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El Señor tu Dios es el único Dios: ámalo
Para ser verdadero cristiano ¿Qué debo hacer?


Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato |



Santa Francisca Romana

Oseas 14, 2-10: “Nunca llamaremos ya ‘dios nuestro’ a las obras de nuestras manos”
Salmo 80: “Yo soy tu Dios, escúchame”
San Marcos 12, 28-34: “El Señor tu Dios es el único Dios: ámalo”

 

No es extraña la pregunta que le hace el escriba a Jesús y puede resonar como pregunta acuciante de nuestro tiempo: ¿Qué es lo más importante de nuestra religión? Para ser verdadero cristiano ¿Qué debo hacer?

Si hiciéramos esta pregunta a cualquier persona de la calle, de nuestro barrio o a nosotros mismos, descubriríamos la gran variedad de respuestas y cómo muchas de ellas quedan en la ambigüedad o en cosas superficiales. Jesús repite los mandamientos al escriba, no porque no los conozca, pues es su profesión conocerlos perfectamente, sino porque muchas veces aunque los conozcamos no los practicamos. Los judíos habían multiplicado tanto los mandamientos y decían que todos se deberían cumplir igualmente que una pregunta como la que acabamos de escuchar, no tendría sentido. Jesús encamina al escriba y a cada uno de nosotros a que descubramos lo que es realmente importante.



Algunos nos preocupamos más de los ritos y de lo exterior, de la religión y de los mandamientos, que olvidamos el amor a Dios. Quizás deberíamos decir que nos olvidamos del amor de Dios, porque lo primero que Jesús nos pide es que nos reconozcamos amados por Dios y que vivamos cada momento de nuestro día sabiéndonos amados por Dios, como en la atmósfera del amor de Dios. Claro que si me reconozco amado por Dios mi respuesta será el amor, limitado pero que quiere corresponder. Pero el amor a Dios y el amor de Dios, no pueden estar divorciados del amor al prójimo. Hay quienes se dicen religiosos y odian a su prójimo, a su vecina, a su pareja, a los cercanos o a los lejanos. ¡Y viven tan tranquilos!

Como calmando su conciencia con ritos y oraciones. Jesús hoy nos centra en lo más importante que sostiene nuestra vida espiritual. Son esos dos ejes sobre los que se desliza nuestra existencia. El amor a Dios se hace concreto en las personas más cercanas: pareja, hijos, vecinos, compañeros, los pobres y necesitados… No podemos amar a Dios si no se hace concreto nuestro amor en los mismos que Él ama.







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