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Como ayudar a que tu hijo tenga una sana autoestima
Que la caridad rija las relaciones de nuestros hijos, para no necesitar grúas emocionales que levanten su autoestima.


Por: Mar Dorrio | Fuente: Aleteia



Una afamada serie de televisión hizo viral una escena en la que un padre entrega a su hijo un billete de 50 € y le pregunta: “¿Cuánto vale?” El hijo, sorprendido, le responde: “50 €”.

Entonces, el padre arruga, aplasta, aporrea el billete y, cogiéndolo entre sus dedos, se lo enseña al hijo de nuevo y le pregunta: “¿Y ahora, cuánto vale ahora?” El hijo vuelve a responder: “50 €”.

El padre asiente y, mientras le muestra el billete, le dice: “Grábate esto en la cabeza: nada de lo que te hagan los demás afecta a lo que tú vales. Aunque te peguen, aunque te injurien, aunque te escupan… Nada de lo que te hagan, nada de lo que te digan, cambia lo que tú eres o lo que tú vales”.

Esta escena conmovió a muchos jóvenes y no tan jóvenes. Era una escena que necesitaba esta sociedad. Necesitamos reforzar muchísimo la autoestima de nuestros hijos. Porque estamos en una sociedad que funciona, cada vez más, como una jungla, donde todo vale; donde no hay límites y donde la caridad es una virtud en peligro de extinción, absolutamente desconocida para un alto porcentaje de la población.

Ojalá tuviésemos la vacuna que nos inoculara una dosis de anticuerpos contra la maldad, la crueldad, la envidia… La cantidad justa que pudiéramos asumir para que esos pecados no nos invadieran nunca más. Y que la mayoria de la población se contagiase de empatía, asertividad, delicadeza, tacto, ternura…



Hace poco, leí en algún sitio que no consigo recordar, que la caridad es la antesala de Dios. Y ya que no encontraremos ninguna farmacéutica que nos proporcione el antiviral, debemos concienciarnos de que nuestra única herramienta es la educación.

Enseñarles a nuestros niños, desde muy pequeños, que tanto ellos como todos los demás valen más de 50 €. Valen ni más ni menos que toda la sangre de Cristo, ni una gota menos.

Así que, la que viste genial en clase y la que nunca se quita el mismo jersey lleno de bolas, valen lo mismo: toda la sangre de Cristo. El que saca buenas notas y el que no da un palo al agua, valen toda la sangre de Cristo.

El que tiene ocho apellidos con guión y siente azul el color de su sangre, y el pailán sin pedigree valen lo mismo: toda la sangre de Cristo. El crack del equipo de fútbol y el perfecto paquete, siguen valiendo lo mismo: toda la sangre de Cristo.

Tenemos que empeñarnos todos –padres, profesores, monitores de campamentos, de actividades extraescolares (que presumimos de católicos)–, en conseguir la excelencia en la caridad. Nos jugamos mucho en ello.



Si conseguimos que la caridad rija las relaciones de nuestros hijos, no necesitaremos grúas emocionales que levanten su autoestima, y el mundo será menos hostil, será un poco más parecido al tan deseado Cielo.

Pero, para ello, tenemos que ayudarles a vivir una caridad real, no una caridad que llegue sólo a los que viven lejos de su zona de confort. Caridad es:

  • No conformarse con recaudar dinero para los pobres, sino asegurarse de que ningún compañero esté solo en el recreo.
  • Dar la vuelta el examen tras recogerlo para no presumir de un 10.
  • No acompañar con risas los comentarios jocosos hacia un compañero.
  • Escoger en su equipo al que sabe que nadie va a querer.

La excelencia en la caridad tiene que estar por encima de la deportiva, e incluso de la académica. Es tener claro el valor de todas y cada una de las personas: toda la sangre de Cristo.

No podemos ser buenos cristianos y pensar que toda esa gente que merece toda la sangre de Cristo no se merece nuestra sonrisa, nuestro saludo, nuestra amabilidad, nuestra mejor versión.

Recordemos y enseñemos a nuestros hijos que, por muy mal que tratemos a una persona o por mucho que le despreciemos, le pasa como al billete de 50 €. Sigue valiendo lo mismo: toda la preciosísima sangre de Cristo.







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