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El proceso de la conversion
El tiempo de cuaresma es el tiempo de la gracia, el tiempo de la salvaciOn.


Por: P. Octavio Ortiz | Fuente: Tiempos de Fe, Anio 5, No. 26, Marzo - Abril 2003



Nexo entre las lecturas de la liturgia de Miércoles de Ceniza

El texto del profeta Joel abre el período cuaresmal, que es un tiempo rico y fuerte en la vida de la Iglesia. El profeta invita al pueblo con acentos dramáticos a convertirse al Señor de todo corazón. No se trata de una conversión superficial y transitoria, sino de una conversión hecha “de todo corazón” para que llegue al fondo de las actitudes y de los comportamientos y suponga un sincero propósito de enmienda (1L). Las palabras que Pablo lanza a los corintios “reconciliaros con Dios” expresan la benévola disposición del Señor de otorgar perdón y misericordia a quien se acerca a Él. Porque, en verdad, ¿quién es puro a los ojos de Dios? Si el Señor observara nuestros pecados e iniquidades, ¿quién podría resistir a su mirada?, pero Él es rico en misericordia (2L). El evangelio nos ofrece el camino de conversión: será el ayuno, la oración, la limosna como caridad fraterna, ofrecida a Dios y no para vanagloria de los hombres (EV). Los hombres miran lo exterior, pero Dios mira el corazón. La conversión que nos propone Jesús es una conversión interior. Se trata, por tanto, de volver desde la lejanía y tristeza del pecado que nos apartó de Dios, a la amistad de quien tanto nos quiere y dio su vida por nosotros. ¡Ahora es el tiempo de la gracia, ahora es el día de la salvación!

Mensaje doctrinal

Para comprender el pecado es preciso reconocer el profundo vínculo que existe entre Dios y el hombre. Vínculo de dependencia y de amor. Si no se presta atención a este vínculo no se llega a la verdadera profundidad del pecado. En este sentido, la cuaresma es un camino que revela la amistad de Dios con el hombre y la desgracia del hombre que se aleja de Dios. Es un período en el que el hombre, como los Israelitas en el desierto, experimentan la protección amorosa de Dios, a pesar de sus rebeliones. De aquí nace la conversión. “La llamada de Cristo a la conversión- nos dice el Catecismo No.1428 y 1429- sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que “recibe en su propio seno a los pecadores” y que siendo “santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación”. Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del “corazón contrito” (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia de responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero”.

El profeta Joel toma ocasión de una desgracia que se había abatido sobre el pueblo -la plaga de langostas que destruye todos los sembrados- para invitar a una penitencia interior. Se trata de “rasgar el corazón, no las vestiduras”. Es decir, se trata de una actitud de conversión interior a Dios para reconocer su santidad, su poder, su Majestad. Joel advierte a sus coetáneos que el “día de Yahvé” llegará y tendremos que estar preparados pues su poder es inmenso. Hemos de arrepentimos sinceramente de nuestros pecados, pues ellos nos han alejado de Dios y nos han hecho caer en un abismo de miseria. Nos invita a una conversión “de todo corazón”, es decir, sincera, estable y con un firme propósito de enmienda. Y esta conversión es posible porque Dios es rico en misericordia, es compasivo y misericordioso. Sólo Dios es capaz de crear en nosotros un corazón puro y renovarnos por dentro con espíritu firme y devolvernos la alegría de la salvación (Cfr. Salmo 50). Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva. Así el profeta promueve un “ambiente penitencial”: hay que tocar la trompeta, congregada la reunión, llamar a las conciencias. El período cuaresmal desea también crear este ambiente litúrgico y penitencial en los fieles: un camino de cuarenta días en donde experimentaremos de modo apremiante el amor misericordioso de Dios. ¡Qué en esta cuaresma nadie quiera excluirse del abrazo del Padre! (Cfr. Incarnationis Mysterium 11) El tiempo de cuaresma es el tiempo de la gracia, el tiempo de la salvación.



Sugerencias pastorales

La conversión del pecado es un proceso misterioso y escondido. Dios toca a las puertas del corazón del pecador y lo mueve a una transformación interior. Dicha transformación no es fácil y requiere un proceso de conversión porque, como dice el Papa Juan Pablo II en una de sus poesías de juventud, “la verdad tarda en sondear el error”. No es, por tanto, una actitud exterior y superficial para que la gente lo vea, como lo hacían los fariseos, sino una conversión que se hace “en la presencia de Dios que mira el corazón”. Nos dice el catecismo en el número 1431: “La penitencia es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron anime cruciatus (aflicción del espíritu), compunctio cordis (arrepentimiento del corazón)”. ¡Qué hermosa y exigente la invitación del Señor! Saber llevar la propia cruz, los propios sufrimientos, la oblación de la propia vida en la sencillez del silencio y de la amistad con Dios. No pedir ser consolados cuando el mundo nos pide consolar a los demás y estar dispuestos a más. No buscar ser apreciados, reconocidos, estimados, compadecidos, cuando como cristianos, nos debemos a los demás. El desprendimiento que todo esto comporta no es pequeño y tiene un nombre preciso: conversión continua del corazón al Dios de misericordia.

La cuaresma recuerda los cuarenta días que Moisés pasó ayunando en el monte Sinaí antes de recibir las tablas de la ley. Recuerdan los cuarenta años del desierto de Israel que fueron tiempo de tentación, pero al mismo tiempo tiempos de una especial cercanía de parte de Dios. Los Padres de la Iglesia consideran el número cuarenta como simbólico del tiempo de la historia humana y los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto rezando y ayunando como una imagen de la vida del hombre. El hombre cruza por este desierto en donde la tentación se hace presente, pero también en donde la presencia de Dios se hace más palpable, más amorosa, más consoladora. Sugerencias pastorales Dios tiene para cada alma el momento de su conversión. Seguramente tendrá para muchas almas de nuestras parroquias esta gracia durante la cuaresma. No retrasemos nuestra conversión: “si escuchamos hoy la voz de Dios, no endurezcamos nuestro corazón”. No dejemos para mañana el amor que podemos dar hoy. Advertimos que nuestra vida es fugaz, frágil, inestable, como una flor de la mañana que se seca por la tarde, ¿por qué retrasar esta extraordinaria gracia de la amistad con Dios? Valoremos las cosas a la luz de la eternidad, de una eternidad feliz o desdichada. Demos a cada cosa su valor. Veamos que el tiempo nos propone a cada instante un rasgo de nuestra donación y con él vamos construyendo la historia de la salvación. ¿Por qué vivir en el pecado, si tanto mal nos causa? Tenía razón san Agustín: “Tarde te amé, oh Belleza tan antigua y tan nueva. Tarde empecé a experimentar el amor de Dios, tarde empecé a vivir en plenitud”. Se impone, por ello, en estos días un examen sereno y profundo de conciencia, bajar al fondo del alma para arrancar toda mentira, todo engaño, todo pecado y volver a la vida en Dios, en Cristo. Dar primacía a Dios por encima de cualquier otro valor humano e interesado. La cuaresma nos ofrece la oportunidad de practicar una renuncia personal. Se trata quizá de algo olvidado en una sociedad del “bienestar” y del mayor “confort” posible. Sin embargo, en la ascesis cristiana la renuncia personal tiene un lugar y muy destacado, pues las tendencias desordenadas que combaten al hombre no pueden ser dominadas sin la gracia de Dios y la lucha espiritual. Aprendamos en estos días de cuaresma a ofrecer pequeños o grandes sacrificios: sepamos renunciar a placeres lícitos, a gustos personales, a comodidades y bienes superfluos, pero todo esto por amor a Dios, para manifestarle que Él es el primero en nuestro corazón y para vivir siempre con una mayor libertad de espíritu en la elección del bien. ¡Cuánto bien podemos hacer enseñando a los niños el camino de los pequeños sacrificios ofrecidos a Jesús por amor! Ofrecidos a Jesús por la salvación del mundo. El caso de una pequeña de ocho años que ofrecía los sufrimientos de su leucemia por la perseverancia de los sacerdotes, es un ejemplo hermoso y convincente de que el amor busca donarse y ofrecerse en sacrificio por el amado.







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