IV Domingo de Pascua. El buen pastor da la vida por sus ovejas
Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net
La semana pasada en nuestra reunión de Obispos, se tocaron muchos temas: las elecciones, la violencia, la agenda por la paz, las vocaciones, los jóvenes… pero un tema que aparece siempre en al fondo como base de toda la estructura social y eclesial es la familia. Fueron desfilando ante nuestros ojos las estadísticas impresionantes de familias deshechas, de familias incompletas o en situación especial. Los mapas de la pobreza y la marginación, las rutas de migrantes, los niños de la calle, la violencia que ha destruido infinidad de hogares, nos hablan de una situación de emergencia en este nuestro querido México. Cifras duras, producto de encuestas e investigaciones serias, que duelen y preocupan, porque detrás de cada número y de cada estadística hay un niño, una mujer o un hombre, que tienen el corazón destrozado y que le pierden sentido a su existencia. Puestos así, en evidencia, parecen gritar buscando soluciones. Cada rostro trae en su corazón una dura realidad familiar. Y más ante las palabras de la carta de San Juan: “Queridos hijos: Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos”. ¿Cómo puede alguien víctima de la violencia o del abandono, sentirse amado por Dios? ¿Cómo experimentar el amor, si no es en la familia?
Dos imágenes se nos ofrecen en este día, las dos muy queridas y con un profundo significado, pero me temo que también las dos puedan quedar fuera de sitio en nuestra moderna sociedad. La Carta nos presenta a Dios como el Padre que ama entrañablemente a sus hijos y que hace despertar en nosotros el anhelo de parecernos a Él. El Evangelio, la imagen tierna del buen pastor que da la vida por sus ovejas, que las conoce, que es reconocido por ellas, que escuchan su voz y que sueña con tenerlas todas reunidas en un solo redil. Extraña combinación de elementos porque aparecen también en esta parábola, el amor eterno del Padre, la unión con su Hijo y la urgencia de una vida de comunión y fraternidad para realizar la misión confiada al Hijo. ¿Cómo vivir ahora esta experiencia de un Dios que nos ama sobre todas las cosas, que nos mira como al hijo de sus entrañas y que jamás nos aparta de su amor? ¿Cómo sentir esa protección y cuidado que las culturas rurales expresan en la imagen del pastor que es capaz de dar la vida por sus ovejas? Han quedado en el recuerdo, para la mayoría de nosotros, las imágenes del campo y ocupan la mente y la imaginación, las imágenes de la ciudad. En días pasados observábamos con un amigo cómo un pastor con muchas dificultades hacia pasar sus ovejitas por un puente peatonal sobre una gran avenida en las orillas de la ciudad. “Ese pastor está fuera de sitio”, me comentaba, y hoy al escuchar a Jesús presentándose como el buen pastor me inquieta esta imagen pensando que quizás también muchos consideren a Jesús, Buen Pastor, como fuera de sitio.
Pero más allá de las imágenes, está la realidad que a través de ellas se nos quiere presentar: un Dios amoroso que no duda en llamarnos hijos, que nos mira con gran ternura pues no hay mayor experiencia que la del padre o la madre que ve brotar retoños de su vida, de su sangre y de su persona. Igualmente, no se puede experimentar un amor más hermoso que el sentirse hijo amado, recibiendo vida y fuerza, y todo de manera gratuita. Es la gran enseñanza que nos da Jesús al mostrarnos a Dios como su Padre y como nuestro Padre, unidos en amor. Es la experiencia que todos tenemos derecho a vivir en la familia: la gratuidad, el amor, la aceptación sin condiciones, la oportunidad de crecer, el regalo de la reciprocidad y la fraternidad. Tarea grande, difícil, pero de una riqueza que llena el corazón. Contemplando a Dios como Padre/madre, volvamos nuestra mirada a nuestras familias y renovemos la ilusión por hacer de cada casa un encuentro de amor, compresión, aceptación y gratuidad. Cada familia debería ser la expresión concreta del amor de Dios.
Cuando Jesús se nos presenta como el Buen Pastor, no dice simplemente que es un pastor sino el Buen Pastor. Ya el profeta Ezequiel, cuando hablaba de los malos pastores de Israel, vaticinó un pastor único que, a diferencia de aquéllos, se preocupe de apacentar a las ovejas, sea el fiel sucesor de su padre David que arriesgaba su vida por salvar el rebaño de las fieras del campo. Jesús llegará más allá todavía. Él no se limitará a arriesgar la vida por su grey, él morirá por salvarla. Por eso nos dice en este pasaje: Yo doy mi vida por las ovejas. En realidad, desde que nació, fue entregando su vida por los hombres, día a día desgranando su existencia para ayudar a los demás, hasta gastarse del todo en la Cruz. Pero aquel momento no fue el final. Podríamos decir que fue más bien el principio, el comienzo de una nueva era, la del tiempo mesiánico. Por eso ahora nos vuelve a decir el Señor que da su vida por nosotros, que nos sigue buscando, que nos ama y nos protege de los lobos. Dejémonos amar, cuidar y proteger por Jesús, pero también cada uno de nosotros miremos nuestra misión de pastores y revisemos si estamos siendo fieles a esta tarea y vocación que el Señor nos ha confiado. Muy en especial estemos atentos en nuestras familias, si estamos dando vida, si conocemos por su nombre, si reconocemos sus voces, si somos capaces de preservar y hacer crecer en el amor.
Hoy me acomodo en los brazos amorosos de Dios Padre y me dejo amar; hoy me abandono en los hombros del Buen Pastor que me rescata de mis senderos perdidos y me devuelve al redil de su protección y sus cuidados. Permito que me de su vida. Hoy me siento amado, protegido y cuidado por Dios. Pero también hoy siento mi compromiso de ser rostro e imagen de ese Dios amor, sobre todo en familia y ante los cercanos. Hoy reviso mi actitud de pastor que debe dar vida y dar la vida, miro a cada uno de los que se me han encomendado en diferentes formas para ver si reciben cuidados, protección y cariño de mi parte. La familia, mi familia ¿Cómo responde a esta imagen de Dios? ¿Cómo se vive en ella en unidad, en amor? ¿Es fuente de vida y comprensión?
Padre amoroso que en tu Hijo Jesús nos has dejado la imagen de tu amor que busca, que perdona, que construye y que da vida, concédenos construir familias generadoras de vida y constructoras de paz y amor. Amén.