Les digo que no juren ni por el cielo ni por la tierra
Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net

¡Qué sencillez y qué claridad de palabra nos ofrece hoy Jesús: decir simplemente sí o no! No tenemos necesidad de más. Pero cuando la mentira nos acecha y cuando hacemos de la corrupción la forma ordinaria de actuar, todo se complica.
¿Por qué la tentación de mentir? ¿Por qué el deseo de engañar? La mentira y el engaño, desde todos los tiempos, han existido y han puesto una grave tentación a las personas. Pero la mentira deja un gran vacío en el corazón, pues no solamente distorsiona la verdad, sino que el hombre mismo se corrompe y, con frecuencia, a una mentira sigue una más grande haciendo una cadena de falsedad de la que después es difícil salir.
Pero si a esa mentira añadimos por testigo, personas u objetos queridos, se amplía la gravedad. Poner por testigo a Dios o sus santuarios o sus posesiones, en lugar de respaldar una mentira, hacen más grave la corrupción. Hoy en día, parece que todos podemos decir mentiras aún en las cosas más sagradas, aún pasando por encima de las personas, aún a riesgo de perder la propia credibilidad.
Ya nos dice Jesús que no necesitamos añadir nada más a nuestras afirmaciones, sino simplemente decir sí cuando es sí y no cuando es no. Pero en el comercio, en la política, en el amor, en las relaciones, se ha perdido el sentido de la verdad y se busca engañar para el propio beneficio. Es cierto, a veces decimos que son mentiras piadosas y nos refugiamos en este escaparate.
Pero no puede haber una mentira piadosa que cause injusticias, que destruya la fama del prójimo. ¡Cuánta tristeza causa una mentira a los seres que queremos! ¡Cómo hace daño descubrir que hemos sido engañados! Parecería que cada día crece la corrupción y se hacen más claras y más urgentes las palabras de Jesús. No se puede convivir con la mentira y con una falsa piedad, pronto se desenmascara.
Tenemos que mirar a Jesús, sus promesas, sus afirmaciones, todo está respaldado por su misma vida. Él es el eterno sí del Padre. ¿Nos hemos dejado invadir de la mentira? ¿Nos disculpamos por nuestras mentiras diciendo que no hacen daño? ¿Somos hombres y mujeres en cuya palabra se puede confiar?
