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Salmo 39: "Señor, date prisa en ayudarme"

XX Domingo Ordinario - He venido a traer fuego
Meditación al Evangelio 13 de julio de 2025 (video)


Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.Net



Tanto a nivel local como a nivel internacional, escuchamos con frecuencia graves y continuas guerras donde aparece la religión como un factor importante que detona el conflicto. No es raro escuchar, de una y de otra parte, argumentos religiosos para justificar las actitudes beligerantes e intolerantes de las diversas partes. Desde presidentes de naciones poderosas hasta representantes de pequeñas comunidades o partidos que se sienten “iluminados” y “enviados” a implantar, a sangre y fuego, la verdadera religión. Casos de intolerancia encontramos a diario. Y en nombre de Dios se mutila a las mujeres, se fomentan los odios, se desprecia a los diferentes y se justifican las más atroces violencias y discriminaciones. África, Irak, Israel, Palestina… y tantos y tantos lugares, donde se esgrime la religión como fuente de conflictos. ¿No se esconderán tras sus velos para justificar los verdaderos intereses? ¿Se puede vivir verdaderamente una religión cuando se tiene un corazón lleno de odio?

 

Es triste y doloroso encontrar estas realidades: la religión se ha convertido en un pretexto para esconder las verdaderas intenciones y proyectos ambiciosos que nada tienen que ver con Dios, aunque se invoque su nombre. Sin embargo hoy nos encontramos con uno de esos evangelios que parecería justificar una guerra santa. Jesús proclama: “He venido a traer fuego a la tierra ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!” Y quizás más de alguno estaría pensando en la justificación de su agresividad e intolerancia. Si Jesús ha venido a traer fuego, que de raro tiene que nosotros queramos quemar vivos a los que no piensan como nosotros, para implantar por la fuerza nuestros intereses y nuestras ideas. Pero no es esa la actitud de Jesús. Jesús nunca utilizó su Evangelio para despreciar, para humillar o para sacar provecho de su anuncio. Ah, pero sí es muy firme en sus convicciones y no deja lugar a la ambigüedad. Exige una clara definición frente a su Reino.

 

A veces los cristianos damos la impresión de ser como esas frutas que han crecido y han madurado a fuerza de procedimientos artificiales: aparecen como muy apetitosas a la vista, pero no tienen ningún sabor. Así los cristianos, aparecemos bautizados, confirmados e inscritos en nuestra iglesia, pero no tenemos el sabor y el espíritu de Jesús. Hemos hecho del evangelio, una doctrina acomodada a nuestros caprichos, un traje a la medida para seguir viviendo en medio de incoherencias. En este sentido Jesús es muy claro. Él se entrega a plenitud, no obstante la oposición y las dificultades que el predicar el Reino le provocan. La primera lectura que nos presenta al profeta Jeremías encerrado en un pozo a causa de su mensaje, viene a darle el tono exacto a la radicalidad del anuncio.



En alguna ocasión, con un grupo de laicos que se estaban preparando para la representación de la Semana Santa, se suscitó una grave discusión porque a la persona que interpretaba el papel de Jesús querían a toda costa imponerle una voz dulzona, tranquila aún en los momentos más dramáticos. En cambio al actor insistía en un Jesús firme, seguro en sus intervenciones y muy decidido a proclamar su Reino aún en los momentos más difíciles. Y es que existe una concepción de Jesús en la que se habla mucho de sus dulces y pacificadoras palabras, se piensa que su mensaje es contrario al conflicto, el mismo Jesús es siempre presentando en una atmósfera de beatitud. Y, sacando consecuencias, hay cristianos que piensan ingenuamente en un mundo fantasioso donde se puede convivir con el evangelio y la injusticia; donde puedan ir de la mano opresores y oprimidos sin esperanza; vividores empedernidos y víctimas inocentes.

 

Pero el mensaje de Jesús no es ambiguo. Es muy claro. No se trata de cualquier mensaje, de cualquier propuesta, sino de la presencia misma del Reino de Dios en sus palabras y sus gestos, en sus milagros y sus actuaciones. No cabe oír esa Buena Nueva del Reino y permanecer neutral o indiferente; no cabe entusiasmarse con Jesús y seguir en lo mismo de siempre. Por eso hay que optar con pasión, hay que tomar decisiones y actuaciones que implican cambios muy radicales en la vida. Por eso nos van a afectar a todos profundamente, más allá incluso de los vínculos familiares, por muy respetables que estos sean. El que no pone por delante a Jesús, incluso sobre su propia familia, no puede ser su discípulo.

 

Querámoslo o no, el Reino de Dios no viene sin oposición. Si fuera sólo para el otro mundo, si fuera sólo cuestión de ideas o sentimientos, si fuera sólo algo personal y privado, quizás. Pero el Reino de Dios tiene que ver con esta sociedad, con sus estructuras de opresión e injusticia, con la riqueza y la pobreza, con la vida y la muerte. Por eso, anunciarlo y construirlo provoca conflicto y división. Unos a favor y otros en contra.



 

Y así, quien toma en serio el Reino de Dios ciertamente sentirá que es como un fuego que debe quemar todo lo sucio y podrido, que debe iluminar nuestras oscuridades, que debe inflamar aún los corazones más duros. Pero esto está muy lejos de esas “guerras santas” donde se utiliza la religión para los propios intereses.

 

Las preguntas de este día serían: ¿Cómo remueve mi interior el mensaje de Jesús? ¿Me deja indiferente o lo he tomado a la ligera? ¿Hemos utilizado alguna vez el pretexto de la religión para nuestros propios intereses? ¿Qué diría Jesús de nuestra forma de vivir su evangelio en el mundo actual?

Dios Padre Nuestro, te rogamos nos concedas seguir con valentía y decisión a Jesús, nunca avergonzarnos del Evangelio, y ponernos de lado de la justicia y de la verdad, con la esperanza firme de que triunfará siempre la resurrección. Amén.

 

 







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