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Un modo nuevo de vivir: amando siempre y a todos
Arzobispo de Xalapa


Por: Mons. Jorge Carlos Patrón Wong | Fuente: Semanario Alégrate



Es preocupante como permea en muchos ambientes el insulto y la descalificación. La confrontación sistemática que normaliza la agresión. Sin darnos cuenta nos vemos sumergidos en modos relacionales de faltas de respeto hacia los demás. Hasta las cosas más insignificantes nos descomponen y nos hacen reaccionar de manera visceral.

Por otra parte, cuando hemos sido heridos y llevamos un dolor en el alma, también podemos ser orillados a responder con la misma agresividad, con la misma maldad de la que originalmente hemos sido víctimas.

Como aquellas personas que seguían fervientemente a Jesús, hoy también nosotros nos acercamos a Él y deseamos escucharlo, conscientes de los riesgos que enfrentamos en este ambiente negativo y considerando también las heridas que tenemos. Nos encontramos este domingo con la segunda parte del “Sermón de la Llanura”, donde Jesús se dirige a quienes lo buscan con sincero corazón y quieren escucharlo. Como discípulos de Cristo, tenemos hambre de Él y de su Palabra que nos lleva a escuchar con fe su mensaje y guardarlo en nuestro corazón.

Cansados y desanimados por la violencia imperante, necesitamos del consuelo de la Palabra del Señor para superar esta espiral de mal y generar un ambiente de paz, unidad, respeto y reconciliación.

El ejemplo de David, en el primer libro de Samuel, que no sólo respeta, sino que honra con sus palabras la vida del rey Saúl -teniendo en sus manos la ocasión para vengarse de él que lo perseguía-, prepara el camino para acoger el mensaje misericordioso de Nuestro Señor Jesucristo, y que es la respuesta del evangelio frente a este clima de agresiones que genera dolor y descompone las relaciones humanas.



Al principio podemos estar a la defensiva y sentir que no se puede vivir el mensaje de Jesús, que es imposible de aplicar en nuestros tiempos. “Hay que defenderse, hay que desquitarse, no hay que dejarse”, dirán algunos. En efecto no hay que dejarse envolver por el mal, no hay que dejar que el mal que golpea una vez, se anide para siempre en nuestro corazón, respondiendo con esta lógica mundana.

La negatividad termina por normalizar la agresión y las heridas que llevamos descomponen las relaciones.

Las palabras de Jesús son claras: “amemos a los enemigos, hagamos el bien a los que nos aborrecen, bendigamos a quienes nos maldicen y oremos por quienes nos difaman”.

Un mensaje contracultural que rompe radicalmente con el odio y siembra semillas de paz, unidad y respeto. La fe nos pone siempre del lado del amor, la alegría y la esperanza. No importa lo que hayamos vivido y las agresiones que hayamos recibido. Es posible sanar y no permitir que el mal que nos golpea, se instale en nuestro corazón.

Solo con la ayuda Cristo Jesús es posible romper la dinámica del mal, con el bien; del odio, con el amor; de la violencia, con la paz. Nos toca a nosotros creer y replicar el modo de vivir de Jesús.



No basta con ser correctos y formales. La fe cristiana nos llama al amor auténtico y a la reconciliación como valores que tienen la capacidad de sanar a este mundo lastimado y de engendrar un hombre nuevo, como dice San Pablo.

Con escuchar a Jesús que nos habla en estos términos se experimenta la paz y el consuelo ante tantas cargas y heridas que traemos. Se siente inmediatamente la novedad de su mensaje frente al discurso de división que escuchamos todos los días; nos regresa la alegría que debemos compartir como apóstoles que revelan la maravilla de la fe.

Pidamos al Señor que nos sane de nuestras heridas y que nos convenzamos de la bondad de su modo de vivir; para que amemos a los enemigos y hagamos el bien a todos. En el perdón se realizará el milagro más asombroso para que se haga realidad el cielo y la felicidad en este mundo.

De esta forma, ante las agresiones, tentaciones y arranques viscerales, será posible decir como David, reconociendo en este caso la dignidad de todas las personas: “¿Quién puede atentar contra el ungido del Señor y quedar sin pecado?”.







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