Lo que no te han dicho sobre el noviazgo (9)
Por: Rafael Manuel Tovar | Fuente: Catholic.Net

Insistamos: enamoramiento y amor son diferentes, aunque están muy ligados en el noviazgo. Veamos por qué.
Se entiende mejor qué es el amor recorriendo las etapas que experimentan las parejas. Cada quien descubre su nivel de mucho enamoramiento o mucho amor viendo el trayecto que resta delante y los avances que traerán felicidad en pareja. Por ahora, es vital asimilar que el enamoramiento se da, que es una experiencia sublime y que requiere un manejo adecuado para que no sea un monstruo devorador. ¿Exagero?
-Nuestro amor es perfecto -comentó la pareja-. Porque tenemos buena relación, sin conflictos.
-Ustedes no tienen problemas -planteé.
-No. ¿Le extraña?
Rompieron meses después, con gran enojo.
¿Existe el amor perfecto entre humanos, seres limitados, pues todos arrastramos carencias? Es obvio que no existe el amor perfecto. ¿Qué grado de ceguera llevó a aquella pareja a afirmar que su relación era buena porque no tenían problemas? Lo entendemos: la gente emocionada dice estas frases cuando flotan en la nube más alta del enamoramiento. Lo penoso es que su ceguera les eleva tanto que terminan con caída muy dura. ¿Hay remedio al mal de amores?
Para vivir el enamoramiento sin dolor cuando se desvanece, es necesario un buen manejo de los sentimientos. La educación actual aporta conocimientos, habilidades para el uso de la tecnología, idiomas, ciencia… pero no enseña el manejo emocional, de los sentimientos. Adquirir esta capacidad, tan interesante y cotidiana, ayuda mucho para vivir el enamoramiento, pues su buen manejo atenúa los latigazos negativos. ¿Cómo se logra?
El manejo de los sentimientos es el dominio de las reacciones emocionales que supera los estados anímicos de excesiva euforia o de hundimiento. No es eliminar los sentimientos. De hecho, no se pueden suprimir. Se manejan bien volando sobre el estado sentimental y continuando hacia adelante. Normalmente, el avance con los sentimientos hirviendo de gozo o con los ojos llenos de lágrimas, exige esfuerzo. Esta exigencia da un fruto hermosísimo, pues dominar los sentimientos hace salir de situaciones destructoras, a veces irremediables, como una desaparición traicionera, un engaño o un robo. ¿Cuántas parejas fracasan porque en enamoramiento enturbió su razón y comprobaron demasiado tarde el error en la elección?
-Yo lo sufrí -dijo la joven en el salón de clases, a quien todos miraron, con curiosidad y algo de espanto.
-¿Cómo eliminar los sentimientos? -consultó la maestra joven.
-No se pueden eliminar -respondí.
-Entonces… -preguntó con los ojos desconcertados, abriendo los brazos.
-No se pueden eliminar, porque son reacciones. Y ni modo que se bloquee el sistema sensible. Se pueden controlar. ¿Cómo? Conociendo cuándo es oportuno seguirlos y cuándo tomar el rumbo contrario. O avanzar a pesar de ellos.
-Pero, si no se eliminan, siguen molestando.
-Los sentimientos surgen espontáneos, ciegos, de reacción natural. Nos dirigen hacia bienes o hacia daños. Producen así dos efectos distintos: alteraciones, que arrancan reacciones dañinas, como sería arañar a alguien o quemarle la casa, o impulsan a beneficios que conviene aceptar, como conquistar a alguien atractivo o sacrificar un fin de semana para acompañarle en un velorio.
-Y, en concreto, ¿cómo se manejan?
-Los sentimientos se manejan descubriendo cuándo conviene seguirlos y cuándo dejarlos de lado. Reconozco que es difícil. Pero no imposible: existen pistas para lograrlo, que están al alcance de cualquiera.
-¿Cuáles pistas?
-El buen manejo de los sentimientos se basa en el control del sentimentalismo, que es la dependencia de los estados de ánimo, donde la persona se deja llevar por el sentimiento que surge: si está de buenas, actúa adecuadamente con la pareja, y en todo; si está de malas, no atiende a razones. Por eso, quienes dependen excesivamente de los sentimientos, sufren y hacen sufrir tristemente a los demás. Pero avisé que no se trata de suprimirlos, porque no se pueden ahogar, sino que el punto de arranque para su manejo es la capacidad de gobierno sobre ellos. ¿O acaso se puede borrar el atractivo físico de la pareja, bien parecida, su voz cantarina, sus gestos cautivadores, que sugestionan aún tras la ruptura?
Un buen apoyo para el manejo de los sentimientos es distinguir entre los propios compromisos y lo que sugieren los sentimientos. Si un sentimiento conduce al descuido de una tarea o de un deber en el trato con la pareja, sea ético como no mentir o sea un acuerdo como la visita programada a un familiar, la invitación al descuido señala que es un sentimiento nocivo, el cual merece arrinconarse: si lleva a mantener un compromiso adquirido, como cumplir la palabra dada o poner dinero para un gasto, es un sentimiento saludable.
También se manejan los sentimientos reconociendo si son constructivos, ya que respaldan las propias responsabilidades, como la ilusión por pedir disculpas tras una discusión o el deseo de acompañar a la pareja a su entretenimiento favorito. En el lado opuesto, están los sentimientos destructivos, que ciegan y empujan a decisiones de las que nos arrepentiremos después, como el insulto cuando se nos molesta o la soberbia que no reconoce un error.
Necesitamos cerrar el alma a los reclamos de los sentimientos para caminar hacia el objetivo del amor. Y saber que una amargura interna nos destruirá a la larga o que un antojo puede arruinar el noviazgo. En el fondo, el manejo de los sentimientos está muy ligado a la medición de los resultados según cada paso que damos: si seguir un sentimiento complica la situación, es mejor caminar hacia otro lado; y, si remedia algún problema, seguirlo.
-¿Tiene edad el amor? -discutían los empleados de una ferretería.
-Pues sí -propuso una muchacha-. No hay edad para el amor.
-Depende de lo que entiendas por amor. Yo creo que los muy jovencitos solo juegan al amor -opinó el cajero.
-Y la gente grande tampoco: no me digan que un viejo verde de ochenta años se casa con una de chava ventidós por amor, porque el primero busca quien le cuide sus achaques y la otra quiere la herencia.
No hay edad para el amor. Tampoco para el enamoramiento. Los humanos somos seres afectuosos, en quienes los sentimientos afloran sin pautas fijas. No es pues extraño que una joven se enamore sinceramente de un hombre mayor, quizás porque no tuvo papá de niña y se afecciona a alguien grande, no solo por su dinero.
-Pero ¿cómo detectar si la diferencia de edad se basa en el amor y no en un capricho, por interés? -planteó un empleado.
Un apoyo útil para detectar el amor sano es basarse en que el afecto no tiene edad, mientras que la madurez en la personalidad sí. Se observa la madurez en la verdad: cuando aparecen mentiras, hay señal de poca madurez, porque la hipocresía indica falta de sensatez: ante frases de gran enamoramiento, notar las palabras o los gestos. Si son engañosos, descubren el provecho oculto. Si los hechos corroboran lo dicho, hay amor.
Es sabio observar que la rectitud se ve en las acciones y en los hechos, que dicen más de la persona que la sola fachada. Se lo aseguré a una sobrina que dudaba si continuar con alguien que la golpeaba.
-Es que me invita a muchas fiestas y me regala vestidos y joyas ?argumentó.
-¿Te parecen bien vender tus heridas y humillación y que te paguen con adornos? ?le pregunté.
-¡Estoy muy enamorada de él…!
-Entonces -concluí-, ¿conviene pedirle más golpes y fuertes para sentir más el enamoramiento?
Una persona inmadura no antepone lo correcto a su capricho. Por eso, impone su gusto, sea con golpes o con manipulaciones. Jamás aceptar violencia o falsedad. ¿Cuesta cortar el enamoramiento con un maltratador o un mentiroso? Sí. Porque el sentimiento acalla los gritos que piden respeto y buen trato. No obstante, conserva la propia dignidad y rompe la relación, aunque el impulso emocional pida el regreso a los momentos de ternura: es mejor un rato de sonrojo que todos los días colorado.
La dura realidad muestra que todo enamoramiento se debilita y desaparece. El embeleso da paso al ritmo cotidiano, incluso a la rutina. Se descubre entonces el agrado del amor, el afecto profundo y reconfortante, apreciando la felicidad que aporta la otra parte, aunque solo sea por la tranquilidad y la confianza que hay al platicar.
El avance hacia el amor desvanece las explosiones sentimentales, que son sustituidas por caricias más tiernas y serenas, las cuales refuerzan la relación, la entrega tranquila, la seguridad de la compañía. Recuerdo a una amiga que rompió con su novio tras siete años de relación. Formó pareja con otro varón, menos espectacular y de presencia poco llamativa. Cuando le pregunté si cambió para mejor, me respondió:
-Lucía más con el otro novio, pero era conflictivo. Éste me da paz.
-Y ¿recuerdas al otro? -consulté.
-Sí. Pero no me arrepiento de haberle dejado.
Aquella amiga no pudo eliminar los sentimientos de afecto hacia el antiguo novio,
-Porque las emociones vienen sin llamarlas y no se marchan cuando uno quiere -comentó-. Pero se puede decidir por encima de ellos. Cuando aquel hombre viene a mi memoria, encojo los hombros y gozo con la serenidad que disfruto con mi esposo.
El enamoramiento es el ingrediente sentimental del noviazgo. Muchos se deslumbran con esa fuerza que arrastra, sin reparar en las perturbaciones que despierta. En otros, promueve la unión de la pareja, porque es una energía que puede encauzarse. Quienes la aprovechan, obtienen los frutos que expongo a continuación. Mientras, recordemos el dicho: cuando se acaba el enamoramiento, queda el amor.














