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En qué manos estoy
Estamos en manos de Dios y como cristianos tenemos responsabilidad.


Por: P. Fernando Pascual, LC | Fuente: Catholic.Net



El futuro del mundo, ¿de quién depende? El futuro de los seres cercanos, mi propio futuro, ¿de quién depende? ¿En qué manos estoy?

En libros, artículos, conferencias, se repite con frecuencia que cada uno decide su futuro. Entonces ese futuro estaría en mis manos: yo decidiría lo que pasa y lo que soy.

Sin embargo, la realidad es mucho más compleja. Porque el futuro escapa al control de los más poderosos y de los pobres, de los jóvenes y de los ancianos.

Hay siempre algo de indeterminado en nuestras vidas. Basta un virus o una imprudencia en carretera para que todo adquiera un giro inesperado.

Entonces, ¿en qué manos estamos? ¿Podemos controlar de algún modo el futuro? ¿Somos actores que decidimos nuestra felicidad, o sujetos pacientes que acogemos lo que otros hacen?



En la visión cristiana de la vida, estamos en manos de Dios, pero también tenemos responsabilidad sobre lo que hacemos.

Cada uno de los actos realizados libremente configura mi presente y mi futuro, y el presente y el futuro de otros (cercanos o lejanos).

Esos actos se unen a un gran flujo de resultados, en el que convergen las decisiones de otros, los cambios de viento, las tormentas solares y las picaduras de los mosquitos.

Parece un panorama caótico, pero en el mismo se teje la providencia de Dios, que es un Padre bueno, que desea que alcancemos lo mejor en esta vida y en la futura.

Sí, Dios quiere nuestro bien, aunque mis decisiones o las de otros vayan por caminos equivocados, por culpa de errores o de pecados que tanto daño causan.



¿En qué manos estoy? En las manos de un Dios Padre, y en las manos de las decisiones propias y ajenas.

Esas decisiones serán acertadas y fecundas si busco amar a Dios y a los demás. Esas decisiones serán dañinas si escojo mi egoísmo y si rechazo lo que Dios me pide.

El tiempo sigue adelante. Cada segundo tomo decisiones y acojo lo que otros deciden o lo que ocurre desde fuerzas incontrolables.

Dios Padre mira, espera, ama, deja actuar. Además, invita a confiar, a pedir perdón, a levantarnos tras una caída, y a no dejarnos hundir por un fracaso.

Al final, cuando crucemos la frontera de la muerte, comprenderemos en qué manos tan maravillosas transcurrió nuestra aventura humana, y lo hermoso que resulta vivir en el amor y para amar.







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