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La corrección hecha con y por amor
Que, cuando nosotros seamos corregidos, reaccionemos con humildad y esperanza.


Por: Mons. Jorge Carlos Patrón Wong | Fuente: Semanario Alégrate



Una vez que Cristo ha llegado a nuestras vidas debemos esforzarnos para mantenernos en el camino del evangelio, por lo que será necesario para este propósito aceptar la guía espiritual de la Iglesia, así como la corrección fraterna de los hermanos que nos quieren y buscan en todo momento acercarnos o regresarnos al camino del Señor.

El fundamento y la motivación más importante de la corrección fraterna es la caridad. Al practicar en la familia y en la comunidad cristiana la corrección fraterna, nos mueve únicamente el cariño que tenemos a las personas y la preocupación que sentimos para que reine en sus corazones el amor de Cristo Jesús.

No se corrige para juzgar y someter a los demás, mucho menos para exhibir los errores ajenos o para ponerse uno como ejemplo. Se trata de un servicio de caridad, pues nos duele la situación que pueden estar viviendo algunos hermanos y la forma como se puede seguir complicando su vida, si no se enmiendan como es debido.

Por lo tanto, el principio que inspira la corrección fraterna es promover su crecimiento espiritual y humano. Corrige uno para rescatar al hermano y acercarlo a Dios. Nos mueve el hecho que también nos hace sufrir y nos preocupa mucho su situación pecaminosa, por lo que nuestro propósito es acercarlo a Dios.

No formamos parte de una comunidad de perfectos, sino de una comunidad de hermanos que reconocen sus limitaciones y necesitan el apoyo del Señor y de los demás para superar sus propias miserias. En cualquier momento de nuestro caminar se pueden presentar errores y caídas. Lo importante es mostrar siempre caridad y paciencia para ayudar a los hermanos y ofrecer el servicio de la corrección fraterna.



Con su corazón misericordioso, Jesús ayudó a los apóstoles a superar sus propias miserias y a levantarse de sus caídas. Los evangelios nos muestran el proceso que vivieron los apóstoles siguiendo a nuestro Señor Jesucristo, donde se van presentando diversos casos: falta de fe, dureza de corazón, cobardía, las pretensiones ambiciosas de Santiago y Juan, la negación de Pedro y la traición de Judas.

Como dice el evangelio de San Juan: “Él sabía muy bien lo que hay en el hombre” (Jn 2,25). Y, a pesar de todo, siguió amándolos, perdonándolos, llamándolos, corrigiéndolos y confiando en ellos. Por tanto, el ejemplo del Señor marca la pauta para realizar la corrección fraterna con caridad, paciencia y esperanza.

Jesús no se queda estancado en nuestro pasado negativo, sino que considera lo que podemos llegar a ser en la medida que lo amemos, confiemos en su palabra y aceptemos la mediación de la Iglesia que nos ayuda a crecer en la amistad del Señor, a través de la corrección fraterna.

Considerado el ejemplo del Señor, no se puede hablar de corrección fraterna sin el debido amor por el prójimo. De ahí que San Pablo exhorta a los romanos: “No tengan con nadie otra deuda que la del amor mutuo, porque el que ama al prójimo, ha cumplido ya toda la ley”. Y termina diciendo: “…quien ama a su prójimo no le causa daño a nadie”.

A partir de este fundamento bíblico, San Agustín afirma: “Solo aquel que ama puede corregir”.



El extraordinario testimonio de caridad de la Madre Santa Teresa de Calcuta, a quien celebramos hace algunos días en la liturgia de la Iglesia, nos ayuda a visualizar esta motivación fundamental de la corrección fraterna, a la que nos invita el santo evangelio.

Además de su exquisita caridad con los pobres, Madre Teresa de Calcuta se convirtió también, por su relación profunda con el Señor, en una maestra del espíritu. Hablando del apostolado de la amabilidad y la sonrisa, decía: “Las palabras amables pueden ser cortas y fáciles de decir, pero sus ecos son realmente infinitos”.

En los santos siempre encontramos reflexiones y experiencias valiosas para aterrizar mejor el servicio de la corrección fraterna. En una ocasión le preguntaron a San Francisco de Asís: “Hermano Francisco, y si una persona se equivoca todo el día, tengo que ir cada rato a corregirla”. Y el santo respondió: “No es necesario que vayas a corregirla a cada rato, pero vive de tal manera que tu forma de ser reprenda al hermano”.

En algunos casos nuestro testimonio, caridad y amabilidad serán la ocasión para que los hermanos se sientan interpelados y piensen en la necesidad de cambiar. Pero como cristianos no dejemos de ofrecer en el nombre de Dios este servicio de la corrección fraterna. Y que, cuando nosotros seamos corregidos, reaccionemos con humildad y esperanza, reconociendo el amor y la preocupación de los hermanos para que nunca nos apartemos del camino del Señor.







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