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El poder transformador de la oración
En la oración tenemos un lugar donde acudir en medio del ambiente de inseguridad.


Por: Mons. Jorge Carlos Patrón Wong | Fuente: Semanario Alégrate



No necesitamos escoger por nuestra cuenta las lecturas para la santa misa, de acuerdo a las necesidades y retos que experimentamos en el momento presente. La palabra de Dios siempre llega con frescura y actualidad a iluminar nuestra realidad y a ofrecernos un mensaje de parte del Señor.

Así reaccionamos, una vez más, sorprendidos y agradecidos con esta palabra actual que trae paz y esperanza a nuestra vida, al exponer el tema de la oración. Abraham sitúa el ambiente de familiaridad, sinceridad y libertad con el que nos podemos mover en nuestra relación con Dios. La oración se presenta como un diálogo abierto y franco con Dios, el cual se vive no como una obligación sino como un reflejo de nuestra condición de hijos de Dios.

Los hijos hablan con sus padres y se manifiestan abiertamente con ellos. Por eso, cuando vivimos la oración desde esta dimensión de confianza no la sentimos como una carga sino como una necesidad porque es parte de nuestra condición como hijos de Dios. Como hijos sentimos la necesidad de estar en la presencia de Dios para expresarnos, para compartirle nuestra vida, para sentirnos asistidos, para ser bendecidos y especialmente para sentirnos amados.

Por eso, la oración debe ser insistente y porfiada, como señala nuestro Señor Jesucristo, porque en la medida que nos mantenemos en este diálogo y súplica confiada al Señor se activa cada vez más nuestra condición de hijos suyos. Jesús nos invita a sorprendernos con la respuesta misericordiosa de Dios que nos ve como hijos y por eso escucha y responde a nuestras oraciones, en la medida que no nos despegamos de Él, sino que insistimos y nos mantenemos en su divina presencia.

Una oración insistente nos lleva al corazón del Padre para que experimentando su providencia y su bondad nos mantengamos siempre confiados en su respuesta a cada una de nuestras plegarias.



Pero regresando a la oración de Abraham podemos destacar una de las cualidades de la oración. En la medida que cuidamos y fomentamos una vida de oración, llegamos a palpar y conocer el amor misericordioso de Dios, el cual nos lleva a pensar más en las necesidades de los demás que en las propias.

El desenlace del diálogo entre Dios y nuestro padre en la fe resulta conmovedor por la compasión que experimenta Abraham y el poder que reconoce en su oración, al tener la capacidad de tocar el corazón del mismo Dios a través de la intercesión, de la súplica insistente para que Dios tenga piedad y misericordia de Sodoma y Gomorra.

La oración nos cambia y nos hace imitadores de la misericordia de Dios. Por eso, una persona que cuida su vida de oración se va dando cuenta cómo Dios transforma su vida, en la medida en que comienza a llevar en su corazón las problemáticas y preocupaciones de los hermanos.

Hay tantas necesidades personales que nos hacen clamar al cielo y buscar a Dios en la oración. No dejemos, por supuesto, de buscar a Dios en el sagrario y de compartirle las preocupaciones y tribulaciones de nuestra vida. Pero en la medida que la oración activa en nosotros nuestra condición de hijos de Dios experimentamos cómo los problemas de los demás entran en nuestro corazón para no dejar de interceder por tantas situaciones difíciles que enfrentan muchas personas.

En el llamado que nos hace la Iglesia para ser constructores de paz en México, reconozcamos que en la oración: tenemos un lugar donde acudir en medio del ambiente de inseguridad que nos amenaza a todos; que la oración afianza nuestra condición de hijos de Dios; que la oración nos preserva del mal que comienza a afectar nuestro corazón, para que nunca reaccionemos ni asumamos la lógica de la venganza y de la maldad; y con la oración de intercesión descubrimos la misericordia de Dios que sigue rescatando a su pueblo, especialmente cuando únicamente nuestros esfuerzos humanos no pueden solucionar el desorden que hemos causado.



No dejemos de insistir -como nos invita nuestro Señor Jesucristo- y de interceder -como Abraham- para que el Señor abra caminos de paz, reconciliación y fraternidad en este pueblo lastimado por los asesinatos, desapariciones e impunidad.







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