Del dato al sentido: por qué aún necesitamos maestros
Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net

Vivimos una época fascinante en lo educativo. El saber es más accesible que nunca. Existen infinidad de cursos online, vídeos explicativos, tutoriales para casi todo. Podemos aprender matemáticas, historia del arte o programación desde casa, a cualquier hora y con una calidad que no deja de sorprender. La inteligencia artificial y las plataformas digitales han ampliado nuestras posibilidades de aprendizaje de forma radical.
Y, sin embargo, incluso en medio de este nuevo paisaje, sigo echando en falta algo. Me ocurre como aprendiz, como enseñante y como observador del mundo educativo: prefiero siempre que haya algún contacto humano. A veces basta con una explicación grabada, una voz que transmite más que conceptos. Otras veces, lo que marca la diferencia es la presencia —aunque sea ocasional— de un tutor, alguien que acompaña el proceso y está disponible para orientar, para preguntar, para animar.
Porque una cosa es enseñar, y otra educar. Y otra más aún: formar. Un profesor puede enseñar bien. Puede explicar con claridad, ordenar los contenidos, evaluar con criterios justos. Pero el maestro —esa figura a veces difícil de describir— va más allá: inspira. Es un referente. Su influencia no siempre se nota de inmediato, pero deja huella. A veces basta una frase, un gesto, una actitud que no se olvida.
El maestro no solo transmite información. Su vida comunica algo. Se convierte, sin proponérselo quizá, en modelo. No tanto por lo que dice, sino por lo que es. Porque los alumnos, al final, no solo aprenden lo que se les enseña: hacen suyo lo que les resulta verdadero, vivo, esperanzador. Aprenden cuando ven que vale la pena vivir de una cierta manera, buscar ciertos ideales, comprometerse con algo que merezca la pena.
Por eso, no se trata de oponer la tecnología al aula, ni la IA al educador. Son herramientas valiosas y pueden enriquecer mucho el proceso. Pero el aprendizaje verdaderamente transformador, el que toca al alumno en su centro, sigue viniendo de un encuentro: con una persona, con una historia, con un modo de estar en el mundo.
A lo largo de la vida, no recordamos todos los contenidos que nos enseñaron. Pero sí recordamos a quienes nos trataron con respeto, a quienes nos impulsaron a pensar, a quienes nos mostraron que vale la pena aprender… y vivir con sentido. Por eso, en esta nueva era del conocimiento, no olvidemos que los datos se transmiten, pero el sentido se contagia. Y para eso, no basta un buen sistema. Hace falta un maestro.