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El testimonio silencioso de la coherencia



Por: Natasha Cheij | Fuente: Catholic.net



El Papa León XIV, en sus más recientes homilías, ha mencionado dos palabras que han resonado profundamente en mi corazón y que confirman una inquietud que desde hace tiempo vengo reflexionando: coherencia y credibilidad.

Durante su homilía en el Jubileo de las Familias, instaba a los padres a ser para sus hijos “ejemplos de coherencia, comportándose como desean que ellos se comporten”.
En otra ocasión, durante la ordenación de once sacerdotes, recordó que lo importante no es ser perfectos, sino creíbles:

“¡Vidas conocidas, vidas legibles, vidas creíbles! Permanecemos dentro del pueblo de Dios para poder estar delante de él con un testimonio creíble”.

Y es que eso es lo que debería ser nuestra fe: ese motor que nos transforma como individuos, que fortalece al núcleo familiar, y que finalmente se refleja en la sociedad. Porque si nuestra sociedad está tan resquebrajada, herida, dividida y confundida, es precisamente porque esa fe no se ha traducido en obras, actitudes y decisiones. Muchas veces no hay coherencia entre lo que decimos creer y las acciones que tomamos.

Hoy, la fe parece vivirse como una actividad intelectual, pasiva, incluso egoísta. Una experiencia emocional que se limita a la relación individual con un Dios que satisface mis necesidades personales, sin traducirse en un estilo de vida que transforme mi mundo interior y exterior.



Según el Annuario Pontificio 2025 y el Annuarium Statisticum Ecclesiae 2023, en el mundo hay 1.406 millones de católicos. Es de suponer que quienes formamos parte de esa cifra vivimos conforme a los valores y enseñanzas de nuestra fe. Sin embargo, basta con mirar a nuestro alrededor para comprobar que no es así.

Me pregunto constantemente:
 

¿Dónde estamos los católicos en el mundo actual?
 

¿Dónde estamos en una sociedad cuyo corazón parece enfriarse cada vez más, donde es necesario debatir y convencer que la vida humana es sagrada?
 

¿Dónde estamos cuando se pretende que el valor de una persona se mide por su utilidad económica, y no por su dignidad intrínseca como hijo de Dios?



¿Dónde están los médicos católicos que nos hablen a las mujeres sobre la belleza y perfección de nuestro organismo?
 

¿Dónde están los que nos enseñen a conocer nuestros ciclos, a planificar de forma natural, reconociendo el regalo de haber sido hechas partícipes de la creación de la vida?

¿Dónde están los abogados que defienden la verdad, la vida y la ley natural, cuando el deseo personal pretende imponerse sobre los derechos fundamentales del ser humano?
 

¿Dónde están los políticos que promuevan los valores de nuestra fe, dejando atrás el relativismo moral y asumiendo con valentía el llamado a legislar en favor de la vida y la dignidad humana?

¿Dónde están los periodistas que comprenden que su deber es informar la verdad por encima de los intereses económicos o ideológicos?
 

¿Dónde están los psicólogos católicos que defiendan la integridad del ser humano, rechazando ideologías que fragmentan su identidad?

Cuando el Papa nos llama a la coherencia y a la credibilidad, nos está llamando a ser católicos que han sido verdaderamente transformados por el encuentro con Jesucristo. La Biblia está llena de testimonios de personas que, al encontrarse con Él, nunca volvieron a ser los mismos. Jesús no les ofreció comodidad, sino sentido. No les prometió facilidad, sino plenitud.

La coherencia implica que lo que creemos se traduzca en lo que decimos y hacemos. Y muchas veces ni siquiera sabemos bien en qué creemos. Por eso la oración del Credo no es una fórmula vacía: es una declaración de fe, una guía de vida, un compromiso real.

“Creo en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra...”

Somos criaturas que nos debemos a nuestro Creador. Redimidos por la sangre preciosa de nuestro Señor Jesucristo, quien nos mostró el camino a través de sus palabras y sus obras.

Hoy más que nunca, el mundo necesita cristianos coherentes. No perfectos, sino transformados. Hombres y mujeres que vivan su fe como un testimonio silencioso, pero elocuente. Que no se escondan ni se acomoden, sino que estén dispuestos a nadar contracorriente por amor a la Verdad.

La coherencia es el lenguaje más creíble del cristiano. Y solo desde esa verdad vivida podremos volver a encender la luz en una sociedad que ha olvidado quién es, de dónde viene y hacia dónde va.







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