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Información religiosa en España
Manuel María Bru Alonso, Delegado Episcopal de MCS (Madrid) hace un análisis de la situación de la comunicación religiosa en España partiendo de que la misión de la Iglesia consiste precisamente en comunicar, y en que lo que comunica es una vida de comun


Por: Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de MCS (Madrid) | Fuente: Archimadrid.es



La preocupación de la Iglesia por los medios de comunicación social, ahora, y desde que en el mismo concilio Vaticano II se planteó la urgencia de hacer converger las nuevas comunicaciones sociales con la siempre nueva comunicación de la noticia cristiana, no ha sido sólo la de procurar que se de una buena información religiosa, sino la de que el evangelio ilumine esta actividad humana con la misma intensidad con que está llamado a iluminar cualquier realidad temporal, con la peculiaridad de que la misión de la Iglesia consiste precisamente en comunicar, y en que lo que comunica es una vida de comunión: comunión y comunicación humanas renovadas según la comunión y la comunicación trinitaria.

Se ha expresado esto mismo de modo muy plástico al decir que es preferible un periódico que respire en cristiano de la primera a la última página, aunque no informe mucho de la vida de la Iglesia, que uno que dedique muchas páginas a la información religiosa, pero cuyo punto de vista general este alejado de la mirada cristiana, esa que descubre la verdaderamente humano, más allá de incertidumbres e ideologías. Aunque nada más sintomático para descubrir el talante periodístico de una publicación que acudir a sus secciones de opinión e información social, cultural y religiosa.

En España hemos tenido una de las mejores herencias del periodismo de inspiración cristiana: la Escuela de periodismo del cardenal Herrera Oria. Los periódicos El Debate y el Ya han marcado indiscutiblemente la historia de la prensa española. Sin embargo ocurre que aquí, por esa tendencia que tenemos a pendular de extremo a extremo en casi todas las cosas, la información religiosa es a juicio de cualquier entendido meramente objetivo, una de las peores del mundo.

Para empezar, no se conoce otro país en el que la redacción de temática religiosa de más de la mitad de los periódicos de tirada nacional esté en manos de ex-clerigos con una fuerte carga ideológica de resentimiento antieclesial, últimamente caracterizados por cierta obsesión en que "se muera el Papa". El resultado, idéntico para la mayoría de las cadenas de televisión y las emisoras de radio, es el de una irresponsable desinformación religiosa, a la que hay que atribuir al menos tres características:

Primero: Reduccionismo temático: prima como información religiosa lo que a los obispos se les pueda sonsacar de la cotidianidad política, y se priva a los públicos de la variedad y riqueza de la vida de las comunidades cristianas, cuyo interés público, tratándose de aspectos humanos y sociales de la información, es demandada hoy más que nunca.

Segundo: Reduccionismo subjetivista: la religión de la que se informa se presenta como la vivencia intimista de algunos personajes extravagantes o algunos grupos anacrónicos.

Tercero: Reduccionismo dialéctico: la vida de la Iglesia desdibujada por un prejuicio laicista, tiene que estar llena de intrigas, conflictos y claro está, antagonismo de derechas e izquierdas.

Dos desviaciones más completan una patología que se ríe de todos los códigos deontológicos de los periodistas: confundir, por puro desprecio e ignorancia culpable, lo religioso con lo supersticioso, oscurantista o irracional; e inyectar anticlericalismo en cualquier referencia y tratamiento sobre la vida de los consagrados, tratados como si vinieran de otro planeta.

Ante tal panorama la Iglesia se esfuerza en educar a las nuevas generaciones de periodistas cristianos, en promover el fermento evangélico de los laicos en el mundo de las comunicaciones, y en procurar una cada vez mayor y mejor presencia en los quioscos, los buzones, las ondas, las pantallas y hoy también los ordenadores, de medios de comunicación social de clara identidad eclesial. Propósitos no sólo arduos, sino además tantas veces frenados por absurdas discusiones internas, como la de quienes se empeñan en que hay que elegir uno u otro camino, el del fermento o el de la presencia, cuando lo más plural y lo más lógico es tomar ambos caminos, dado que campo por trabajar hay para todos, y también para todos los sanos talantes, sensibilidades y estilos.

Hay que reconocer el esfuerzo de las diócesis españolas, desde hace muchos años, por aplicar los principios conciliares de la Inter Mirifica, e incorporar a su organización y programación la pastoral de medios de comunicación, en la que se incluye la promoción de periódicos y de programas de radio diocesanas. Iniciativas con todo aún demasiado internas en cuanto al tipo de público tan homogéneo al que van dirigidas. En cuanto a los escasos espacios televisivos de información eclesial, en mala franja horaria, adolecen de la profesionalización, capacidad de atracción, y de provocación, que serían deseables.

Capitulo aparte es la responsabilidad de la Iglesia, tan delicada como apremiante, respecto a la COPE, que se debate entre la identidad de su ideario y la permanencia en el ranking de audiencia. La conquista de la convergencia entre identidad y audiencia se pierde siempre, por uno u otro lado, cuando se plantea como un equilibrio entre espacios intencionales-religiosos, y espacios promocionales que tiren de la audiencia, como son los de los periodistas-estrellas de moda. Para algunos la convergencia habría que buscarla mejor en la apuesta por una COPE con estilo más definido, ágil y novedoso, que en toda su programación, respetase "religiosamente" la dignidad del todo ser humano, tanto en la programación expresamente religiosa, como en cualquier programa deportivo, tertulia o informativo.

Hay que reconocer también la imparable producción de nuevas cabeceras de publicaciones religiosas, la mayoría de ellas por iniciativa de las diócesis, congregaciones religiosas, asociaciones o movimientos. Algunas de ellas con un altísimo nivel de profesionalidad y de reconocimiento en el mundo periodístico, como son los semanarios Alfa y Omega, Eclessia, Vida Nueva o Cataluña Cristiana, o las mensuales como el Boletín de la FERE, Cáritas, Ciudad Nueva, Crítica, El Ciervo, Mundo Cristiano, Mundo Negro, Noticias Obreras, Orar, Pueblos del Tercer Mundo, Razón y Fe, Reinado Social, y Sal Terre. No es verdad que resten esfuerzos, pues todo lo bien hecho suma, pero también es verdad que estos mismos esfuerzos, más conexos, y con una relación que no tiene que ser la de la competitividad de otro tipo de revistas, revertiría en una incalculable ayuda al riego, en este campo de las comunicaciones, del jardín común, pobre y desarreglado, a pesar de estar rodeado de hermosos pequeños jardines particulares.

El reto que la Iglesia quiere afrontar de ahora en adelante, en cualquier caso, no está sólo en la cantidad y multiplicidad de medios (por ciento, ¿se perderá también el tren de la TV por cable?), sino en la calidad de una presencia, tanto de medios cristianos como de cristianos en los medios, menos dividida, clerical y anticlerical, y más profesional y eclesial.
 







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