El amor cuida y acompaña
Por: Pbro. Francisco Ontiveros Gutiérrez | Fuente: Semanario Alégrate
Plenitud de la ley
A lo largo de nuestra vida nos topamos con muchas normas y leyes que van tratando de mostrarnos la ruta, todas con el fin de ayudarnos a vivir mejor nuestras relaciones. La cuestión de las relaciones no es nada sencilla; la forma en la que salimos al encuentro de los otros nos ayuda a conocer qué es lo que hay en lo profundo de nuestras motivaciones. Digamos que lo que se ve de las relaciones es tan solo la punta del iceberg. Ante tantos códigos morales, normas, leyes y dictados, todos tenemos la valentía de preguntarnos qué es lo más importante. ¿En qué se resume la ley? Pablo nos ayuda al sostener que: la caridad es la ley en su plenitud (cfr. Rom 13, 10).
Quien ama no causa daños
Si el amor es la manifestación más clara de la ley, la pregunta siguiente nos plantea ¿cómo amar?, cuando sé que lo que realizo lo hago por amor y no por otras motivaciones que oscurecen mis actos. Tal parece que la señal que nos hace comprender que amamos es que no causamos daños a los demás. Una mirada de amor a nuestros hermanos es la que nos permite animarlos, promoverlos, acompañarlos, desearles todo lo bueno en su favor. Por el contrario, quien se mantiene a la distancia, con una mirada vengativa, buscando que al otro le vaya mal, está en la ocasión de replantearse la calidad de su amor. En definitiva, a amar se aprende amando.
Te he constituido centinela
Dios nos ha creado para el encuentro, gozamos de la compañía de los demás, disfrutamos la amistad y la retroalimentación. Dios nos ha constituido pueblo, comunidad, hermanos. La pregunta con la que sorprendió a Caín fue, precisamente, por su hermano (Gn 4,9). Cuando la mentira anida en el corazón se genera un ambiente de confusión, que conduce al desinterés del propio hermano y es cuando comienza a carcomer la muerte. El corazón lastimado es el que irrumpe: ¿soy yo el guardián de mi hermano? (cfr. Gn 4,9). De tal manera que nuestra vida en comunidad lleva consigo el gesto de ayuda y cooperación, de solidaridad y caridad con todos, hasta que, superados los conflictos alcancemos la felicidad. Nuestra vocación nos llama a ser una comunidad de hijos felices y no de soldados iracundos.
Corrección y oración
Resulta fascinante que, justo cuando Jesús les habla a sus discípulos de la importancia de la corrección fraterna (cfr. Mt 18,15- 20), ahí mismo les habla de la oración. Los cristianos estamos llamados a cobijar en nuestro propio corazón los mismos sentimientos del Hijo. Esa es nuestra motivación más profunda, hacerlo todo en Cristo, con Él y por Él, de lo contario nos convertiremos en jueces implacables o en abogados vendidos. La corrección va de la mano de la oración. Pedirle al Señor la gracia de mirarnos con su mirar y de interceder unos por otros es el camino de la reconciliación, que incluye la corrección mutua.