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Aquella unión europea llamada imperio carolingio
Roma había seguido siendo en cierto modo la capital secreta del mundo occidental


Por: www.4buenasnoticias.com | Fuente: www.4buenasnoticias.com



Einhard, arquitecto de palacio e historiador, relata así la coronación de Carlomagno en Roma en la Navidad del año 800: “Llegó la fiesta de Navidad. El primer día de Navidad, Carlos fue a la iglesia vestido como un romano. Llevaba un largo vestido blanco, una capa roja y zapatos romanos. Durante la misa estaba arrodillado ante el altar, y su cara se inclinaba en oración. Tras él, los francos adornados con sus armas, y la iglesia de san Pedro repleta de romanos. Entonces el papa se acercó a él y le puso sobre la cabeza la corona, y todo el pueblo romano gritó en alta voz: ‘¡Vida y victoria al venerado Carlos, al gran pacificador emperador de los romanos, coronado por Dios!’” .

Aquello parecía el renacimiento del imperio romano, desaparecido en el 476 por las invasiones germánicas. Desde entonces, las campañas de asalto y saqueo, las guerras tribales y feudales, habían asolado Europa. Sólo la Iglesia había proporcionado algo parecido al refugio y al sosiego. La Iglesia había conservado para las nuevas épocas el recuerdo de la monarquía romana de los césares. Roma había seguido siendo en cierto modo la capital secreta del mundo occidental. La actividad misionera cristiana había sustituido en cierto modo a los ejércitos romanos. Los vencedores germánicos instauraban reinos germánicos en las antiguas provincias romanas. Pero estos reinos nacían ya cristianos, y el cristianismo daba a estos reinos sentido de la tradición, sabiduría, y también espíritu romano.

Ahora Carlos había logrado unir en nombre de la cultura cristiana y bajo la corona de los francos los diversos pueblos germánicos: francos occidentales, alemanes, bávaros y sajones. Con ello había nacido algo grande: el núcleo de un imperio occidental, un ámbito de paz donde los estados occidentales pudieran convivir según el modelo romano imperial. Porque los europeos hemos tenido siempre cierta nostalgia de un “imperio” que nos unifique. Hará falta que pase más un milenio para que nos convenzamos de que esta unión no sería posible mediante la violencia, la guerra, la hegemonía, sino mediante la unión pacífica. Fracasaron, gracias a Dios, los intentos de Napoleón o Hitler. Sólo sobre las ruinas de las dos guerras mundiales crece la posibilidad de reconstruir un nuevo “imperio carolingio”: una Europa unida en amistad.







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