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El Rosario
Un excelente medio de oración y meditación de los misterios centrales de nuestra fe


Por: Revista | Fuente: Revista



“No todos los ejercicios de piedad, son para todos, hay unos para el sabio, otros para el rústico; unos para el viejo, otros para el joven; unos para el sano y otros para el enfermo; unos para el consagrado, otros para el laico; unos para el casado, y otros para el soltero. La devoción del Rosario, en la cual ninguno puede tener excusa, por ser fácil y acomodada, es para todos”. (Juan López, 1584).

Probablemente tú como yo hace tiempo, piensas que rezar el Rosario es un ejercicio piadoso monótono y por tanto aburrido, por lo cual fácilmente puede uno distraerse y no producir ningún beneficio a nuestro crecimiento espiritual. Cuán equivocada estaba al defender estos argumentos, para disculpar mi falta de sensibilidad y conocimiento ante esta magnífica práctica cristiana. Tuvo que acontecer algo muy doloroso en mi vida, para que me refugiara desperadamente en el rezo del Rosario y descubriera maravillada que este ejercicio de devoción a María Santísima, no solamente no era tedioso, sino que servía a quien lo reza con desesperación, como era mi caso, de remanso de paz que poco a poco al paso de las cuentas y la repetición de las Avemarías iba derramando sobre mi angustiado espíritu, como un bálsamo curativo, la paz que solo puede dar el contemplar los sagrados misterios de Nuestro Señor Jesucristo acompañados amorosamente por nuestra Madre Santísima.

Esta experiencia en mi vida me ha llevado a hacer mías las palabras del Papa Juan Pablo II: “Nuestro corazón puede encerrar en las decenas del Rosario todos los hechos que componen la vida del individuo, de la familia, de la nación, de la Iglesia y de la humanidad. Vicisitudes personales y del prójimo, y de forma particular, de los que nos son más cercanos, que llevamos más en el fondo del corazón. De esta forma, la oración sencilla del Rosario mantiene el ritmo de la vida humana”. Cómo cambiaría el mundo, si cada uno de los cristianos tuviera dentro de sus prácticas religiosas el rezo del Rosario que nos recuerda y pide la sencillez evangélica y la humildad de corazón necesarios para alcanzar el Reino de los Cielos.


¿Pero cómo se debe rezar el Rosario?

Atendiendo a las recomendaciones del Papa Paulo Vi en su exhortación “Marialis Cultus” nos dice: El Rosario será ponderado en la oración del Padrenuestro, lírico y laudatorio en el calmo pasar de las Avemarías, contemplativo en la atenta reflexión sobre los misterios; implorante en la súplica, adorante en la doxología del Gloria al Padre…

Haciéndolo de esta forma, se pueden transformar la mente y la voluntad del hombre por que viviría el misterio de Cristo en el alma de María, reanimando su fe, reviviendo su esperanza, inflamando su corazón en el amor para con Dios, de donde brotaría un intenso amor al prójimo. Y ello por que la repetición de una fórmula clara y sencilla, constituye incluso en el orden comercial el mejor método para inculcar una idea que a la larga se traduciría en una conducta. Quien pide cincuenta veces al día a María Santísima que se acuerde de él a la hora de la muerte terminará por preocuparse de esa hora transformando su vida a imitación de Cristo.


Constitución e Historia del Rosario

El Rosario se define como cierta plegaria en honor de la Santísima Virgen María que consiste en el rezo de doscientas Avemarías, intercaladas por veinte Padrenuestros, que la dividen en veinte decenas, en cada una de las cuales se medita uno de los misterios de nuestra Redención.

El Rosario completo está compuesto de veinte decenas. Está dividido en cuatro partes distintas, que se pueden rezar separadamente en diferentes momentos del día, los cinco Misterios Gozosos, los cinco Misterios Luminosos, los cinco Misterios Dolorosos, los cinco Misterios Gloriosos. Si se rezan sólo cinco decenas por día, es costumbre rezar los Misterios Gozosos los lunes y sábados, los Misterios Luminosos los jueves, los Misterios Dolorosos los martes y viernes, los Misterios Gloriosos los miércoles y domingos.


Misterios Gozosos: (Lunes y Sábados)
 

  • 1. La encarnación del Hijo de Dios.

    2. La visitación de Nuestra Señora a Santa Isabel.

    3. El nacimiento del Hijo de Dios.

    4. La Presentación del Señor Jesús en el templo.

    5. La Pérdida del Niño Jesús y su hallazgo en el templo.

 

Misterios Dolorosos: (Martes y Viernes)

 

 



 

  • 1. La Oración de Nuestro Señor en el Huerto de Getsemaní.

    2. La Flagelación del Señor.

    3. La Coronación de espinas.

    4. El Camino del Monte Calvario cargando la Cruz.

    5. La Crucifixión y Muerte de Nuestro Señor.

 

 

 

Misterios Luminosos, de la Luz (Jueves)



 

 

 

  • 1. El Bautismo en el Jordán.

    2. La autorrevelación en las bodas de Caná.

    3. El anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión.

    4. La Transfiguración.

    5. La Institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual.

 

 

 

Misterios Gloriosos: (Miércoles y Domingos)

 

 

  • 1. La Resurrección del Señor.

    2. La Ascensión del Señor.

    3. La Venida del Espíritu Santo.

    4. La Asunción de Nuestra Señora a los Cielos.

    5. La Coronación de la Santísima Virgen.

 

 

Pero antes de alcanzar la estructura actual, necesitó de varios siglos para conformar los elementos que lo integran, a saber:
 

 

  • La corona o instrumento para contar.
  • Las doscientas Avemarías.
  • Los veinte Padrenuestros, para dividir las Avemarías en veinte decenas.
  • La meditación de los misterios de nuestra Redención.


    La Corona para contar

    El empleo de instrumentos para contar las oraciones repetidas es antiquísimo, y no es de uno exclusivo de los cristianos, sino también ha sido empleado en otras culturas y religiones; noticias de ello las tenemos en esculturas procedentes de Ninive del s. IX a.C. Y en el libro "Delle meraviglie del mondo" de Marco Polo del s. XIII. También se sabe que monjes egipcios de los primeros siglos del cristianismo empleaban instrumentos rudimentarios para llevar la cuenta de sus oraciones vocales.

    El primer sistema empleado, después de haber encontrado insuficientes los dedos, fue tomar cierto número de piedrecitas correspondientes al número de oraciones a recitar, retirándolas una a una al terminar cada oración, hasta agotarlas todas. Así hacían por ejemplo San Pablo de Tebas (+ 341) y Santa Clara de Asís.

    La costumbre de emplear piedrecitas fue pronto sustituida por un cordón con nudos o granos enfilados (de cereales, de madera, de plata y hasta de oro) que cumplieran las fórmulas de las oraciones, intercalando otros granos más gruesos, destinados probablemente a indicar una pausa breve, o para evitar el cansancio de una serie demasiado larga.

    Pronto, para mayor comodidad estos cordones fueron unidos por sus extremos, en forma circular, como un gran anillo tomando el nombre de corona, sertum precatorium o Padrenuestro. Precisamente por que al principio servía para contar Padrenuestros; el cambio del nombre a Rosario, fue cuando poco a poco el Ave María fue sustituyendo casi en todas sus partes a los Padrenuestros (mediados del s. XII), para simbolizar la corona que durante la Edad Media se acostumbraba tejer con rosas, perlas o lindas piedras sobre la cabeza de las estatuas de nuestra Madre Santísima


    Las doscientas Avemarías

    La sustitución del Padrenuestro por Avemarías fue cuando el Avemaría, hasta las palabras "de tu vientre", comenzó a ser de uso común y a ser prescrita por muchos Obispos y Concilios, junto con el Credo y el Padrenuestro. Se tienen noticias de que en aquel tiempo muchos rezaban diariamente un gran número de Avemarías, baste citar a cierta monja cisterciense llamada Icta o Ida fallecida en 1226 quien acostumbraba rezar mil cien veces al día el saludo angélico arrodillándose en cada uno de ellos.

    El número de Avemarías contadas en la corona en el s. XII fue bastante fluctuante y dejado al criterio personal de cada cual. Ya en el s. XIII comenzó a prevalecer el número de ciento cincuenta Avemarías llamándolo salterio de María (en correlación a los ciento cincuenta salmos de las Sagradas Escrituras), o de una tercera parte, es decir cincuenta Avemarías llamándolo Rosario de María o bien de sesenta y tres Avemarías por los presuntos sesenta y tres años de vida terrena de María Santísima conocida como la Corona de la Bienaventurada María, la cual fue difundida especialmente por los franciscanos y que ha llegado hasta nuestros días como Corona franciscana (en la actualidad consta de setenta Avemarías y se contemplan solo misterios gozosos).

    En Inglaterra, desde el s. XII las ciento cincuenta Avemarías de dividían en décadas no por Padrenuestros, como ahora, sino por antífonas.

    De esta forma los dos primeros elementos del Rosario: la corona y las ciento cincuenta Avemarías, se usaban ya en el s. XII, pero se necesitaron más de dos siglos antes de que a estos dos elementos se les unieran los otros dos, es decir, los quince Padrenuestros y las meditaciones de los misterios.

    A comienzos del siglo XXI, con la encíclica de S.S. Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae del 16 de octubre de 2002, se agregan al Santo Rosario los cinco Misterios de Luz, conformando el rezo del rosario completo en veinte misterios de la vida de Cristo y la Virgen María y elevando las Avemarías a doscientas, que es como se reza en la actualidad.


    Los veinte Padrenuestros

    El primero en introducir el Padrenuestro en el Rosario fue el cartujo Enrique Egher (1340 – 1408), quien a decir de una antigua crónica, durante una visión, recibió de la Virgen María la orden de decir un Padrenuestro y luego diez Avemarías, y así hasta alcanzar el número de quince Padrenuestros y ciento cincuenta Avemarías. Por tanto, los quince Padrenuestros, fueron introducidos en el Rosario a fines del s. XIV y se convirtieron en veinte con la encíclica Rosarium Virginis Mariae al añadir los cinco misterios luminosos.


    La encíclica de S.S. Juan Pablo II Rosarium Virginis Mariae

    "Una incorporación oportuna. No. 19. de la encíclica Rosarium Virginis Mariae
    • De los muchos misterios de la vida de Cristo, el Rosario, tal como se ha consolidado en la práctica más común corroborada por la autoridad eclesial, sólo considera algunos. Dicha selección proviene del contexto original de esta oración, que se organizó teniendo en cuenta el número 150, que es el mismo de los Salmos.

      No obstante, para resaltar el carácter cristológico del Rosario, considero oportuna una incorporación que, si bien se deja a la libre consideración de los individuos y de la comunidad, les permita contemplar también los misterios de la vida pública de Cristo desde el Bautismo a la Pasión. En efecto, en estos misterios contemplamos aspectos importantes de la persona de Cristo como revelador definitivo de Dios. Él es quien, declarado Hijo predilecto del Padre en el Bautismo en el Jordán, anuncia la llegada del Reino, dando testimonio de él con sus obras y proclamando sus exigencias. Durante la vida pública es cuando el misterio de Cristo se manifiesta de manera especial como misterio de luz: «Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo» (Jn 9, 5).

      Para que pueda decirse que el Rosario es más plenamente ´compendio del Evangelio´, es conveniente pues que, tras haber recordado la encarnación y la vida oculta de Cristo (misterios de gozo), y antes de considerar los sufrimientos de la pasión (misterios de dolor) y el triunfo de la resurrección (misterios de gloria), la meditación se centre también en algunos momentos particularmente significativos de la vida pública (misterios de luz). Esta incorporación de nuevos misterios, sin prejuzgar ningún aspecto esencial de la estructura tradicional de esta oración, se orienta a hacerla vivir con renovado interés en la espiritualidad cristiana, como verdadera introducción a la profundidad del Corazón de Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria.

    Misterios de luz. No. 21 de la encíclica Rosarium Virginis Mariae
     
    • Pasando de la infancia y de la vida de Nazaret a la vida pública de Jesús, la contemplación nos lleva a los misterios que se pueden llamar de manera especial «misterios de luz». En realidad, todo el misterio de Cristo es luz. Él es «la luz del mundo» (Jn 8, 12). Pero esta dimensión se manifiesta sobre todo en los años de la vida pública, cuando anuncia el evangelio del Reino. Deseando indicar a la comunidad cristiana cinco momentos significativos –misterios «luminosos»– de esta fase de la vida de Cristo, pienso que se pueden señalar: 1. su Bautismo en el Jordán; 2. su autorrevelación en las bodas de Caná; 3. su anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión; 4. su Transfiguración; 5. institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual.

      Cada uno de estos misterios revela el Reino ya presente en la persona misma de Jesús. Misterio de luz es ante todo el Bautismo en el Jordán. En él, mientras Cristo, como inocente que se hace ´pecado´ por nosotros (cf. 2 Co 5, 21), entra en el agua del río, el cielo se abre y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto (cf. Mt 3, 17 par.), y el Espíritu desciende sobre Él para investirlo de la misión que le espera. Misterio de luz es el comienzo de los signos en Caná (cf. Jn 2, 1-12), cuando Cristo, transformando el agua en vino, abre el corazón de los discípulos a la fe gracias a la intervención de María, la primera creyente. Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión (cf. Mc 1, 15), perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe (cf. Mc 2, 3-13; Lc 7,47-48), iniciando así el ministerio de misericordia que Él continuará ejerciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia. Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración, que según la tradición tuvo lugar en el Monte Tabor. La gloria de la Divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras el Padre lo acredita ante los apóstoles extasiados para que lo « escuchen » (cf. Lc 9, 35 par.) y se dispongan a vivir con Él el momento doloroso de la Pasión, a fin de llegar con Él a la alegría de la Resurrección y a una vida transfigurada por el Espíritu Santo. Misterio de luz es, por fin, la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor por la humanidad « hasta el extremo » (Jn13, 1) y por cuya salvación se ofrecerá en sacrificio.

      Excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo. Los Evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús (cf. Mc 3, 31-35; Jn 2, 12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo. La revelación, que en el Bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Caná y se convierte en su gran invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5). Es una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de fondo mariano de todos los «misterios de luz»".

    La meditación de los Misterios

    La introducción de la meditación de los misterios de nuestra Redención también se debe a un cartujo llamado Domingo de Prusia (+1461), religioso del convento de Trévis, quien formuló cincuenta cláusulas o conclusiones para añadirlas a cada una de las cincuenta Avemarías después del nombre de Jesús. Aunque un primer germen de meditación de los misterios unida a la recitación del Avemaría se tiene al principio del s. XIII por Esteban, abad cisterciense de Sallaí, en Inglaterra, en sus meditaciones enuncia quince gozos o misterios de la vida de Cristo y de María muy parecidos a los quince misterios del Rosario, seguidos de un Avemaría comentada. El documento más antiguo que nos da noticia de los quince misterios es la obra "Unser lieben fräwen psalter" (Ulm 1483).

    Por las consecuencias que se derivaron de introducir la meditación de los misterios en la oración del Rosario, fue llamado inmediatamente Rosario áureo. Está feliz innovación, que confería al Rosario el carácter de oración mental pronto encontró gran acogida dentro de la cristiandad, llegando a tener ciento cincuenta cláusulas o conclusiones, una por cada Avemaría del Rosario.

    Un gran apóstol de esta forma de orar fue el Beato Alano de la Roca (1428 – 1475), a quien se debe la institución de las Cofradías, que él llama del Salterio, y que se difundieron después en todo el mundo bajo el nombre de Cofradías del Rosario.

    En los inicios del s. XVI, los misterios fueron reducidos, con fino sentido práctico de ciento cincuenta a quince: cinco gozosos, cinco dolorosos y cinco gloriosos. Encontramos esta sistematización al final del. Tratado muy útil de la fraternidad del Santísimo Rosario y Salterio de la bienaventurada Virgen María impreso en Viena en 1507 y en el libro "El Rosario de la gloriosa Virgen María" de Fray Alberto de Castello, dominico, impreso en Venecia en 1520. En éste último sustituye por primera vez el nombre de cláusulas por el de misterios.

    En el s. XVII se introdujo en el Rosario el Gloria al Padre…, después de cada decena de Avemarías y las Letanías Lauretanas al final, con la invocación “Reina del santísimo Rosario ruega por nosotros”.

    La uniformidad en los títulos de los quince misterios no se logró sino dos siglos más tarde, en el s. XVIII, cuando Benedicto XIII hizo obligatoria, para la adquisición de indulgencias, la meditación de los misterios.

    A continuación fueron añadidos, entre uno y otro misterio jaculatorias y después de la definición del Dogma de la Inmaculada Concepción del 12 de diciembre de 1854, se añadió la jaculatoria: Bendita sea la santa e inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María Madre de Dios. En toda la Iglesia, el Rosario se cerró después con la Salve Regina y con las Letanías.

    Recordamos que fue con la encíclica de S.S. Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae del 16 de octubre de 2002, que se incorporaron los Misterios Luminosos aumentando a doscientas las Avemarías y a veinte los Padrenuestros divididos en cuatro partes distintas: los cinco Misterios Gozosos, los cinco Misterios Luminosos, los cinco Misterios Dolorosos, los cinco Misterios Gloriosos.

    Sin embargo, es bueno saber que los elementos esenciales del Rosario para los efectos de indulgencia son: la corona, las doscientas Avemarías, los veinte y la meditación de los veinte misterios.

    En 1825, la sierva de Dios Paulina Jiricot instituyó el Rosario Viviente” “para combatir la blasfemia general de la masonería con una plegaria general”-.

    Para finalizar este recorrido acerca de la historia del Rosario citaré las palabras del Papa León XII en la Encíclica Fidentem piumque de 1896: “La forma de oración de que hablamos fue denominada con el bello nombre de Rosario, como para expresar, al mismo tiempo, el perfume de las rosas y la gracia de las guirnaldas. Nombre que, además de ser indicadísimo para significar una devoción dirigida a Aquella que es justamente saludada “Rosa mística” del paraíso y, ceñida con una corona de estrellas es venerada como Reina del Universo, parece también simbolizar el augurio de las joyas y de las guirnaldas que María ofrece a sus fieles”.

     
  • Información completa acerca del Santo Rosario



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