La Inmaculada Concepción
Por: José María Montiu | Fuente: Catholic.net

La solemnidad de la Inmaculada es fiesta grande de aquella que desde el primer momento de su existencia, instante de su concepción, no tuvo pecado original. Ella es la Santísima, la Purísima, brillante purísimo. Toda pura, toda de oro puro, limpia como Dios. Sin mancha ni arruga, sin falta, sin pecado ¡Obra perfectísima del Todopoderoso! Toda preciosa, hermosísima, reflejo de la belleza infinita de Dios, que extasía.
Flor de las flores, sublime poesía, maravilloso canto de Dios, harmoniosa música celestial, llena de gracia, azucena de oro y nieve, mujer más resplandeciente que el Sol, bien proporcionada imagen de Dios, amada madre nuestra, flor de nuestro amor, guapísima madre de Dios ¡Magnífica, estupenda!
La Inmaculada es la Virgen del Adviento, pues es el modelo a imitar para prepararnos bien a la Navidad, al nacimiento. Ella, con mucho amor, con inefable amor de madre, preparó la cuna de su corazón para recibir a su hijo, Jesús. Su corazón fue un cielo para Él.
Una persona es hermosa cuando tiene un corazón hermoso, un alma buena. Contemplar la gran belleza del corazón purísimo de María atrae e impulsa a querer tener un corazón más parecido al suyo, un corazón guapo para el Señor. A Adviento, se va, pues, a ponerse guapo, a ponerse guapa, a parecerse más a la hermosura de Dios. Se va a adornar nuestro espíritu, a purificarlo, a que Dios, el día de Navidad, se ponga muy contento, y pueda exclamar: ¡qué guapo!, ¡qué guapa!, ¡qué alegría!
Preparar la Navidad ha de llevarnos a prepararnos a que en nuestros corazones nazca y crezca Aquel que es la belleza infinita, la belleza sobre toda belleza, el tesoro de los tesoros, el rey de reyes, Cristo, en comparación del cual todas las otras bellezas se desinflan, dejan de ser. Hemos de ponernos guapos, purificarnos, ante el gran nacimiento en nuestra alma del que es toda pureza.
La Iglesia, pues, nos invita a que en Adviento seamos buenos hijos de Dios, que cuidan de la oración, del trato de amor con Dios. También, muy especialmente, a que purifiquemos nuestros corazones en el sacramento del perdón, sacramento de la alegría, de la paz y de la misericordia, que hace de nosotros una nueva creación; un mundo nuevo, gozoso; una tierra nueva, hermosa; un corazón nuevo, rejuvenecido; un espíritu nuevo, convertido; una cuna, amorosa; hombres nuevos, esperanzados; mujeres nuevas, ilusionadas; nuevo impulso; nueva energía; nuevos designios; nueva gracia.
En definitiva, alcemos el vuelo, llenémonos de amor a la persona de Cristo, llenémonos de ideales. Seamos felices, generosos con Dios, dejémonos amar por Dios, dejémonos invadir por la santa alegría. Adviento nos ha de llevar a preparar el nacimiento de Cristo, haciéndonos más guapos. A esto nos ayudará confesarnos. Pues, como ha dicho el Papa Francisco, el sacramento de la confesión ha de volver a encontrar su lugar central en la pastoral de la Iglesia.
Dr. José María Montiu de Nuix, Misionero de la Misericordia


