La nueva alianza que nos hace vencer las tentaciones
Por: Mons. Jorge Carlos Patrón Wong | Fuente: Semanario Alégrate
Al recibir el signo de la ceniza, el miércoles pasado, hemos manifestado nuestra respuesta al Señor, para iniciar con la Iglesia este camino penitencial. Hemos recibido la ceniza para aceptar nuestro pecado y nuestra fragilidad humana, así como para suplicar al Señor su gracia y su misericordia, a fin de que no se pierda nuestra vida como el polvo de la tierra.
La Palabra de Dios nos hace ver que no basta el sentimiento y el dolor de los pecados, sino que debemos comprometernos con un cambio sincero a través de la espiritualidad que nos propone el tiempo de cuaresma. El arrepentimiento, que por la gracia de Dios seguimos experimentando en medio de una sociedad donde impera el relativismo moral, debemos consolidarlo con una vida de oración, así como con el ayuno, la penitencia y las obras de misericordia.
En efecto, como a Nuestro Señor Jesucristo, también a nosotros el Espíritu Santo nos empuja al desierto. No se trata necesariamente de un destino al que acudamos de manera voluntaria. Por eso, el Espíritu Santo nos impulsa al desierto para abandonarnos en el Señor y poner en él toda nuestra confianza. Y, como lo dirán otros evangelios, para comprobar que no sólo de pan vive el hombre.
Nos resulta muchas veces incomprensible y hasta escandaloso que entre más unidos estemos al Señor, más experimentemos las tentaciones del enemigo. De acuerdo a nuestra expectativa es cuando más deberíamos estar preservados de los ataques del maligno.
Y, sin embargo, es cuando quizá más sentimos la tentación de dudar, de renunciar y de volver a las seguridades del mundo. El enemigo despierta nuestras pasiones, busca apartarnos del Señor y hacer quedar mal a Dios en nuestra vida. En el desierto espiritual se pueden, por eso, percibir las estrategias del enemigo que nos ataca, nos incomoda y nos confunde para que desistamos de un camino de conversión que nos lleve a la felicidad en Dios.
A diferencia de Mateo y Lucas, Marcos no nos presenta tentaciones concretas, sino que menciona esta experiencia por la que pasó Nuestro Señor Jesucristo para que nosotros caigamos en la cuenta que durante toda la vida estaremos siendo tentados y atacados por el enemigo.
La cuaresma hace una reflexión seria sobre el tema de las tentaciones. No se trata de tener una visión piadosa sobre este asunto, o una actitud ingenua que no nos permite ubicarnos con sentido crítico delante de las tentaciones del enemigo. Solemos confiarnos al pensar que vivimos en la modernidad y tenemos el criterio suficiente. De esta manera somos vulnerables y caemos en los engaños del enemigo.
No podemos exponernos, ni ser ingenuos ni pretender pasarnos de listos en nuestra lucha contra el espíritu del mal. Lo que nos asegura la victoria delante de las tentaciones es estar unidos íntimamente al Señor, suplicándole su gracia y el auxilio de los ángeles, como dice el evangelio respecto de la experiencia de Jesús, para desenmascarar las trampas del enemigo.
Se trata de cuidar la vida espiritual cultivando la relación con Dios, como nos enseña Jesús a lo largo de su vida. El libro del Génesis, en la primera lectura, nos recuerda la alianza que Dios hizo con el hombre de preservar para siempre la vida.
Por medio de Jesucristo hemos conocido todo el alcance de esta alianza, pues no sólo preserva la vida, sino que la moldea como el alfarero, la rescata de su finitud, la libera del dominio de satanás y la redime con su sangre gloriosa. En Cristo se ha hecho indestructible la alianza con Dios, a pesar de los ataques del enemigo.
Por lo tanto, es el tentador el que pretende destruir la obra de Dios, la vida del hombre y su relación con Dios. Sus ataques no se quedan en cosas triviales, sino que llevan ese propósito, por lo que va maquinando sus estrategias considerando la fragilidad del ser humano.
Dios nos da cita en el desierto cuaresmal para ejercitarnos en este combate espiritual, en la medida que seguimos el estilo de vida de Jesús. Siendo conscientes de esta lucha diremos con todo nuestro corazón la súplica que incluyó Jesús en el Padrenuestro: “No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal”.