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11 de enero de 2020

Ser instrumentos
Santo Evangelio según Juan 3, 22-30. Sábado después de Epifanía


Por: H. Francisco J. Posada, LC | Fuente: www.somosrc.mx



En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Concédeme, Señor, la gracia de reconocerme como miembro de la Iglesia; y que esta experiencia me lleve a un sentimiento de pertenencia a una comunidad y familia, que te tiene a ti como Padre, Maestro, Señor y Guía.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según Juan 3, 22-30

En aquel tiempo, fue Jesús con sus discípulos a Judea y permaneció allí con ellos, bautizando. También Juan estaba bautizando en Enón, cerca de Salim, porque ahí había agua abundante. La gente acudía y se bautizaba, pues Juan no había sido encarcelado todavía.

Surgió entonces una disputa entre algunos de los discípulos de Juan y unos judíos, acerca de la purificación. Los discípulos fueron a decirle a Juan: “Mira, maestro, aquel que estaba contigo en la otra orilla del Jordán y del que tú diste testimonio, está ahora bautizando y todos acuden a él”.

Contestó Juan: “Nadie puede apropiarse nada, si no le ha sido dado del cielo. Ustedes mismos son testigos de que yo dije: ‘Yo no soy el Mesías, sino el que ha sido enviado delante de él’. En una boda, el que tiene a esposa es el esposo; en cambio, el amigo del esposo, que lo acompaña y lo oye hablar, se alegra mucho de oír su voz. Así también yo me lleno ahora de alegría. Es necesario que él crezca y que yo venga a menos”.

Palabra del Señor.


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

En el Evangelio de hoy, Juan nos da una profunda enseñanza para la vivencia de nuestra fe. Dios es el protagonista, es quien lleva a la esposa, la Iglesia, y a nosotros, que formamos parte de la Iglesia; somos los amigos del Esposo que estamos con Él, le acompañamos y nos alegramos al escuchar su voz. Jesús, al venir a este mundo, vino a hacernos un llamado. Este llamado es vivir nuestra verdad, para lo que fuimos creados: vivir como hijos de Dios. Al llamarnos nos convoca a formar parte de una comunidad, de una familia, que es la Iglesia. En ella nos envía, nos da una misión de ser apóstoles, de anunciar a los demás su Reino, como Juan lo hizo. Nuestro anuncio es ser instrumentos para que la voz del Señor toque y entre en el corazón de cada alma, y gozarnos al escuchar la voz del Señor que ilumina y llena de gozo y paz cada corazón.

Por ello, san Juan experimenta que su alegría es colmada, porque aquel a quien bautizó y de quien dio testimonio, crece y él disminuye, y a Él acuden. Nosotros hemos recibido los dones de la fe, la esperanza y el amor que nos permiten reconocer a Jesús, y en el a Dios, como nuestro Redentor y Señor, como nuestro Creador y Padre, nuestra Luz, nuestro Camino, nuestra Verdad y nuestra Vida. En pocas palabras, como la única fuente de felicidad y plenitud de nuestra vida y de la vida de la Iglesia. Él lo es todo, nuestra vida no tendría sentido sin Él, sin su presencia y su guía. Por tanto, aprendamos de san Juan, que nosotros no somos el esposo que lleva a la esposa, sino que es Él quien la lleva, por medio de sus amigos, que somos nosotros, que estamos con Él, lo escuchamos y nos alegramos al oír su voz. Dios no solo es el protagonista de mi vida, sino de toda la Iglesia y nosotros somos sus testigos.

«El creyente es aquel que, a través de su hacerse cercano al hermano, como Juan el Bautista, abre caminos en el desierto, es decir, indica perspectivas de esperanza incluso en aquellos contextos existenciales tortuosos, marcados por el fracaso y la derrota. No podemos rendirnos ante las situaciones negativas de cierre y de rechazo; no debemos dejarnos subyugar por la mentalidad del mundo, porque el centro de nuestra vida es Jesús y su palabra de luz, de amor, de consuelo. ¡Es Él! El Bautista invitaba a la gente de su tiempo a la conversión con fuerza, con vigor, con severidad».
(Homilía de S.S. Francisco, 9 de diciembre de 2018).


Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Dedicar un momento de oración por la Iglesia, por su unidad y escucha a la voz del Señor.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.



Reflexión de Mons. Enrique Díaz en audio:





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