San Pablo de la Cruz
El Espíritu Santo les enseñará en aquel momento lo que convenga decir
Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net
¿De dónde tomará el discípulo su fortaleza y su seguridad frente a las adversidades? ¿Cómo puede mantenerse firme si todo a su alrededor se tambalea? La recompensa que tiene el discípulo al seguir a Jesús es muy valiosa: sentirá siempre su presencia. No promete Jesús esa prepotencia que tenían los fariseos al sentirse seguros en el cumplimiento de la ley. No, lo que Jesús promete es esa certeza que nos acompañará en todos los momentos de dolor, de enfrentamiento y de conflicto.
Reconocer a Jesús como nuestro Dueño y Señor, aceptar que la construcción de su Reino es la prioridad de nuestras vidas, nos da mucha seguridad para hacer el camino de la vida. En ningún momento Jesús asegura que no habrá contratiempos ni persecuciones, al contrario nos previene para que en esos momentos de contrariedad tengamos la fe suficiente en quien es nuestra fortaleza.
Son muy importantes las palabras y la promesa de Jesús en estos momentos de duda e incertidumbre: confiemos en su palabra que nos asegura que el Espíritu Santo nos sostendrá y nos iluminará. Ante los ataques, las críticas y las burlas a quien vive el Evangelio, no podemos caer en la tentación de la venganza y la descalificación. Por una parte estará la consciente reflexión para descubrir en qué nos hemos equivocado, pero por otra estará la certeza que nos da Jesús: “lo reconocerá abiertamente el Hijo del hombre”.
Si nosotros no negamos a Jesús ni en nuestras palabras ni en nuestras actitudes, ciertamente el Señor Jesús no nos negará ya que nos ama tanto. Es necesario pues apostar y luchar por el proyecto que Jesús amó hasta llevarlo a sus últimas consecuencias. No acepta Jesús un seguimiento ambiguo y débil, incoherente, que no sea capaz de hacer fructificar el Reino. Asumamos nuestras responsabilidades de discípulos y tomemos la decisión de seguir a Jesús, sabiendo ciertamente que hacerse discípulo implica asumir el conflicto y compartir la misma suerte de Jesús.
Pero no tengamos miedo porque el Espíritu Santo nos enseñará en aquel momento lo que convenga decir. Si participamos de su dolor y muerte, participaremos también de su resurrección.