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Del monte de la Transfiguración al brocal de un pozo
Estamos llamados a dejarnos encontrar por el Señor, dejarnos interpelar y saciar sólo por Él.


Por: Pbro. Francisco Ontiveros Gutiérrez | Fuente: Semanario Alégrate



Una escena bellísima

Nos encontramos ante una página bellísima del IV evangelio. Jesús está en Samaria, la ciudad capital que se encuentra entre Judea y Galilea, en línea recta a unos 45 km de Jerusalén. Una zona bastante helenizada. Es un lugar que supone riesgos inesperados para los judíos. Es un día ordinario y Juan nos sitúa al medio día. En el momento en el que el sol está en su máximo punto y el calor es agobiante. Jesús está sentado en el redondel del pozo. El evangelista agrega sin rubores que Jesús estaba cansado. En eso, llega una mujer con su cántaro por un poco de agua, que le serviría para sus labores en casa. Los discípulos se fueron todos, extrañamente nadie se quedó con Jesús, fueron a comprar comida.

La transgresión de una norma

No era común que un hombre y una mujer entraran en diálogo, mucho menos en un diálogo tan largo como el que nos relata el autor. Por eso esto causa extrañeza a los discípulos. La conversación comienza siendo sobre el agua (cfr. Jn 4,7-15) y la mujer parece burlarse de la oferta de agua que le hace Jesús, ¡no tiene con qué sacar el agua!, luego la plática adquiere un tono de intimidad porque comienzan a hablar del estado marital de la mujer (cfr. Jn 4,16-18). Por último, la plática se va a cuestiones del nuevo culto (Jn 4,19-26).

El agua de la vida



Jesús le ofrece a esta mujer un agua diferente. No el agua estancada del pozo, sino agua viva, nueva, fresca, agua de calidad, sin contaminantes. El agua que Jesús aporta tiene una característica especial: quien la beba nunca más tendrá sed. Es una oferta bastante impresionante. Él está dispuesto a acabar con la sed que lleva a buscar aguas que no nutren ni alimentan. Esa sed existencial que llevó a esta mujer a estar con cinco maridos y no encontrar en ninguno de ellos la satisfacción profundamente unitiva que ella deseaba. De todas las relaciones fracasadas que había tenido, y que la tenían lastimada, Jesús le ofrece una relación que la restaura, la integra, la sana. Es el encuentro directo con Jesús, el sentirse amado por Él lo que pone en camino, lo que lleva a salir al encuentro del otro y comunicarle la sanidad, integración y saciedad que me ha implicado el encuentro directo con Él.

Llamados a ser en la samaritana

Escribe Mauriac de la samaritana: “la mujer que tuvo cinco maridos y hoy tiene un amante”. Esa es la experiencia a la que nos quiere trasladar la cuaresma. Encontrarnos con el Mesías que se nos presenta en un mediodía ordinario, sentado en el pozo, sin reflectores ni poses, sino cansado, polvoriento y lleno de sed. Sin fotógrafos ni paparazzi, sencillo, ofreciéndole a la mujer una relación que la sacie y la integre. Él no la manda por más personas, de ella brota el deseo de ir por los demás para que ellos tengan esa experiencia sanadora que ella tuvo. Estamos llamados a dejarnos encontrar por el Señor, dejarnos interpelar y saciar sólo por Él y a salir así, integrados y saciados, por otros para que vivan la misma experiencia y esta historia no deje de repetirse.







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