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Mostrarle al mundo las entrañas de misericordia de Dios
Reflexión del domingo XVIII del Tiempo Ordinario Ciclo A


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos» (Mt 14,14).

Nos regala el Señor una Palabra muy rica en este domingo XVIII del Tiempo Ordinario, que como he dicho muchas veces, no deja de ser extraordinario, porque muestra cuáles son sus entrañas, tal y como nos lo expresa en el salmo responsorial: «El Señor es clemente y compasivo, tardo a la cólera y grande en amor» (Sal 145,8), haciéndonos presente las palabras que pone en boca del profeta Ezequiel: «¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado - oráculo del Señor- y no más bien en que se convierta de su conducta y viva?» (Ez 18,23).

Así, me impresionan las palabras que dice San Mateo en el evangelio de hoy: «Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos» (Mt 14,14). El Señor no es indiferente ante nuestros sufrimientos y problemas, así como ante los sufrimientos del resto de la humanidad. Y veo reflejado este evangelio en las personas que no sólo tienen hambre de pan, sino que no comprenden su existencia, que no le ven sentido a su vida, a su sufrimiento, porque como nos dice el mismo Dios: «No sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios» (Dt 8,3).

Así, nos muestra el Señor cuánto nos ha amado, cuánto nos ama y cuánto ama a la humanidad, ya que por puro amor, «siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2,6-8).

El Señor ha visto los grandes sufrimientos de la humanidad como consecuencia del pecado y no ha permanecido con indiferencia sino que, por su entrañable misericordia, «a quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él» (2 Co 5,21). «Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros, pues dice la Escritura: Maldito todo el que está colgado de un madero» (Ga 3,13); «¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados» (Is 53,4-5); «porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).



Por tanto, vuelve el Señor en este pasaje del Evangelio de hoy a renovar nuestra llamada a continuar, como miembros de la Iglesia, la misión que Dios nos ha encomendado. Mas Jesús les dijo: «No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer» (Mt 14,16). Hoy la gente no ve a Cristo que pueda ayudarles en su situación de sufrimiento, de angustia, de tristeza, de desesperación, de vacío, de hambre, de muerte, y el Señor nos dice a nosotros: «Dadles de comer». Y ante nuestra pobreza y debilidad, el Señor nos promete que poniendo nosotros lo nuestro, Él pondrá lo suyo, y el milagro se dará (Mt 14,16-20).

Me vienen a la mente las palabras que dice Dios a través del profeta Oseas: «Misericordia quiero y no sacrificios» (Os 6,6). Y para ello necesitamos estar unidos a Cristo, ser UNO CON ÉL, para que, como decía la oración que tomó Santa Madre Teresa de Calcuta del Santo Cardenal Newman: «Quien me vea a mí, que te vea a Ti» (Oración para irradiar a Cristo), o como dice el mismo San Pablo: «No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20), cumpliendo la misma misión de Cristo y viviendo como vivió Cristo en su existencia terrenal: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24).

Porque Dios no nos deja solos en esta misión: «El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). Tal y como dice Dios en boca del profeta Ezequiel: «Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas» (Ez 36,26-27).

Así, el Señor nos invita en este domingo a darle el verdadero culto que le agrada a Él: «Visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo» (St 1,27), mostrarle al mundo las entrañas de misericordia de Dios, las mismas que Él ha tenido con cada uno de nosotros: «Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia» (Col 3,12); «Sed más bien buenos entre vosotros, entrañables, perdonándoos mutuamente como os perdonó Dios en Cristo» (Ef 4,32). Feliz domingo.









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