"...Para que crean que Jesús, es el Mesías..."
Por: Pbro. Francisco Suárez González | Fuente: Semanario Alégrate

El término “Cristo” es el equivalente griego de la palabra hebrea “Mesías” que quiere decir “Ungido”. Israel, el pueblo elegido por Dios, vivió durante generaciones en la espera del cumplimiento de la promesa del Mesías, a cuya venida fue preparado a través de la historia de la alianza. El Mesías, es decir el “Ungido” enviado por Dios, había de dar cumplimiento a la vocación del pueblo de la Alianza, al cual, por medio de la Revelación se le había concedido el privilegio de conocer la verdad sobre el mismo Dios y su proyecto de salvación.
El atribuir el nombre “Cristo” a Jesús de Nazaret es el testimonio de que los Apóstoles y la Iglesia primitiva reconocieron que en Él se habían realizado los designios del Dios de la alianza y las expectativas de Israel. Es lo que proclamó Pedro el día de Pentecostés: “Tenga pues por cierto toda la casa de Israel que Dios le ha hecho Señor y Mesías a este Jesús a quien ustedes han crucificado” (Hech 2,36). Los que siguieron a Jesús lo hicieron porque estaban convencidos de que en Él se había cumplido la verdad sobre el Mesías: que Él es el Mesías, el Cristo.
Sin embargo, hay que reconocer que constataciones tan explícitas como ésta son más bien raras en los Evangelios. Ello se debe también al hecho de que en la sociedad israelita de entonces se hallaba difundida una imagen de Mesías al que Jesús no quiso adaptar su figura y su obra, a pesar del asombro y a admiración suscitados por todo lo que hizo y enseñó. Es más, sabemos incluso que el mismo Juan Bautista, cuando se hallaba ya en la cárcel, mandó a sus discípulos a preguntar a Jesús: ¿Eres Tú que ha de venir o esperamos a otro? (Mt 11, 3). Jesús no deja sin respuesta a Juan y confirma su misión mesiánica recurriendo a las palabras de Isaías (Is 35, 4-5; 6, 1).
Jesús evita proclamarse Mesías abiertamente, de hecho, en el contexto social de la época este título resultaba muy ambiguo: la gente lo interpretaba por lo general en sentido político. Por ello Jesús prefiere referirse al testimonio ofrecido por sus obras, deseoso sobre todo de persuadir y de suscitar la fe. Pero entre los habitantes de Jerusalén, por el contrario, las palabras y los milagros de Jesús suscitaron cuestiones en torno a su condición mesiánica.
En Él, la conciencia de la misión mesiánica correspondía a los Cantos sobre el Siervo de Yavhé de Isaías y, de un modo especial, a lo que había dicho el profeta sobre el Siervo Sufriente: (Is 53, 2-5). Así pues, Jesús defiende con firmeza esta verdad sobre el Mesías, pretendiendo realizarla en Él hasta las últimas consecuencias, ya que en ella se expresa la voluntad salvífica del Padre (Is 53,11). Así se prepara personalmente y prepara a los suyos para el acontecimiento en que el misterio mesiánico encontrará su realización plena: la Pascua de su muerte y de su resurrección.


