La alegría en la injuria y la persecución
Por: Mons. José Rafael Palma Capetillo | Fuente: Semanario Alégrate

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,10). Dichosos serán ustedes cuando los seres humanos los odien, los expulsen, los injurien y proscriban su nombre como malo, por causa del Hijo del hombre; ¡ay de ustedes cuando todos los halaguen, porque de la misma manera trataron a los falsos profetas en tiempos de sus antepasados! (Lc 6,22.26. Aceptar cada día el camino del evangelio, aunque nos traiga problemas, esto es santidad (Gaudete et exultate, 94).
La bienaventuranza de los perseguidos es una de las cuatro que testifican tanto Mateo como Lucas y es la única a la que sigue un breve comentario del mismo Jesús. El elemento que mejor distingue y caracteriza las dos versiones es el motivo por el cual se es perseguido: “por causa del Hijo del hombre” para Lucas, y “por la justicia” según Mateo.
No todo perseguido entra en la categoría de los que Jesús llama ‘bienaventurados’, ni siempre podrá ser considerado mártir. Al respecto, Jesús recomendó a sus discípulos una actitud básica: “Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra” (Mt 10,23). En efecto, la persecución no se provoca por el perseguido, y siempre el martirio será el último recurso para defender la fe y la verdad en el nombre de Cristo.
En la versión de Mateo, cuando subraya: “Bienaventurados serán ustedes cuando los injurien, y los persigan y digan con mentira toda clase de mal contra ustedes por mi causa”, se refleja la preocupación por distinguir la persecución con motivo de la justicia y la que tiene otra causa.
Cristo fue perseguido en verdad y ‘por causa de la justicia’. Un primer momento de persecución y angustia lo vive la sagrada familia en la huida a Egipto y la matanza de los inocentes (cf Mt 2,13-18); en ella, como en toda persecución, se manifiesta la oposición de las tinieblas a la luz: “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11). Desde su nacimiento hasta su muerte en cruz, Cristo estará bajo el signo de la persecución. Su vuelta de Egipto (cf Mt 2,15) recuerda el Éxodo (cf Os 11,1) y presenta a Jesús como el liberador definitivo (cf CATECISMO de la IGLESIA CATÓLICA, 530). Sus discípulos son invitados por el mismo Jesús a compartir la persecución con él (cf Jn 15,20).
El apóstol Pedro distinguía ya entre sufrir la persecución por ser cristiano y padecer por ser “homicida, ladrón o malhechor” (1Pe 4,15-16). También Pablo con frecuencia exhorta a los creyentes para que no den motivo de censura con su comportamiento. Los primeros predicadores cristianos exponían también la posibilidad de que la persecución pudiera estar determinada por la conducta incoherente de los cristianos y no sólo por el odio al nombre de los seguidores de Cristo.
En los libros sapienciales de la Biblia encontramos una referencia a la conciencia y sus remordimientos o libertad: “Huye el impío, sin que nadie lo persiga, mas el justo se mantiene a pie firme como un león, sin asustarse de nada” (Prov 28, l). El libro de Job presenta el ‘corazón’ como testigo de la moralidad: “Mi corazón no me condena” (Job 27,6). Si alguna vez pasáramos por alguna persecución deberíamos unirnos a san Dimas, el buen ladrón sobre la cruz, y exclamar como él: “Nosotros sufrimos con razón un suplicio, porque lo merecemos; en cambio, éste ningún mal ha hecho” (Lc 23,41). Esta referencia ayuda a los creyentes a no caer en inútiles complejos de persecución, frente a la creciente hostilidad del mundo secularizado. La actitud ideal del discípulo de Cristo, en relación con la oposición al mundo, la traza el apóstol Pablo cuando dice: “Si nos insultan, bendecimos. Si nos persiguen, lo soportamos. Si nos difaman, respondemos con bondad” (1Cor 4,12- 13). Como discípulos misioneros de Cristo –además de orar por el pueblo de Dios– podemos ayudar a nuestra propia familia y a la comunidad a discernir los signos de la verdadera persecución y la conducta que hay que enmendar.