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Hacer esta pregunta a tu pareja podría salvar tu matrimonio del divorcio
Hacerla o responderla vale mucho la pena.


Fuente: Desde la Fe



Un famoso escritor norteamericano publicó hace tiempo en su sitio web oficial una experiencia muy dolorosa, pero a la vez llena de luz, que quiso compartir con aquellas personas que desean salvar su matrimonio del divorcio.

Se trata de Richard Paul Evans. Actualmente tiene 59 años de edad, vive en Estados Unidos y es padre de cinco hijos. Es uno de los escritores más exitosos, con altos estándares de ventas en todo el mundo.

A continuación publicamos el texto:

Mi hija mayor, Jenna, me dijo recientemente: ‘Mi mayor miedo cuando era niña era que tú y mamá se divorciaran. Después, cuando tuve 12 años, decidí que, como ustedes peleaban tanto, tal vez fuese mejor que se separasen’. Al final me dijo, ‘Me hace feliz que lo hayan resuelto’.

Durante años, mi mujer, Keri, y yo tuvimos problemas.



Mirando atrás, no sé exactamente lo que nos unió, pero nuestras personalidades no combinaban bien. Y cuanto más tiempo estábamos casados, más extremas parecían esas diferencias. Ganar ‘fama y fortuna’ no facilitó nuestro matrimonio. En verdad, exacerbó nuestros problemas.

La tensión entre nosotros subió tanto, que viajar para promover los libros se convirtió en un alivio, pero parecía que siempre pagábamos por ello a la vuelta.

Nuestras peleas se hicieron tan constantes que era difícil incluso imaginar una relación tranquila. Estábamos siempre a la defensiva, construyendo fortalezas emocionales en nuestros corazones. Estábamos a las puertas del divorcio, y discutimos sobre eso más de una vez.

Mi matrimonio, ¿un error?

Yo estaba de gira con un libro cuando las cosas llegaron al límite. Acabábamos de tener otra gran pelea por teléfono y Keri me colgó en la cara.



Yo estaba solo, sintiéndome solitario, frustrado y con rabia. Había llegado a mi límite. Fue entonces cuando me volví a Dios. Me volví contra Dios.

No sé si se puede llamar oración, tal vez gritar a Dios no sea rezar, tal vez sí, pero sea lo que sea, lo que estaba haciendo nunca lo olvidaré.

Estaba en la ducha del hotel Buckhead, Atlanta Ritz-Carlton gritando a Dios que mi matrimonio era un error y que ya no podía seguir más. Por más que yo odiase la idea del divorcio, el dolor de permanecer juntos era demasiado.

Yo también estaba confuso. No lograba entender por qué el matrimonio con Keri era tan difícil. En el fondo sabía que Keri era una buena persona. Y yo era una buena persona.

Entonces, ¿por qué no conseguíamos entendernos? ¿Por qué me había casado con alguien tan diferente de mí?  ¿Por qué ella no podía cambiar?

El cambio está en uno mismo

Finalmente, ronco y destruido, me senté en la ducha y empecé a llorar”.

En el fondo de mi desesperación, me vino una fuerte inspiración. “No puedes cambiarla, Rick. Solo puedes cambiarte a ti mismo“. En ese momento, empecé a rezar. “Si no puedo cambiarla, Dios, entonces cámbiame“.

Recé hasta bien tarde. Recé al día siguiente en el vuelo a casa. Recé cuando entraba por la puerta y cuando me encontré con una mujer fría, que casi ni me miró.

Esa noche, mientras estábamos acostados en nuestra cama, a centímetros uno del otro, pero a kilómetros de distancia, vino la inspiración. Supe lo que tenía que hacer.

La pregunta clave para evitar el divorcio

A la mañana siguiente, me giré en la cama hacia Keri y le pregunté:

-¿Qué puedo hacer para que tu día sea mejor? –Keri me miró con ira.

–¿Qué?

–¿Qué puedo hacer para que tu día sea mejor?

–No puedes hacer nada –dijo–. ¿Por qué me preguntas eso?

–Porque estoy siendo sincero –dije–. Solo quiero saber qué puedo hacer para que tu día sea mejor.

Me miró cínicamente.

–¿Quieres hacer algo? Limpia la cocina.

Ella esperaba que yo me enfadara. En vez de eso, asentí. ‘Está bien’. Me levanté y limpié la cocina”.

Al día siguiente, le pregunté lo mismo:

–¿Qué puedo hacer para que tu día sea mejor?

Ella entrecerró los ojos.

–Limpia el garaje.

Yo respiré hondo. Tenía un día lleno de trabajo y sabía que ella me lo decía a propósito. Estuve tentado de explotar contra ella. En vez de eso, dije: ‘Ok’. Me levanté, y durante dos horas limpié el garaje. Keri no sabía qué pensar.

Un acuerdo conmigo mismo

Llegó el día siguiente.

–¿Qué puedo hacer para que tu día sea mejor?

–Nada –dijo ella–. No puedes hacer nada. Por favor, para de decir eso.

–Disculpa –dije–. Pero no puedo. Hice un acuerdo conmigo mismo. ¿Qué puedo hacer para que tu día sea mejor?

–¿Por qué lo haces? –me preguntó.

–Porque me importas –le dije–. Y nuestro matrimonio.

A la mañana siguiente, le pregunté otra vez. Y la otra, y la siguiente. Después, durante la segunda semana, sucedió un milagro.

Cuando hice la pregunta, los ojos de Keri se llenaron de lágrimas. Después ella empezó a llorar desconsolada.

Cuando logró hablar, dijo:

-Por favor, para de preguntarme eso. Tú no eres el problema. Soy yo. Es difícil convivir conmigo. No sé por qué estás conmigo.

Gentilmente, levanté su cara y la miré a los ojos.

–Porque te amo– le dije–. ¿Qué puedo hacer para que tu día sea mejor?

–Yo soy la que debería preguntarte eso.

–Deberías –dije–. Pero ahora no. Ahora tengo que cambiar yo. Significa mucho para mí.

Ella inclinó la cabeza sobre mi pecho.

–Perdóname por haber sido tan mala.

–Te quiero –dije.

–Te quiero –respondió ella.

–¿Qué puedo hacer para que tu día sea mejor?

Me sonrió con dulzura.

–¿Podemos pasar algún tiempo juntos, quizás?

Sonreí.

–Me encantaría.

Una actitud que se contagia

Seguí preguntándoselo más de un mes. Y las cosas cambiaron. Las peleas terminaron. Después, Keri empezó a preguntar. “¿Qué necesitas de mí? ¿Cómo puedo ser una esposa mejor?”

Las barreras entre nosotros cayeron. Empezamos a tener discusiones significativas sobre lo que queríamos de la vida y cómo podíamos hacernos felices.

No, no resolvimos nuestros problemas. Tampoco puedo decir que no nos hayamos vuelto a pelear. Pero la naturaleza de nuestras peleas cambió. Cada vez más raras, como si hubieran perdido la energía que tenían antes. Las privamos de oxígeno. Ya no teníamos el deseo de machacarnos mutuamente.

Las diferencias se vuelven fortalezas

“Ahora, Keri y yo llevamos casados más de treinta años. No solo amo a mi mujer, también me gusta. Me gusta estar con ella. La deseo. La necesito.

Muchas de nuestras diferencias se volvieron fortalezas, y otras no tienen tanta importancia. Hemos aprendido a cuidar el uno del otro y, más importante, tenemos voluntad de hacerlo.

El matrimonio es difícil. Pero ser padre y madre, mantenerse en forma, escribir libros, y tantas otras cosas importantes y que valen la pena en mi vida también lo son.

Tener una compañera en la vida es un regalo increíble. También he aprendido que el matrimonio puede ayudarnos a curar nuestros defectos. Todos los tenemos.

Con el tiempo, aprendí que nuestra experiencia era una lección mucho mayor sobre el matrimonio. La pregunta que todo el mundo en una relación seria debería hacer a la persona amada es: ¿Qué puedo hacer para que tu día sea mejor?

¿Una receta para todos?

No estoy diciendo que lo que pasó entre Keri y yo funcione a todo el mundo. Tampoco estoy diciendo que todos los matrimonios deben ser salvados.

Pero para mí, estoy increíblemente agradecido por la inspiración que me vino ese día hace tanto tiempo.

Estoy agradecido por que mi familia aún está intacta y porque tengo a mi esposa, mi mejor amiga, en la cama a mi lado cuando me despierto por la mañana.

Y estoy agradecido porque incluso ahora, de vez en cuando, uno de los dos se gire en la cama y diga: ¿Qué puedo hacer para que tu día sea mejor?

Estar haciendo la pregunta o respondiéndola, es algo por lo que vale la pena luchar.







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