Educación, único camino para un verdadero desarrollo cristiano
Por: Pbro. Fernando González Topal | Fuente: Semanario Alégrate

E l pasado 24 de enero de 2023 se celebró el Día Internacional de la Educación, motivo por el cual la Comisión del Episcopado Mexicano (CEM) expidió una carta dirigida a la sociedad en general, pero con apuntes especiales dedicados a los cristianos involucrados en tareas educativas, los cuales me remiten de manera inmediata a lo enfatizado por nuestro Papa Francisco en su encíclica Fratelli Tutti respecto a la educación, mismas que continúan su misión ya ensayada desde 2013 con su fundación Scholas Occurrentes.
Allí, tanto en la encíclica como en la fundación, la educación se concibe como un espacio de encuentro de las diversas comunidades del mundo: sus culturas, fronteras, sus jóvenes y educadores, quienes con sus experiencias de escucha, creación y celebración trascienden las fronteras de los prejuicios y forjan, en cambio, lazos de fraternidad que en un principio se creían incompatibles, con poco o nada en común. Una conciliación en sí, que como lo manifiesta el Papa Francisco en tal encíclica, conlleva a la construcción de una cultura de encuentro, donde se atesoran conocimientos, sueños y expectativas de vida compartidos desde la infancia por educadores, cristianos y personas de todo el mundo, a modo de padres de familia, pues como Jesús dijo: “Está bien: cuando un maestro en religión ha sido instruido sobre el Reino de los Cielos, se parece a un padre de familia que siempre saca de sus armarios cosas nuevas y viejas” (Mt, 13, 52).
En ese sentido, algunas de mis impresiones sobre dicha misiva y la encíclica Fratelli Tutti giran en torno a la máxima de que con distintas inventivas de educadores y educadoras de igualmente diversas disciplinas académicas, geográficas y socioculturales se enriquece el diálogo, ya que al unísono se aporta a la vocación y profesión educativa al trabajar juntos en la construcción de sueños individuales y colectivos, pero sobre todo se aprende a ser hermanos. Esto es, se fragua una educación más humana y humanizante, entendida a manera de educar para la convivencia desde la escuela y la familia: acompañar a hijos o alumnos en el debido proceso de convertirse en personas autónomas y cristianas, quienes con sus respectivas competencias profesionales y valores cristianos desarrollen un proyecto de vida propio, que a la vez contribuya a la transformación de la sociedad para hacerla más justa y solidaria.
“La educación no cambia al mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”, expresó alguna vez Paulo Freire. Por ejemplo, para poseer una convivencia pacífica, es necesario que los alumnos aprendan a ensanchar su visión de respetar la dignidad de las otras personas, los derechos y deberes propios y ajenos, a interactuar con otras personas a partir de prácticas de igualdad, respeto mutuo y de reconocimiento de su dignidad, sin actos y expresiones de violencia alguna. Necesitamos buscar una paz positiva en detrimento de la paz negativa en la que nos encontramos actualmente: una paz positiva consistente en la no manifestación de cualquier forma de violencia contemporánea.
Así, el gran reto al que nos enfrentamos como educadores yace en enseñar a los alumnos a convivir, a establecer relaciones de todo tipo dentro de espacios con violencia cultural y estructural. De allí que debamos trabajar arduamente las inteligencias múltiples de nuestros educandos, tanto intrapersonales como interpersonales; ayudarlos a formar una consciencia no violenta, la cual solamente deviene dejándolos experimentar por sí solos, no existe método de enseñársela: a veces solo viviendo se adquiere el mejor conocimiento. El único consejo al respecto sería entablar conversaciones con los alumnos para conocer sus inquietudes y necesidades, y así poder encaminarlos, por medio de preguntas como ¿qué tipo de relaciones estableces con tus semejantes?; ¿cómo te sientes en tales relaciones?; ¿te gustan?; ¿sientes algunos malestares?; ¿cómo los interpretas?
Tales planteamientos se vinculan con los contenidos de Educar para amar, otro texto proporcionado por el Episcopado Mexicano, el cual versa sobre enseñar en los valores correctos, es decir, puede uno ser una persona amable, encantadora, estupenda, con una eficiencia comunicativa alta, pero si lo soy tan solo para robar, por intereses mezquinos, para aprovecharme de los demás, entonces poseemos una deficiencia de ser. Todo lo que se puede aprender, se puede enseñar; si vivo lo que siento, lo que siento debo reflexionarlo. Por eso es preciso esforzarnos primero en aprender para luego enseñarles a nuestros alumnos valores cristianos y cívicos que les acompañen a vivir dentro una sociedad humanizante, y verdaderamente humana y humanista; incitarles a pensar, conversar consigo mismos y los demás; brindarles herramientas para que encuentren respuestas y construyan respuestas, así como atesoren un pensamiento autónomo, empático, caritativo, generoso.
He ahí hermanos que debemos como formadores en la fe cristiana proveer a nuestros alumnos una educación de valores ante los dilemas morales acaeciendo actualmente, a fin de que ellos mismos encuentren su propio camino de convivencia positiva con un mejor mundo, con una mejor cultura en el amor. Recordemos que vivir constantemente para ser un ser humano comprensivo implica vivir con acciones positivas y en plenitud, ¡y qué mejor que sea en la persona de nuestro Señor Jesucristo!


