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Reflexión del evangelio de la misa del Domingo 15 de octubre 2017

El sabor de una comida; XXVIII Domingo Ordinario
¿Es tan importante para Jesús el vestido que quien no lo lleve será excluido de su banquete mesiánico? ¿A qué traje se referirá?


Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato | Fuente: Catholic.net



Lecturas:

Isaías 25, 6-10: “El Señor preparará un banquete y enjugará las lágrimas de todos los rostros”

Salmo 22: “Habitaré en la casa del Señor toda la vida”

Filipenses 4, 12-14. 19-20: “Todo lo puedo en Aquel que me da fuerza”

San Mateo 22, 1-14: “Conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren”



 

“Cuando estás sola no tienes ganas de preparar comida, un taco en soledad se atora en la garganta”, son las palabras sabias de Socorrito, viuda desde hace muchísimos años, pero siempre acompañada de diversas personas: el jardinero, la afanadora, la vecina, el peregrino… todos tienen un lugar en su mesa. “Ellos se van agradecidos por el taco que les ofrezco, pero no saben que su presencia da alegría a mi mesa y sabor a la comida. Lo que regalo en comida, lo gano en alegría, apetito y participación”. La mesa compartida es la que da sentido al banquete y a la fiesta. Hay quien de cada comida hace una fiesta y hay quien de cada fiesta hace un monólogo egoísta. Comer en soledad, hace que se nos atragante el bocado.

 

¿Por qué Jesús tiene predilección por las comidas? Uno de los símbolos más usados para expresar las características del Reino es el banquete y la fiesta, porque así es el Evangelio: un mensaje de alegría, de fiesta y de vida. Pero la parábola de este domingo presenta aspectos que a primera vista nos parecen excesivos y hasta chocan con nuestra mentalidad. La invitación siempre abre la posibilidad de aceptación o rechazo, pero en la narración la negación provoca la ira del rey a tal grado que manda matar a los renuentes y quemar la ciudad. Por otra parte, quienes la rechazan se sienten tan ofendidos por la insistencia a la invitación que dan muerte a los mensajeros. Cuando por fin se realiza el banquete, tan largamente pospuesto, quien no lleva traje, es expulsado y arrojado a las tinieblas. La narración se sale de todo presupuesto y parece, en momentos, un exceso de violencia y de venganzas. Sin embargo, quienes así juzgan esta parábola no han captado el verdadero mensaje de Jesús. No quiere nunca la violencia ni la venganza, pero es de capital importancia esta comida compartida, este banquete festivo donde se quitará el velo de luto y la ignominia que padece el pueblo de Israel.

No es sólo rechazar una comida. La mesa, el pan compartido, está listo para todos y en primer lugar para los israelitas. Pero cuando hay otros intereses, la finca propia es más importante que la invitación del rey a compartir los alimentos en la mesa común. El propio negocio avasalla y destruye la posibilidad de poner en común los bienes de la vida. La parábola refleja la realidad de aquel tiempo y la realidad de nuestro tiempo. Los intereses propios y el usufructo personal impulsan a rechazar la invitación del Dios de la vida y de la comunidad. Se ahoga la posibilidad de construir una mesa común y se destruye la fraternidad. ¿Cuántas veces la ambición de unos cuantos ha bloqueado las iniciativas de una lucha frontal contra el hambre? ¿Por qué no se avanza en los compromisos serios de la preservación del medio ambiente y de los bienes de la naturaleza? Los intereses egoístas y las ganancias de unas cuantas pero poderosas empresas internacionales se imponen sobre la necesidad y el clamor inmenso de muchos pueblos y seres humanos que claman por un lugar en la mesa. A nivel internacional, pero también a nivel de pequeñas organizaciones y aún del ámbito familiar, con frecuencia prevalece la propia ganancia sin mirar el bien común.



Para participar en la comida se requiere una cierta disposición. Es muy bella la invitación abierta a todos los pueblos y a todas las gentes, pero para muchos causa un cierto rechinido el hecho de que si han salido a los caminos, si se ha buscado  tanto a pobres como a ricos, cuando ha entrado un personaje sin el traje de fiesta, sea castigado tan fuertemente. ¿Es tan importante para Jesús el vestido que quien no lo lleve será excluido de su banquete mesiánico? ¿A qué traje se referirá? A partir de Jesús los pobres son no sólo los destinatarios privilegiados de la Buena Noticia, sino también los llamados a construir el Reino, a ser protagonistas. Pero si alguien se excluye, si alguien se viste diferente a la preferencia de Jesús, si alguien renuncia a las opciones radicales de Jesús, pierde el vestido que lo hace igual a los demás, el traje de la fraternidad. Todo esto significa que, desde Jesús, sólo tiene recto sentido de Dios aquel que acoge al pobre. Y esto, en las obras más que en las palabras, porque podemos revestirnos fácilmente de opciones y actitudes que quedan en meras ideologías y palabrería sin llegar a los hechos. “Cuanto hayas hecho a uno de estos pequeños…” Es el vestido que Jesús exige para poder decirnos: “Vengan benditos de mi Padre”.

Nuestra tarea es construir una mesa en común abierta a todas las personas. La Iglesia no es la reunión de los buenos, decentes y selectos. Su único privilegio es haber recibido una invitación, la más grande invitación, gratuita, para participar en el banquete. Quizás nuestra primera actividad como invitados sea la misma de los criados, salir a los caminos y encontrar a los que, buenos o malos, aún no tienen una mesa. No somos dueños ni de la casa ni de la mesa, no está en nuestras manos el rechazar o poner condiciones. Somos servidores empeñados en que la gran tarea de la liberación llegue a toda la humanidad. ¡Cuidado!, tenemos que ponernos el traje de fiesta, pero un traje que impregne nuestro interior, nuestro corazón y que llegue también hasta nuestras verdaderas opciones. De lo contrario, si sólo es traje exterior, nos quedaremos como las novias de rancho: vestidos y alborotados. El sabor del banquete es fraternidad, comprensión y amor.

 

Padre Dios, Padre de Bondad, Te pedimos que tu gracia nos inspire y acompañe siempre, para que podamos descubrirte en todos y amarte y servirte en cada uno, compartiendo la mesa de la vida, de los bienes, del Pan y de tu Palabra.  Amén.

 







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