a los ojos de Dios adquirimos méritos realizando su santísima voluntad en la vocación a la que nos llame; ni la posibilidad de una mayor eficacia apostólica.
¡Cuántos casados realizan extraordinariamente bien su apostolado! ¡Cuántos se dedican! Y para muestra un botón: aquí en este Congreso, en esta Semana de Estudio tenemos a muchos casados que están totalmente dedicados a la Evangelización. Por lo mismo no es una mayor eficacia apostólica lo que lleva a la persona a optar por una vida de consagración.
Como ya decía, la razón más profunda de la vida consagrada es Jesucristo, la fe en Él; es decir, ese amor que exige abandonarlo todo: casa, estilo ordinario de vida, gustos personales, etcétera, para seguir a Jesucristo y para estar con Él.
San Marcos escribe. "Llamó a doce para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar"(3,14). Ese el núcleo de la vida consagrada: Estar con Jesucristo, continuar la misión de Jesucristo. A esto ha sido llamado el consagrado, a hacer de Cristo lo único necesario y a predicar, es decir a evangelizar como una consecuencia de este haber optado por Cristo como lo único necesario. Su vocación es amar a Cristo con totalidad y exclusividad; y su misión, que se desprende de este amor, de esta elección: la Nueva Evangelización.
Precisemos ahora el concepto "Nueva Evangelización"
En la exhortación postsinodal Eclesia in America, Juan Pablo II nos dice: "La tarea fundamental a la que Jesús envía a sus discípulos es el anuncio de la Buena Nueva, es decir, la Evangelización; de ahí que evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Como he manifestado en otras ocasiones la singular novedad de la situación en la que el mundo y la Iglesia se encuentran a la puerta del tercer milenio y las exigencias que de ello se deriven, hacen que la misión evangelizadora requiera hoy un programa también nuevo, que puede definirse en su conjunto como Nueva Evangelización." Y unos renglones más adelante añade: "El núcleo vital de la Nueva Evangelización ha de ser el anuncio claro e inequívoco de la persona de Jesucristo; es decir, el anuncio de su nombre de su doctrina, de su vida, de sus promesas y del reino que Él nos ha conquistado a través de su misterio pascual. El anuncio de Jesucristo, rostro humano de Dios y rostro divino del hombre es el que realmente sacude a los hombres, despierta y transforma sus ánimos; es decir, los convierte."
De esta manera, con la palabras de Su Santidad constatamos que los contenidos de la Nueva Evangelización son los mismos; el mensaje de la Iglesia no cambia, es el mismo, el mensaje de la Iglesia es siempre una persona: Jesucristo. El Santo Padre nos invita a renovar los métodos, los sistemas de trabajo, pero el con tenido del mensaje sigue y será siendo siempre el mismo una persona: Jesucristo.
Así, habiendo clarificado el significado de la vida consagrada, su función en la vida de la Iglesia, y habiendo recordado el núcleo fundamental de la Nueva Evangelización, veamos ahora el papel tan importante que los consagrados y consagradas estamos llamados a desempeñar en la Nueva Evangelización. Me referiré ahora al pensamiento de Su Santidad, Juan Pablo II sobre la vida consagrada, expuesto en la exhortación postsinodal Vita Consecrata.
En este documento, el Santo Padre comienza hablándonos del primer cometido evangelizador del consagrado, es decir, de su prioridad en la tarea de evangelizar, y nos dice que su prioridad es su propia persona y que la lleva a cabo abriendo el propio corazón a la acción del Espíritu Santo; es decir, lo primero que tiene que hacer el consagrado es autoevangelizarse y esto abriendo su corazón a la acción del Espíritu Santo.
"Los consagrados evangelizarán ante todo profundizando continuamente en la conciencia de haber sido llamados y escogidos por Dios: "No me habéis escogido vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros". El consagrado tiene que tomar esa clara conciencia de que es Cristo quien lo ha elegido, es Cristo quien lo ha llamado y que hacia Él debe orientar toda su vida, ofrecer todo lo que es y todo lo que tiene, liberándose de todos los impedimentos que pudieran frenar la total respuesta de amor a Jesucristo. De esta manera, solamente así, el consagrado llegará a ser un signo verdadero de Cristo en el mundo. Su estilo de vida debe transparentar el ideal que profesa, signo vivo de Dios, elocuente, aunque con frecuencia, silenciosa predicación del Evangelio. Su virginidad anuncia en esta vida la resurrección futura y la gloria del reino de los cielos; anticipa el mundo definitivo, que ya desde ahora actúa y transforma al hombre en su totalidad. Es decir, el consagrado tiene que hablar de la otra vida, esa vida a la que todos nos dirigimos.
Para entender esto más claramente, nos puede ayudar recordar aquel pasaje del Evangelio en que los saduceos le vienen a preguntar a Jesucristo proponiéndole aquel caso de la mujer que se casó con siete hermanos; eran siete hermanos, dice el Evangelio, una mujer se casó con el mayor de ellos, quien murió sin dejar descendencia. La Ley mandaba que cuando esto ocurría, el hermano siguiente la tomara por esposa para darle descendencia y así, esta mujer vino casándose uno a uno con todos los hermanos porque iban falleciendo sin dejar descendencia. Entonces, le plantean la cuestión a Jesucristo: "Al final de los tiempos, ¿de quién de todos los hermanos será mujer?" Y, ¿qué les responde Jesucristo en el Evangelio?: "En la otra vida serán como los ángeles, no se casarán." Precisamente este es el testimonio que está llamado a dar el consagrado, anunciar esta vida a la que todos estamos llamados, la vida futura.
Por otra parte, la consagración es camino privilegiado de santidad, tanto por la eficacia y la riqueza de los medios con que cuenta para ello, como por el empeño particular de quienes lo abrazan. Los consagrados nos convertimos, por así decirlo, en los profesionales de la santidad. Es cierto que todos estamos llamados a ser santos, pero por vocación los consagrados nos concentramos, nos dedicamos a buscar la santidad en la imitación de Jesucristo, y ese es otro de los grandes servicios que viene a prestar la Iglesia, él con su testimonio recordar, testimoniar, que ese es el fin de nuestra vida: santificarnos en la imitación de Jesucristo.
La vida religiosa en la Iglesia
La Iglesia es esencialmente misterio de comunión. La vida fraterna en la que se desarrolla la vida consagrada, se configura como espacio humano habitado por la Trinidad, la persona consagrada vive para Dios y de Dios; por eso, puede proclamar el poder reconciliador de la gracia, que destruye las fuerzas disgregadoras que se encuentran en el corazón humano y en las relaciones sociales.
Los consagrados también estamos llamados a ser testimonios vivos de amor. Cristo nos dijo en el Evangelio: "Un nuevo mandamiento os doy, que os améis los unos a los otros...". Quienes sino las comunidades, los equipos de consagrados y consagradas deben ser los primeros en hacer realidad el amor que Cristo nos pide. Los consagrados también estamos llamados a ser los profesionales en el amor. Creo que aquí cabría, mencionar aquella frase que se lee en algunas tarjetas: "Ténganme paciencia que Dios todavía no ha terminado su obra conmigo". Esas tarjetas las podríamos llevar colgadas los consagrados porque ciertamente están llamados a esto, estas son exigencias de su vocación; pero, el crecimiento en el amor es un proceso, no por el mero hecho de consagrarnos ya vamos a ser testimonios vivos de santidad, testimonios vivos de amor. Les paso al costo esta idea, que al menos a mí me alienta mucho: lo que las demás personas pueden exigir a los consagrados es que nos mantengamos esforzándonos por ser lo que debemos ser, que no esperen que seamos testimonios acabados. Que nos exijan vivir esforzándonos, vivir luchando por darles el testimonio que estamos llamados a darles.
La fuerza del consagrado está en su interior, no hay otra, no hay otra solución. Esta verdad, me refiero a la verdad de que la fuerza de la persona misma está en su interior, es un descubrimiento de la modernidad, con frecuencia se expone en cursos de ejecutivos, de desarrollo humano, y quien sabe cuántos cursos más. Y esta verdad la ha sabido la Iglesia, la ha predicado la Iglesia desde siempre. Es difícil evangelizar; el establecimiento del Reino de los Cielos en el mundo es tarea ardua. Querer vivir una vida consagrada sin vida interior, es como querer conducir un coche sin gasolina. Un alma consagrada sin vida interior, podemos compararla con una fuente sin agua, un día sin sol. Esta es la tarea prioritaria del consagrado en la Nueva Evangelización: su vida interior; hacer de su vida interior, esa fuente de la que dimane toda su actividad apostólica, todo su amor a las almas, toda su entrega por la salvación de la humanidad.
Ser lo que debe ser: tierra de encuentro de las almas con Dios testimonio de una vida que anuncia el Reino de los Cielos. Su único por qué y para qué, debe ser Jesucristo. Si los consagrados viviéramos esta realidad que distinta sería la situación de las vocaciones, verían cuántas vocaciones nos llegarían a cada uno de los Institutos, a cada uno de los movimientos, porque lo que el mundo necesita es testimonio: "Tu testimonio habla tan fuerte que me impide escuchar tus palabras. Seamos lo que debemos ser y lo demás... por añadidura.
Siguiendo la línea del documento, Vita Consecrata, luego de precisar lo prioritario para el consagrado en la Nueva Evangelización, establece dos premisas.
Conciencia del sentido teológico de nuestro tiempo
Una, nos dice: "La Nueva Evangelización exige de los consagrados una plena conciencia del sentido teológico de nuestro tiempo; debe ser capaz de interpretar los signos de los tiempos, atender a las necesidades de los tiempos que llegaron, acercarse a las diferentes culturas. Pero toda la audacia con la que debe anunciar al Señor Jesús, debe estar acompañada de la confianza en la acción de la providencia, que actúa en el mundo y que hace que todas las cosas, incluso los fracasos del hombre, contribuyan al bien de la Iglesia."
Ciertamente, tenemos que actualizamos, pero de la mano de la fe, de la confianza en Dios, atribuyendo toda la eficacia a la acción de Dios, que hace concurrir todas las cosa, incluso los fracasos para el bien de los que ama, para el bien del Reino de los cielos. Y por su puesto que todo esto supone una férrea preparación personal, dosis de maduro discernimiento, adhesión fiel a los indispensables criterios de ortodoxia doctrinal, a la autenticidad y comunión eclesial.
Fidelidad al carisma
El segundo axioma es la siguiente: "Para una provechosa intervención de los institutos de vida consagrada en el proceso de la Nueva Evangelización, es fundamental la fidelidad al carisma fundacional, la comunión con todos aquellos que en la Iglesia están comprometidos en la misma empresa, especialmente con el Papa y los Obispos en comunión con él, y la cooperación de todos los hombres de buena voluntad."
Ahí tienen pues, por un lado la prioridad: autoevangelizarse; por otro lado, dos premisas: una, actualizarse, pero de la mano de la confianza en Dios, y poniendo toda la eficacia en el poder de la acción de Dios; y dos, fidelidad al carisma fundacional, a la comunión con la Iglesia -especialmente con el Papa y a los Obispos en comunión con él- su incorporación entre todos los que trabajamos en el vasto campo de la Iglesia.
Así podemos concluir: Los consagrados, en virtud de su vocación específica, están llamados a manifestar la unidad entre autoevangelización y testimonio, entre renovación interior y apostólica, y ser y actuar; poniendo de relieve, que el dinamismo deriva siempre del primer elemento del binomio; es decir, el dinamismo apostólico debe ser consecuencia de la autoevangelización, de la renovación interior, de la vida interior, de la unión con Dios.
Los retos de la vida consagrada en la Nueva Evangelización.
Estos retos son los que se le plantean a la Iglesia en la historia del momento que estamos viviendo y son los siguientes:
Clarificar y dar testimonio del profundo significado antropológico de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia. El reto es, decir de qué manera ayuda a realizar a la persona la vivencia de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia. Los consejos evangélicos no han de ser considerados como una negación de los valores inherentes a la sexualidad, a los legítimos deseos de disponer de los bienes materiales, y de decidir autónomamente de sí mismo. Estas inclinaciones son buenas en sí mismas; la criatura humana, es decir, la persona humana, no obstante, al estar debilitada por el pecado original, corre el peligro de secundar estar inclinaciones de manera desordenada. La profesión de los consejos evangélicos, supone una voz de alerta para no infravalorar la herida producida por el pecado original, que aun afirmando el valor de los bienes creados, los relativiza presentando a Dios como el Bien Absoluto.
La vida consagrada reconoce el valor de los bienes creados, pero los pone en su lugar, los relativiza y deja ver claramente que el absoluto sólo es Dios. Tal es el reto de la castidad consagrada: ante el hedonismo actual, el testimonio de castidad virginal, es algo indispensable -que por otra parte, es casi inconcebible en nuestro mundo-
Este testimonio, lo ofrece el consagrado para manifestar que el amor de Dios puede obrar grandes cosas, precisamente en las vicisitudes del amor humano; se trata de satisfacer una creciente necesidad de transparencia interior en las relaciones humanas.
El reto de la castidad consagrada
Recuerdo que en mis primeros años de trabajo como consagrada, estando en un colegio, acostumbramos nosotras recibir a los alumnos a las puertas del colegio, y pues ahí tiene uno la oportunidad de saludar a los padres de familia que llegan a dejar a sus hijos, y una mañana me dice uno de ellos al dejar a sus niños: "Su testimonio, verdaderamente es un reto para nuestra castidad matrimonial". Me lo dijo en seco, se despidió y se fue. Este es el reto de la castidad consagrada: enseñar la pureza en el amor, el verdadero camino de realización en el amor: es posible el amor auténtico, es posible la fidelidad conyugal. Es necesario que la virginidad consagrada se presente como lo que auténticamente es: camino de realización en el amor. Pero para esto, es necesario que los consagrados y consagradas demos muestras de equilibrio, de dominio de nosotros mismos, de madurez psicológica y afectiva.
Gracias a este testimonio ofreceremos al amor humano un punto de referencia seguro, que la persona consagrada encuentra en la contemplación del amor trinitario, que nos ha sido revelado por Cristo. El gran reto de la castidad consagrada es, demostrar a este mundo, a esta cultura hedonista y erotizada, que la virginidad consagrada es auténtico camino de realización en el amor, que es posible la castidad conyugal.
El reto de la pobreza
Frente al materialismo, la pobreza consagrada está llamada a dar testimonio de que Dios es la verdadera riqueza del corazón humano. De que sólo en Él, el corazón del hombre encontrará gozo y paz; que el hombre no es un animal de consumo, que el valor de la persona no se mide por su. capacidad adquisitiva, que ha sido creado para ser, no para poseer, que no es cierto aquello de "tanto tienes, tanto vales". El mundo hoy exige al consagrado un testimonio evangélico de abnegación y sobriedad, un estilo de vida fraterno inspirado en criterios de sencillez y hospitalidad, acogida y donación a las necesidades de los demás, para que así, también sea ejemplo para los que permanecen indiferentes antes las necesidades del prójimo.
Y por supuesto, este testimonio de donación al prójimo, de servicio a los demás debe ir acompañado por el amor preferencial por los pobres.
Reto a la obediencia
Actualmente hay muchas concepciones de libertad, y muchas de ellas, prescinden de su relación constitutiva con la verdad y con la norma moral, cayendo en el libertinaje. La cultura de la libertad es un auténtico valor, íntimamente unido con el respeto a la persona. La libertad no se puede entender, no se puede desasociar del concepto, respeto a la persona humana. La persona consagrada hace presente de modo particularmente vivo la obediencia de Cristo al Padre, y precisamente basándose en este misterio, testimonio que no hay contradicción entre obediencia y libertad; más aún, que la libertad está hecha para el amor, que la persona humana encuentra su realización más plena cuando por amor entrega su libertad.
En este mundo en el que está tan tergiversado el concepto de libertad, el consagrado está llamado a testimoniar que la obediencia no suprime la libertad, que la libertad se realiza en la obediencia, que nunca se es más libre, cuando por amor se entrega totalmente la propia libertad.
Peligros en el afán de renovarse
Estos retos nos suponen una renovación constante, una actualización permanente y al estarla buscando corremos algunos peligros. Voy a enunciarlos:
* Ceder a las modas por el legítimo deseo de conocer a la sociedad para poder responder a sus desafíos. No podemos dejamos asimilar por la moda.
* Admitir sentimientos de superioridad por la posibilidad de una formación espiritual más elevada que el resto de las personas y los fieles. "El mayor sea como el menor... el mayor que sirva a los demás". Ese es el criterio para ser superior ante Cristo, y los consagrados lo debemos tener muy presente.
* Búsqueda excesiva de eficacia, pretendiendo que la fecundidad apostólica dependerá más de los me dios humanos que de Dios.
* Estilo de vida secularizado, promoviendo valores humanos con sentido meramente horizontal, por querer lograr acercarse a los hombres. "Es que es difícil hablarle de Dios, vamos acercándonos al hombre, más adelante le hablaremos de Dios". El consagrado está llamado a dar a Dios a los hombres; es el gran tesoro que tiene para dar: a Dios a las almas, no puede quedarse en ese nivel meramente horizontalista.
* Abrazar formas de nacionalismo. No podemos tomar partido, adoptar formas de nacionalismo, precisamente estamos llamados a amar como Cristo: con universalidad, sin exclusividades, sin preferencias, amar a todos los hombres como Cristo los amó; es decir, sin medida.
Conclusiones
La vida consagrada, para llenar su misión en la Nueva Evangelización, deberá, actualizar sus métodos, sí, renovarse constantemente en el amor, centrarse siempre en la persona viviente de Nuestro Señor Jesucristo.
Y termino con unas palabras de S.S. Juan Pablo II: "La misión peculiar de la vida consagrada en la Iglesia y en el mundo es testimoniar a Cristo con la vida, con las obras y con las palabras; vosotros, no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar sino una gran historia que construir tened los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas estad siempre preparados, sed siempre fieles a Cristo, a la Iglesia, a vuestro instituto y al hombre de vuestro tiempo."
Seamos fieles, respondamos al reto que la Nueva Evangelización nos plantea cada día a cada paso, seamos los consagrados lo que tenemos que ser. Concentrémonos en la esencia de nuestra vocación, que no es otra cosa que el amor a Jesucristo, amar con exclusividad y totalidad a Jesucristo; y por amor a Cristo, una entrega total a las almas.