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Conocimientos científicos y creencias
A lo largo del camino buscamos apoyo en conocimientos.


Por: P. Fernando Pascual, LC | Fuente: Catholic.net



El ser humano piensa y decide con la ayuda de una serie de datos y suposiciones. Algunos de ellos son considerados científicos. Otros son creencias.

¿En qué difiere un conocimiento científico y una creencia? De un modo simplificado, notamos que un conocimiento científico se impone a la mente por el rigor y la exactitud de lo que ofrece.

En cambio, una creencia se construye, normalmente, desde algún motivo que no está demostrado empíricamente, sea porque uno quiere creer algo, sea porque tiene un motivo extrínseco (por ejemplo, acepto una información porque supongo la honradez de quien me la ofrece).

Pensemos en un ejemplo sencillo. Preguntamos cuál sea la distancia entre la tierra y la luna. Un científico hará cálculos, los confrontará adecuadamente con sus colegas, y podrá darnos una respuesta exacta (o, si no exacta, nos explicará cuál sea el margen de error de su respuesta y por qué existe tal margen).

En cambio, un amigo con cierta fama de estudioso nos podrá dar una respuesta aproximativa, que aceptaremos en tanto en cuanto creamos que suele tener buenas informaciones, aunque no tiene ni los instrumentos ni los títulos para comprobarlas según la astronomía científica.



En general, hay un punto que diferencia entre lo científico y lo creído. Lo primero se impone por sí mismo. En matemáticas, por ejemplo, basta una demostración bien elaborada para que la inteligencia diga, casi “obligatoriamente”, que el resultado es correcto y la operación está bien hecha.

Lo creído, en cambio, se basa en suposiciones, algunas de gran importancia (aunque a veces sean frágiles). Por ejemplo, si pregunto por la calle cómo llegar a la farmacia más cercana, supongo que quien me responde es honesto y conoce bien la zona.

Algunos conocimientos aceptados como creencias, desde una especie de fe humana, pueden luego ser comprobados de un modo más o menos científico. Por ejemplo, si a un niño se le dice que el agua entra en ebullición a los 100 grados Celsius, seguramente al inicio aceptará la información como creencia. Pero cuando lo desee (y tenga los medios adecuados para ello) podrá hacer un experimento que eleve su creencia a dato científico.

No todos pueden repetir experimentos, algunos muy complejos, que sirven para alcanzar datos científicos. Pero suponemos (y eso es una creencia más o menos segura, pero creencia) que los datos publicados en revistas científicas están apoyados suficientemente en el rigor de los laboratorios y la honestidad de los investigadores.

Es interesante notar una dimensión de las creencias que desvela algo de nuestra humanidad: están basadas en confianzas sociales, que llevan a acoger lo dicho por otros como válido, aunque uno mismo no sea capaz de comprobarlo.



Esas confianzas sociales en otros pueden llevar a engaños: muchos pacientes creen en todo lo que dicen los médicos como si fuera algo irrefutable, cuando incluso los mejores médicos pueden equivocarse.

A pesar de sus límites, las confianzas sociales son el pan nuestro de cada día, desde que nos levantamos (muchos creen en lo que dice la prensa sobre la situación del último virus peligroso) hasta que apagamos la luz antes de dormir después de haber tomado una pastilla que, dicen, sirve para mejorar la digestión.

A lo largo del camino buscamos apoyo en conocimientos que tengan garantías de ser científicos (no todos lo son, aunque lo parezcan). Pero nunca podremos dejar de lado tantos y tantos otros conocimientos basados en creencias que, esperamos, nos ayuden en las decisiones de cada día y nos permitan un mayor acercamiento a aquellas verdades que tanto necesitan nuestra mente y nuestro corazón.







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