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El milagro de una madre
¿A quién quieres más en la tierra que a tu propia madre?


Por: Marcelino de Andrés y Juan Pablo Ledesma |



Una de las cosas que al menos a mí me resultan más atractivas, pero a la vez más difíciles de describir es la figura de una madre. Y creo que a todos nos pasa un poco lo mismo. Experimentamos la frustración de no encontrar en el lenguaje palabras y expresiones que reflejen adecuadamente toda la riqueza de la personalidad materna. Nos parece que todos los calificativos y piropos se nos quedan cortos y no hacen plena justicia a la realidad inmensa de lo que es una madre.

Por eso ahora he querido ceder -en gran parte- la palabra a alguien (desconozco su nombre) que logró escribir de su madre algo digno de ella y creo también de la de cada uno de nosotros.

“Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados. Una mujer que siendo joven tiene la reflexión de un anciano y en la vejez trabaja con el vigor de la juventud. Una mujer que si es ignorante descubre los secretos de la vida con más acierto que un sabio, y si es instruida se acomoda a la simplicidad de los niños. Una mujer que siendo pobre se satisface con la felicidad de los que aman, y siendo rica daría con gusto su tesoro por no sufrir en su corazón la herida de la ingratitud. Una mujer que siendo vigorosa se estremece con el vagido de un niño, y siendo débil se reviste a veces con la bravura de un león.

“Una mujer que mientras vive no la sabemos estimar porque a su lado todos los dolores se olvidan; pero después de muerta daríamos todo lo que somos y todo lo que tenemos por mirarla de nuevo un solo instante, por recibir de ella un solo abrazo, por escuchar un solo acento de sus labios".

“De esta mujer no me exijáis el nombre si no queréis que empape con lágrimas vuestro álbum, porque yo la vi pasar en mi camino".

“Cuando crezcan vuestros hijos leedles esta página y ellos, cubriendo de besos vuestra frente, os dirán que un humilde viajero, en pago del suntuoso hospedaje recibido, ha dejado aquí para vosotros y para ellos un boceto del retrato de su madre”.

También el autor de esas líneas tuvo que admitir no haber logrado más que un boceto del retrato de su madre. Un esbozo, desde luego, pero que ya así cautiva el alma de un buen hijo. Y es que de una madre, basta un bosquejo para arrancar admiración, gratitud
y cariño.

Creo que cada uno, aunque no seamos capaces de decir de nuestra madre todo lo que es para nosotros, siempre podremos darle las gracias por el milagro de serlo. Siempre estaremos en grado de demostrarle un poco más nuestro cariño por ser lo es. Y deberíamos rezar para que siempre lo siga siendo.





 







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