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Formar a la Mujer consagrada
El objetivo central de la formación humana se dirige a fomentar la madurez; ello dará como resultado una personalidad rica, equilibrada y atrayente.


Por: Guadalupe Magaña | Fuente: Escuela de la fe



Resulta indispensable “formar primero al hombre y luego al santo”.


Formar mujeres dotadas lo más completamente posible en las virtudes y valores humanos. Luego hay que trabajar asiduamente para obtener un desarrollo humano integral que sirva de base sólida a la acción sobrenatural de la gracia.


Algunos aspectos muy concretos en los que conviene educar a la persona a quien dirigimos: el sentido de responsabilidad y madurez humana, de religiosa; responsabilidad que también se llama docilidad al Espíritu Santo, fidelidad al plan de Dios, generosidad en el seguimiento de Cristo, cooperación en la implantación y extensión del Evangelio. Madurez que no sólo se alcanza por medios humanos, sino sobre todo, por los dones del Espíritu Santo, que da a las facultades humanas su máxima plenitud.


El objetivo central de la formación humana se dirige a fomentar la madurez; ello dará como resultado una personalidad rica, equilibrada y atrayente. Muchos de los fallos y fracasos en la vida de las personas se deben a una pobre formación humana. A veces nos encontramos con gente «buena», espiritual y hasta apóstol, pero débil de voluntad o laxa de conciencia, con lo cual lo construido por un lado se le derrumba por otro. Será como la casa edificada sobre arena (Mt 7, 24-27). Sto. Tomás de Aquino explica que “la gracia sobrenatural no suprime la naturaleza sino que la eleva”. El santo y el apóstol presuponen el hombre.


El Concilio Vaticano II la define como estabilidad de espíritu, capacidad de tomar decisiones prudentes, y rectitud en el modo de juzgar sobre los acontecimientos y los hombres (Optatam totius n. 10) Una persona madura abraza todas las implicaciones fruto de las decisiones tomadas. Madurez significa vivir en conformidad con lo que uno es: casada, consagrada...


La madurez nos habla de una estabilidad de vida, habla de una persona que vive su vida sobre principios y convicciones y no al «vaivén» de las circunstancias de la vida, de los sentimientos, de los gustos, de los caprichos, de la moda o de la corriente del momento. La expresión externa más convincente la encontramos en la fidelidad y responsabilidad en el cumplimiento de los compromisos y deberes contraídos con Dios, con la Iglesia y con los hombres. Sólo así alcanzará la felicidad. Sólo así se realizará.


El formar la madurez requerirá principalmente:

A. El desarrollo íntegro, armónico y jerarquizado de las facultades.
B. La formación de la conciencia.
C. La formación de virtudes morales.
D. La adquisición de virtudes sociales.


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