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¡Sol y Arena!
Los tiempos han cambiado y la gente en vez de ir a misionar prefiere viajar, debemos regresar a predicar el evangelio para que mas gente conozca la palabra de Dios


Por: Judith Gonzalez, Educadora en la Fe, Leon, Guanajuato | Fuente: Tiempos de Fe, Anio 3 No. 15, Marzo - Abril 2001



Se acerca la Semana Santa y con ella los planes para viajar, descansar, cambiar de ciudad, etc. Anteriormente este era un tiempo de recogimiento, interiorización y penitencia; de algún modo se dio un cambio en nuestra vidas y nos fui­mos a las playas a asoleamos, a comer y beber rico y abundante.

Un buen día mi familia y yo re­cibimos una invitación: ir a misionar en Semana Santa. Después de un periodo de reflexión en el que nos damos cuenta de que hay muy poca gente en las iglesias confesándose, comulgando, escuchando misa al ver que el día de la Resurrección, que es el más feliz para los cristia­nos, una gran parte de ellos la pasan viajando de regreso a casa cansa­dos, tristes. Algo dentro de nosotros nos dice que hay que hacer algo y así cambiamos una semana playera por una semana misionera.

El cambio no es fácil porque la invitación que recibo dista mucho de lo que yo considero pasarla bien. Por supuesto que hay sol y arena, algo de comida y mucha agua para beber.

Para quien ha vivido la experien­cia de misionar en familia la única respuesta para esta pregunta se encuentra en el Amor. Amor a Cristo, a su Iglesia, a la familia, al prójimo. Al principio, nos mueve la sensibilidad, la curiosidad... des­pués resuenan dentro las palabras del evangelio. "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a todos los hombres" (Mc. 16, 15). Pero, ¿será para mí, o sólo para los apóstoles?. Entendamos primero unas consi­deraciones prácticas.

¿Qué significa la palabra após­tol? La palabra es de origen griego, significa enviado, mensajero, embajador, en el Nuevo Testamento se usa para designar a los discípulos de Jesucristo.



Otra definición nos dice que un misionero es quien convierte a los infieles, el propagador de una doctrina. Misión y apostolados, lo mismo que misionero y apóstol son etimológicamente equivalentes.

En el sentido cristiano no es otra cosa que un enviado de Dios para predicar el Evangelio.

El Papa Juan Pablo II hace algu­nas observaciones que nos pueden servir para comprender este manda­to en nuestra vida, en otras pala­bras, ¿qué tiene que ver esta voca­ción conmigo? "La Iglesia ha ma­durado una conciencia más viva de su naturaleza misio­nera y ha escucha­do de nuevo la voz de su Señor que la envía al mundo como "sacramento universal de salva­ción"... También los fieles laicos son lla­mados personalmente por el Señor, de quien reciben una misión a favor de la Iglesia y el mundo".

Las palabras del Papa nos actualizan el mandato. Sabemos que la primi­tiva Iglesia creció, se fortaleció y maduró, gracias al empeño que en esto pusieron los apóstoles, hemos oído algo de las dificultades que para ellos entrañaba salir a predicar y nos parece una historia muy her­mosa en la cual somos simplemente espectadores...pero viene Juan Pa­blo II nos sacude un poco y nos con­cientiza de la misión que tú y yo tenemos ante Jesucristo, una misión que debemos realizar, por amor, por alguien que nos ama con todo lo que tengo, tal y como soy.

La Iglesia nos necesita para pre­dicar el Evangelio, no podemos hacemos sordos. Ya San Pablo notó esta urgencia cuando nos dice (R. 10, 14) ¿Cómo creerán a quien no han oído? ¿Cómo oirán si no hay quien predique?



En nuestros tiempos se exal­ta el hedonismo y la cultura del menor esfuerzo, hay ideologías que pretenden acabar con la actividad apos­tólica de la Igle­sia, así como enterrar un genuino deseo misionero entre los laicos que han logrado visualizar la natu­raleza de su mi­sión.

Los doce apóstoles fueron elegi­dos por Jesús con mucho cuidado, así lo menciona Lucas "oró y des­pués los eligió (Lc. 6, 12) y fueron los mejores. Jesús no se equivoca, por eso hoy me habla a mí y a ti.

A los apóstoles como a nosotros nada en el exterior los distinguía de los demás, sólo el amor los hacía diferentes. "Mirad como se aman".

La experiencia de ir a misiones es incomparable; con que ansia esperan a los misioneros y con que cariño son tratados, al terminar las pláticas, uno comprende que esas palabras serán la fuerza para enfrentar mil contradicciones, el misionero escucha desde ese momento el grito de Pablo (I Cor. 9, 16) "Ay de mí si no anuncio el Evangelio. Si hiciera esto de mi propia voluntad, merecería recompensa, pero si lo hago por mandato, cumplo con una misión que se me ha confiado".

Nosotros también hemos recibido la misma invitación que Pablo, encomienda de salir con vigor, con valor, con celo, a encontrar las ove­jas que no tienen pastor, a las que se perdieron del rebaño y a quienes no han tenido pastor alguno.

En estos días, y especialmente en la Semana Santa, son muchos los bautizados que viven como si no lo fueran. El mandato viene directamente de Dios, no podemos huir de él, es necesario salir a misionar sin medimos dándolo todo, sin escatimar en el amor y la entre­ga, sin vacilar ni mirar atrás. El dio todo, no pide menos.

El ejemplo más fuerte que tene­mos actualmente, de misionero es Juan Pablo II; él es el primer misionero en la Iglesia, el modelo del pastor que entrega su vida para reunir a todos los hombres en el único redil de Cris­to". Personalmente creo que el mayor regalo que mi fa­milia y yo hemos recibido es el tesoro de la fe, por eso debemos responder como la samaritana que dejando su cántaro salió a hablarles a todos del hombre que conocía lo que ella ocultaba.

Acá en León se dice que la vida no vale nada, y efectivamente no vale nada si no la damos por Cristo. Ya antes que José Alfredo, lo dijo San Pablo (Hech. 20, 24) "Pero la Vida para mí no vale nada, lo que importa es llegar al fin de mi carrera y cumplir el encargo que recibí del Señor; anunciar el Evangelio de la gracia de Dios".







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