Al escribirle a la comunidad cristiana a la que dirige su evangelio, Teófilo de por medio, san Lucas quiere que los cristianos se preparen: uno, para no dar crédito a falsas alarmas de agoreros y charlatanes del fin del mundo, que siempre han existido engañando a la gente; dos, para que, firmes en la fe recibida a través de los apóstoles, sepan afrontar la violencia y la persecución de los enemigos del evangelio de Jesucristo, de fuera y de dentro, el entorno familiar; y tres, para que aprovechen el momento oportuno que se les ofrece, de dar testimonio del evangelio y dar la vida por él.

Al evangelista le interesa que su comunidad sepa que las cosas que suceden en la historia no escapan nunca al control de Dios: “ni uno sólo de sus cabellos perecerá; si se mantienen firmes conseguirán la vida”. A propósito, la pregunta de los discípulos: “cuándo va ocurrir esto y cuál es la señal de que está a punto de suceder”, se justifica, porque sabían que una catástrofe de esa magnitud, como la destrucción del templo y de Jerusalén, sólo podía significar que Dios intervendría en la historia y se inauguraría un tiempo nuevo, mismo que sustituiría los tiempos antiguos.

Sí, el culto del Antiguo Testamento daría paso al culto del Nuevo, al tiempo de la Iglesia, donde a Dios se le daría culto en espíritu y en verdad. Así que para Jesús, esa destrucción que sucedería en el año 70 después de su muerte, no era el signo del fin, todavía. Tal acontecimiento, pues, sería sólo una prueba para la gente de esa generación, que, como tal, sería testigo de la inauguración de la presencia del reinado de Dios en su dimensión universal. Pensándolo nosotros, ahora, tendríamos que poner atención, por ejemplo, con todos los videos que nos llegan a través del móvil o celular y que nos predisponen a creer cosas falsas, erróneas, acerca de estas cosas. Que Dios nos conceda ser una valiosa gotita de agua en el mar infinito de su amor.