Una mirada que cambia la vida
Por: Mons. Jorge Carlos Patrón Wong | Fuente: Semanario Alégrate
El autor del primer evangelio quiso compartirnos su propia experiencia vocacional en la que destaca su primer encuentro con Jesús. Lo hace de manera impersonal porque lo que le preocupa no es transmitirnos su recuerdo, sino la imagen impactante de Jesús en los inicios de la Iglesia.
La mirada, el llamado, la cercanía y la predicación de Jesucristo tocaron su corazón, generándole alegría y esperanza. Así entró el Señor en la vida de un pecador, en la vida de un recaudador de impuestos, en la vida de Mateo.
Hubo tanta novedad y sorpresa en ese bendito encuentro que le cambió la vida, que en su relato nos pone en contacto vivo con Jesús, con su gran corazón, con su grandeza de ánimo y con la dirección que el Señor le da a su misión: ir al encuentro de los enfermos y pecadores.
Además de mirarlo, llamarlo, ir a su casa y pronunciar su palabra, el Señor lo defendió, pues no teme al puritanismo de los fariseos que en la intimidad de ese encuentro y en la privacidad de esa casa comienzan a descalificarlo por convivir con un pecador, como este recaudador de impuestos.
Jesús siente la presión a la que están sometidos sus discípulos cuando los fariseos les preguntan sobre el procedimiento de su maestro al mezclarse con personas de mala reputación. En este contexto surge una de las respuestas más memorables de Jesús que rescata a Mateo, le genera esperanza y le señala el camino vocacional que emprende a su lado: “No son los sanos los que necesitan de médico, sino los enfermos. Vayan, pues, y aprendan lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.
La misericordia se pronuncia con solemnidad en los labios de Jesús y se asoma luminosa y novedosamente en la vida de Mateo. Por ser recaudador de impuestos, se había acostumbrado a ser tratado con desprecio, a que nadie lo mirara, a ser considerado un traidor y un ladrón por trabajar para los romanos, a recibir un trato inmisericorde. Como publicano, no tenía derechos civiles entre los judíos y la gente lo evitaba.
Pero hay alguien que no lo evita, sino que lo mira a los ojos y es capaz de ofrecerle una mirada de compasión, no de condenación, como todos lo miran, de regalarle una sonrisa y confiar en él. La mirada amorosa y compasiva de Jesús provoca que él pueda captar la inmensidad del mensaje pronunciado en una sola palabra que Jesús le dice. Ya le había hablado tanto a su corazón con la mirada y ahora el Señor le dice: “Sígueme”.
Por eso, prosigue el evangelio, “Él se levantó y lo siguió”. Sólo fue una palabra la que coronó la inmensidad del mensaje que Jesús le había transmitido con una mirada. El Señor con su mirada toca el corazón y provoca un movimiento irresistible de amor que lleva a Mateo, y a todos los hombres y mujeres llamados a lo largo de la historia, a una respuesta pronta, alegre y generosa.
Y, como en un torbellino de amor y misericordia, de la mesa de recaudador de impuestos, Mateo se ve ahora compartiendo la mesa con el Señor en su propia casa. En muchas culturas, y ciertamente en la cultura oriental, sentarse con otro a la mesa es señal de comunión. No sólo es compartir la comida, sino compartir la vida. Seguir a Jesús es tener el privilegio de estar en comunión con él, de sentarse junto a él y recobrar la alegría de la vida.
El Señor nos llama para seguirlo y estar con Él. Hay tanto por hacer y tantos caminos por recorrer, pero lo primero es estar con Jesús, disfrutar de su presencia y crecer en su intimidad. Esta cercanía e intimidad transforman al apóstol y lo llenan del Espíritu de Jesús que compartirá en la misión que se le encomiende. No compartirá únicamente lo que ha aprendido, sino lo que ha vivido en la intimidad con el Señor; esa emoción que el amor de Cristo ha dejado en su corazón al mirarlo con misericordia, después de estar acostumbrado a ser mirado con desprecio por los demás.
Jesús vio a un hombre y le dijo: “Sígueme”, y el hombre, dejándolo todo, le siguió sin demora. Sólo Jesús puede llamar de esa manera, puede vincular a otro de modo tan radical a su persona y a su camino. Porque sólo Jesús, él mismo, es la verdad, la vida y el camino. El que llama es Jesús, el que responde, una persona como tú, como en su momento fue Mateo el publicano.
Dejarlo todo para seguir a Jesús no es dejar a los hombres, sino lo contrario, pues Jesús, que vino al mundo para salvar a los pecadores, nos encamina hacia la misericordia y no hacia los sacrificios. Por eso critica a los fariseos, a los puros, a los que se apartaban de los pecadores, a los que se tenían a sí mismos por justos y condenaban a los demás.
Al seguir al Señor descubrimos que nuestro lugar está en su Sagrado Corazón, donde experimentamos su infinita misericordia. Que la fiesta de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, el próximo fin de semana, impulse nuestra perseverancia al recordar que Jesús nos llama para estar con él, para revelarnos los secretos de su divino corazón.