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"Ustedes son la luz del mundo"
Meditación al Evangelio 11 de junio de 2019 (audio)


Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net



Es sorprendente la descripción que se hace de San Bernabé en el libro de los Hechos de los Apóstoles: “Era un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe”. Quizás para seguir el Evangelio diríamos que es un hombre “sal”, que tiene sabor, que da vida, que es auténtico.

La sal que es tan pequeña e insignificante, pero siempre presente e indispensable  en todas las mesas, hoy se nos presenta como el modelo del discípulo. Sin alardes  pero con una actividad constante. Lo primero que se nos ocurre es que la sal da sabor. A una vida aburrida, monótona, sin sentido, donde nos ahogan las preocupaciones y el trabajo, el discípulo de Jesús debe darle sentido y sabor. Aportará la razón interna para vivir y para hacer vivir. La sal también sirve para conservar, para evitar la corrupción. Lo saben sobre todo las comunidades campesinas donde no hay refrigeradores.

Así debe ser el cristiano está llamado a conservar y a preservar a la comunidad. No puede permitir que se pudran las personas. Y hay muchas plagas que intentan corromperlas: la ambición, la mentira, el poder. Desgraciadamente es muy actual este peligro. Entonces será más urgente cumplir esta misión del discípulo: conservar, proteger, cuidar. Pero no pasivamente sino de una manera activa. La sal sirve para conservar en buen estado. El cristiano debe conservar en la comunidad y en sí mismo el buen sabor de la vida de Dios. La sal ayuda a fijar algunas pinturas, el agua, las substancias.

El discípulo debe fijar y proteger  en sí mismo y en las demás personas la imagen viva de hijo de Dios.  Vivir como hijo de Dios y tratar a los demás como hijos de Dios. Son muchas más las cualidades y efectos que produce la sal pero en todas aparecen muy claramente dos actitudes. La primera: debe deshacerse para poder ser eficaz. Si no se deshace no puede dar sabor. Si no se disuelve echa a perder todos los sabores. Es decir se necesita la entrega, el servicio, el don de sí mismo para poder realizar la misión.

Así lo hizo Jesús. Y la segunda: casi siempre pasa desapercibida. Si trata de imponerse lo hecha a perder todo, se “sala”. Si el cristiano trata de imponer su imagen y personalidad y predicarse a sí mismo, quita el rostro de Cristo y corrompe la vida de los demás. ¿Cómo eres sal? ¿Cómo das sabor? ¿Cómo proteges y cuidas? ¿Cómo te entregas en el servicio?







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