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¿Todos los jovenes son inmaduros?
Ser joven no es lo mismo que ser inmaduro. 6 razones que lo comprueban


Por: Sebastian Campos | Fuente: catholic-link



Me imagino que todos tenemos claro que la madurez no es directamente proporcional a la edad, se puede ser muy chico en cuanto a edad y ser profundamente maduro; y al mismo tiempo una persona adulta en cuanto a edad, pero tremendamente inmaduro.

El madurar no es algo que ocurra de forma biológica, como sí lo hacen muchos de los demás cambios corporales que experimentamos, por lo tanto, no se trata solo de darle tiempo al tiempo, muchas veces tenemos que dar una mano, echar un empujoncito e incluso pedir una ayuda para seguir dando pasos de madurez. No es necesario que hagas apostolado en la pastoral de adolescentes y jóvenes para saber de estas cosas, tampoco que hayas tenido hijos… basta con ser persona humana para comprender que muchas veces, nos “quedamos pegados” en algunas etapas y esto, en sinceridad, no nos hace nada bien.

En cuanto a los adolescentes, me gustaría hacer una acepción. Adolecer es literalmente padecer un dolor, por ende, es como si esos chiquillos (que salen de la niñez y aún no alcanzan la juventud) les doliera algo. Como si el proceso los dañase, sabiendo que es una de las etapas más ricas de la vida y en donde se forja el carácter y la identidad. Por eso los invito a cambiar el concepto y dejar de referirnos a ellos como los “adoloridos” y más bien llamarles “pre juveniles”, expresión que se ha ido popularizando en la pastoral de jóvenes de muchos países de latinoamérica, siendo esta forma, mucho mejor, pues nos ayuda a comprenderlos en lugar de criticarlos. Hasta aquí con ellos.

Los que nos interesan hoy son los jóvenes, esos que (al menos en referencia de edad) ya tienen más de 18 años, terminaron la secundaria y comienzan a vivir como grandes, a tomar decisiones y a hacerse cargo de ellas, pero que aún no son del todo adultos. En cuanto a referencias pastorales, la Iglesia habla de personas entre 18 y 29 años… pero, seamos sinceros, muchos pasan de largo (yo el primero en la fila) y extienden un poquito los márgenes. Esos a los que la palabra “vocación” se les viene encima como un tsunami y que prefieren seguir por los caminos inmaduros de la mal llamada adolescencia, en lugar de hacerse cargo de la etapa que les toca vivir.

Entonces, aquí les dejamos algunas unas ideas para acompañarlos, y si tu eres uno de estos, pues acoger estas líneas con amor y en la medida de lo posible, llevarlas a la vida.
 



1. Asumir las consecuencias de las decisiones

Saliendo de la secundaria, por primera vez en la vida, las decisiones tomadas son 100% nuestras y por ende sus consecuencias también, (sean positivas o negativas). Ya no se puede culpar a mamá por no llegar con los materiales a clase o por llegar tarde al trabajo. Pero no solo las decisiones ocupacionales. De hecho las decisiones más trascendentes en este período son las personales, las que tienen que ver con la vocación, con las relaciones con los demás, con la fe, con las opciones de vida. Aunque no lo queramos y aunque la psicología pop nos quiera enseñar que “todo lo podemos si creemos”, no lo podemos todo y muchas veces una metida de pata cuesta carísimo y marca para toda la vida, así como un acierto puede convertir un camino desafortunado en uno próspero.

Es tiempo de comenzar a decidir en serio y no según como está la luna, cómo cae la moneda o preguntarle a mamá si nos da o no permiso.


2. Hacerse cargo por la administración de los recursos

Nosotros pedíamos y nuestros padres (según sus posibilidades) nos daban lo que podían. Ellos ordenaban nuestra agenda, horarios de estudio, comida y juego; nos daban dinero para la semana, ropa para vestir y hasta juguetes (o videojuegos para los más afortunados).



Ya de joven, se hace necesario hacerse cargo de administrar todo, horarios, dieta, amistades, dinero, tiempo de recreación, fiestas. Todo está bajo el control propio y muchas veces esa mediocridad o falta de minuciosidad en el control, pasa la cuenta. Es buena idea proponerse objetivos administrativos, dedicar tiempo a todo de forma sana y proporcionada, aprender a ahorrar, responder responsablemente a las obligaciones, y así, ir educando nuestras habilidades administrativas y descubriendo en qué somos más frágiles.
 

3. Ubicar tu rol en la dinámica familiar

De chico tus papás definían quién eras en la familia. Ya sea por ser el hermano mayor o menor, por ser el hábil con las tareas de la casa, el “buen compañero” de papá o mamá en sus cosas. Ahora, tú defines tu rol y lamentablemente muchos optan por no tener un rol, por desentenderse de casa, por comer solos, no hablar con nadie, dejar de expresar afecto y se convertirse en residentes de una hostal más que en miembros de una familia.

Es una expresión de madurez descubrir el propio rol en la familia, tanto como hijo, como hermano, nieto, etc. Y habiendo descubierto tu rol, hacer el esfuerzo por vivir conforme a eso. Mi experiencia personal es que me costó mucho seguir comportándose como hijo una vez que salí de casa. Sin querer viví un tiempo como si fuera un amigo de mi papá y no me puse bajo su cuidado y protección, pues se hace difícil seguir mostrándote vulnerable, cuando uno quiere demostrar independencia y autosuficiencia.
 

4. Comenzar a mirar más a largo plazo

No se trata solo de organizar la fiesta del fin de semana (o el retiro en el caso de los que somos de Iglesia) o de dejar días marcados en el calendario para estudiar para el examen de un mes más. Un joven que da pasos de madurez, lo primero que hace es enderezar el cuello y mirar más allá del corto plazo. Comienza a soñar, a tener visión, a proyectarse y en el camino; busca compañeros para el viaje, socios, pareja. Como un pajarito que busca ramas para afianzar el nido para el invierno, un joven que madura, no solo estudia para pasar las asignaturas o trabaja para pagar las cuentas: sus acciones tienden a ir más allá.

A quienes siguen pensando únicamente en lo que viene el viernes, sin siquiera pensar cómo se van a levantar el sábado, hace falta darles una zamarreada y ayudarles a elevar su mirada.


5. Cada cual es responsable de su propia madurez espiritual

Es lamentable ver que muchos adultos viven una fe cuya madurez espiritual es la misma que tenían cuando terminaron la catequesis para su primera comunión. Esto se ve reflejado en que responsabilizan a todo y a todos por su camino de fe y compromiso como cristianos. Que el sacerdote predica aburrido, que el encargado del grupo prepara mal las reuniones, que el coro canta canciones muy antiguas, que las riquezas del Vaticano, que no hay espacios pastorales para ellos…  y así, pretextos no faltan.

Ya de jóvenes (y aún más) de adultos, difícilmente habrá un equipo pastoral en la universidad o en el trabajo preocupado de rezar a diario en el Mes de María o de organizar una Misa mensual como sí nos ocurría a los que estudiamos en colegio católico. Cada cual es responsable por su relación personal con Jesús (por algo es personal), de la vida sacramental, de ir avanzando en la fe y de no quedarse en una fe infantil, de angelitos de la guarda y medallitas protectoras; que más bien se acercan a una espiritualidad supersticiosa que a una verdadera relación de amor con el Creador.
 

6. Infantilizar la pastoral de jóvenes

Esta es nuestra, de los que hacemos apostolado con jóvenes. Aunque les hagamos retiros de discernimiento vocacional, retiros para novios, retiros para universitarios y así retiros, jornadas, encuentros, seminarios y cuando evento se nos venga a la cabeza (y el párroco nos autorice) sirven de poco, si el contenido (aunque tenga un lindo cartel) es infantil. No hablo de volver todo a algo de una profundidad mística digna de un monje de claustro, o de tratar los temas desde una mirada intelectual a un nivel académico; hablo de tratarlos conforme a su edad y procesos.

Invertir al comienzo de cada encuentro 40 minutos en bailes, saltos, juegos y gritos, está lindo de vez en cuando y a todos nos hace bien para recordar que nos bautizaron con agua bendita y no con jugo de limón; adornar con coloridos globos, papeles de colores y esas cosas, está lindo como una expresión de cariño y dedicación por ellos; intentar emocionarlos hasta las lágrimas dándoles una carta de mamá y papá al final del retiro y que luego aparezcan ellos de sorpresa en el salón, está bien para afianzar los lazos fraternos y sanar las heridas, pero de vez en cuando. Ya es momento de dejar de tratarlos como niños, de buscar que todo sea una montaña rusa de emotividad y sentimientos. Ese es el camino fácil, y al mismo tiempo, el menos provechoso.

Sería mejor ayudarles a hacer todo lo que acabamos de describir. Discernir, decidir, administrar, ser responsables, relacionarse con los demás sanamente y no solo saltar de un lado al otro con una fe del tamaño de un grano de mostaza, que mueve montañas pero que no es capaz de ordenar la cama y levantar la ropa sucia.

 







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