Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se arrepiente
Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net
San Lucas es considerado el evangelista de la misericordia precisamente porque nos manifiesta un especial amor de Dios a los pecadores. Estamos inclinados más a juzgar que a perdonar, más a acusar que a dialogar… pero Dios es muy diferente y abre su corazón a todos aquellos que son condenados por la propia sociedad. ¿Qué digo, abre el corazón? No, no solamente lo abre, sino que sale en busca de quien se encuentra extraviado y hace una fiesta al encontrarlo.
Las dos parábolas que hoy encontramos nos manifiestan esa búsqueda amorosa de Dios que no se limita a perdonar, sino que va al encuentro de quien se ha perdido. La mentalidad judía que exigía el ojo por ojo y diente por diente, dista mucho de esta actitud benévola de Dios. Pero también en nuestro ambiente estamos en una dinámica de venganza, de desquite y de castigo y no hemos reflexionado mucho sobre esta actitud misericordiosa de Dios.
No es que los escribas y fariseos de aquel tiempo estén muy lejanos de lo que proponía la moralidad bíblica, y nosotros mismos aconsejamos a nuestros seres queridos que no anden con malas compañías y que cuiden sus amistades, pero es que la misericordia de Dios se hace evidente en la misericordiosa acogida de Jesús, y supera todas las previsiones.
Un moderno padre de familia lo mínimo que haría sería propinar un regaño severo con su consecuente castigo. En cambio lo que nos presenta Jesús es una fiesta. Y no porque se haya encontrado una oveja que reportará ganancias, o una moneda que será utilizada, sino por el valor que en sí mismo tiene quien es encontrado.
Estas parábolas nos llevan a dos actitudes concretas: primero será caer en la cuenta que nosotros somos pecadores y con esa confianza, pero también con esa decisión de conversión, acerquémonos a nuestro Dios; y por otra parte, tenemos que cambiar nuestra actitud frente a quien se ha equivocado y lejos de condenar, asumir una actitud de comprensión y de diálogo.