4 de junio de 2023
¡Así de grande es Dios!
Por: Javier Castellanos, LC | Fuente: somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
«Señor, Tú tienes palabras de vida eterna.» (Jn 6, 68) Yo creo en ti, y por eso vengo a tu presencia en esta oración. Tú me invitas a participar de tu misma vida unido al Padre y al Espíritu Santo. Permíteme descubrir las maravillas de esta vida divina y crecer en ella por el amor. Así sea.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 3, 16-18
Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna. Porque Dios no envío a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
El ser humano sólo puede abarcar con sus manos un puñado de gotas: pero frente a él aún queda todo un océano por descubrir. Algo similar ocurre con el misterio de la Trinidad y de su Amor. En ambos, las palabras se quedan cortas y el horizonte permanece sin agotar. Incluso podríamos llevar esta imagen más adelante, pues el mar no ha sido hecho para agarrarlo. Ante algo tan grande sólo hay dos actitudes posibles: quedarnos en la orilla, contemplando un horizonte tan vasto, o bien sumergirnos en él.
Cristo nos habla del Padre y del Espíritu para «sumergirnos» en la vida de Dios. Una vida en la que reina el amor, la entrega, el olvido de sí por el otro… Y tan grande es este océano de caridad, que el agua se desborda de cualquier recipiente. Tanto ama el Padre al Hijo que por Él crea el universo entero: lo ama tanto como la distancia entre las galaxias, como el número infinito de estrellas, como la efusión de vida en nuestro planeta. Este amor entre el Padre y el Hijo es tan potente y tan dinámico, que se trata de una Persona distinta: el Espíritu Santo.
Podríamos tal vez preguntarnos: ¿no es esto algo demasiado abstracto y lejano de nuestra realidad humana? ¿Qué relación tiene la Trinidad con nuestra propia vida? Precisamente por este motivo el Hijo de Dios asume nuestra naturaleza humana. El Padre nos crea por amor, y por amor nos envió a Cristo, para salvarnos. Su amor por el Hijo es tan grande -¡Tan grande!- que en él cabemos todos los hombres y mujeres de este mundo. «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único…» Para el océano del Amor divino no hay muros ni barreras que resistan. Inunda toda nuestra existencia, pues por él hemos nacido, por él recibimos la vida cada día, y en vista de él sucede todo en nuestra vida. Incluso nuestro pecado, decía San Agustín, pues nuestra miseria es el recipiente de la misericordia divina. «Dios envió a su Hijo para que el mundo se salvara por Él…».
Ante misterios tan grandes sólo hay dos opciones. Podemos quedarnos en la orilla, contemplando con asombro un horizonte tan vasto, o bien podemos –y debemos- adentrarnos y nadar cada vez más profundo, abriendo espacio en nuestro corazón para Dios, dejando que el Amor vaya empapando cada acto de nuestra vida.
«Llevar siempre con nosotros la Palabra, leerla, abrir el corazón a la Palabra, abrir el corazón al Espíritu es lo que nos hace entender la Palabra. Y el fruto de este recibir la Palabra, de conocer la Palabra, de llevarla con nosotros, de esta familiaridad con la Palabra, es un fruto grande: la actitud de una persona que hace esto, es animado por la bondad, benevolencia, alegría, paz, dominio de sí, docilidad».
(Homilía de S.S. Francisco, 9 de mayo de 2017, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy buscaré estar disponible para mi familia, entregando mi tiempo y mi atención sin poner límites de tiempo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Reflexión de Mons. Enrique Díaz en audio: