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Eclesiología

El sentido eclesial: unidos a la vida
La Iglesia es : una, santa, católica y apostólica. La pertenencia a la Iglesia.


Por: Antonio Gracia | Fuente: Catholic.net



 

Conocí una joven que se acercó a hablar con el sacerdote de mi parroquia, el motivo era tratar de aclarar algunas dudas que una secta protestante le había suscitado. En cuanto hablé con ella, lo primero que me dijo fue: "ellos dicen ser la verdadera Iglesia, dicen cumplir fielmente con la Biblia, dicen poseer la verdad". La invité a reflexionar acerca de esas palabras: hace 300 años esa secta no existía, entonces no fue fundada por Jesucristo. Nuestro Señor Jesucristo es muy claro: "Si alguien no sigue conmigo no puede dar fruto solo, todo aquel que no es mío, que no da fruto, mi Padre que es el labrador lo corta" (Cf. Jn 15,1-4). Sin Jesús, sin su Iglesia no es posible tener la verdad ni la autoridad divino-apostólica, ni la presencia viva y total de Jesús: "Miren que yo estoy con ustedes cada día, hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).

a) Pertenencia a la Iglesia

La conciencia de la misión del catequista es genuina y completa cuando es conciencia de la misión eclesial. Al enviarlo al mundo, Cristo lo envía a edificar su Iglesia. La misión del catequista tiene sentido solamente en la Iglesia, para la Iglesia y a partir de la misión sobrenatural y humana de la Iglesia.

Por otra parte, la Tradición y el Magisterio han declarado sin interrupción el origen divino de la Iglesia como objeto de nuestra fe, y la Iglesia ha visto especialmente en la cruz su propio nacimiento del costado de Jesucristo, quien, después de la resurrección, entregó a los apóstoles el poder que les había prometido: "Como mi Padre me envió, así los envío también a ustedes", (Jn 20,21s). Momentos antes de su ascensión, les encargó: "vayan por todo el mundo, prediquen el Evangelio a todas las criaturas", (Mc 16,15). Instruyan a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todas las cosas que yo les he mandado (Mt 28,19-20).

Después, los apóstoles recibieron el Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, (Hechos 2,41). Es el nacimiento de la Iglesia ante el mundo: la gracia de Dios comienza a actuar en los hombres y a través de los hombres que componen la Iglesia.

A esa misión conferida a los apóstoles, corresponde en los catequistas una grave obligación: El que crea y se bautice, se salvará; el que se niegue a creer, se condenará. (Mc 16,16).

a) La Iglesia fundada por Jesucristo tiene las siguientes características:

Quiso Jesús que su Iglesia fuera una. Efectivamente nunca habla de las Iglesias o de sus Iglesias, sino de la Iglesia y de su Iglesia. Él dio a su Iglesia un vínculo común de fe y de bautismo, la confió a un solo jefe y rogó en la última cena para que los fieles sean una sola cosa, como lo es Él con el Padre. La verdadera Iglesia debe tener entonces la unidad como característica: unidad de doctrina, unidad de sacramentos y unidad bajo una sola cabeza.

Quiso Jesús que su Iglesia fuese santa, esto es, quiso santificar por medio de la Iglesia a todos los hombres, prometiendo que confirmaría la santidad de sus discípulos con milagros y con dones extraordinarios (Jn 14,12; Mc 16,17). Por esto sólo será entre las confesiones cristianas, la Iglesia verdadera, aquella que pueda gloriarse de contar con santos que hayan sido heroicos en virtudes y haya obrado milagros. Tal es la Iglesia católica. Al contrario, las confesiones separadas no han sido fecundas en santos, no han dado nacimiento a nuevas formas de espiritualidad, no han mantenido la integridad de la doctrina, y carecen así mismo, del divino sello de los milagros.

Quiso Jesús que la Iglesia fuese también católica o universal, enviando a los Apóstoles a predicar a todos los pueblos hasta los últimos confines de la tierra (Hechos 1,8). Por consiguiente, será verdadera aquella que, manteniéndose una en sí misma, cuente con mayor catolicidad en cuanto al espacio y con mayor catolicidad en cuanto al número. No son, pues, la verdadera Iglesia las iglesias nacionales.

Quiso Jesús que la Iglesia fuese apostólica. La fundó sobre los apóstoles y a ellos dio el encargo de predicar (Mt 28,16) y les prometió su asistencia hasta el fin del mundo. Será por tanto, verdadera aquella Iglesia que cuente con la apostolicidad del ministerio -o sea, con pastores que provengan de los apóstoles- y con la apostolicidad de la doctrina. Tal es la Iglesia católica.

El amor del catequista a su Iglesia debe llevar a transmitir a la comunidad el amor a la Iglesia universal; que conozcan los documentos y directrices del Magisterio, entiendan su significado y acepten su doctrina; que conozcan y amen con fe al Papa; que conozcan, amen y se interesen por evangelizar en su parroquia, unidos siempre al Obispo.

b) Un solo cuerpo en Cristo

El Bautismo significa y produce una incorporación mística pero real al cuerpo crucificado y glorioso de Jesús. Mediante este sacramento, Jesús une al bautizado con su muerte para unirlo a su resurrección (Cf. Rom 6,3-5); lo despoja del “hombre viejo” y lo reviste del Hombre nuevo”, es decir, de Él mismo: "Todos los que han sido bautizados en Cristo -proclama el apóstol Pablo- se han revestido de Cristo (Gal 3,27; Ef 4,22-24; Col 3,9-10). De ello resulta que nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo" (Rom 12,5).

Volvemos a encontrar en las palabras de Pablo el eco fiel de las enseñanzas del mismo Jesús que nos ha revelado la misteriosa unidad de sus discípulos con Él y entre sí, presentándola como imagen y prolongación de aquella eterna comunión que liga al Padre al Hijo y el Hijo al Padre en la unión amorosa del Espíritu (Cf. Jn 17,21).

Todos los catequistas participan, según el modo que les es propio, en el triple oficio -sacerdotal, profético y real - de Jesucristo.

c) Parte activa de nuestra madre la Iglesia

“Todo el que quiere vivir tiene de dónde vivir y de qué vivir. Que venga y crea. Que se incorpore para ser vivificado, que no le atemorice la unión con los demás miembros. Que no sea un miembro gangrenado que haya que avergonzarse. Que sea un miembro robusto, adaptado, sano. Que se abrace firmemente al cuerpo” ,(San Agustín).

Cristo concede a los catequistas “el sentido de la fe” y la “gracia de la palabra” (Lumen Gentium, 35), para estar al servicio de los hombres.

Es el catequista el que está abierto a los problemas del hombre de nuestro tiempo y de nuestra sociedad, así como a la persona concreta y comunidad a quien sirve.

El catequista conoce a los cristianos de su grupo catequético: su modo de ser, sus circunstancias personales, su entorno familiar, el ambiente y medio en que viven, etc.

De igual forma conoce no sólo el presente del cristiano sino también su pasado, para poder integrarlo en el proceso de la catequización.

Procura que todo ese pasado, sea tenido en cuenta por el cristiano para discernirlo, purificarlo, asumirlo y reorganizarlo a la luz del Evangelio.

Este conocimiento de los destinatarios lleva al catequista a establecer un diálogo con los miembros de su comunidad, no dudando en ser generoso con el tiempo que les dedica.

El catequista está consciente que su función es facilitar que esa vivencia comunitaria vaya creciendo y madurando, movida por ese motor vitalizador que es el amor fraterno.

El catequista se relaciona con otros educadores en una clara unión fraterna: padres, maestros, profesores de religión, responsables de movimientos, sacerdotes.

Nuestro Señor Jesucristo es muy claro y muy lógico en sus acciones, sabiendo que en tanto humanos, necesitamos de una institución divina que nos guíe hacia el Padre con la autoridad y la revelación del Hijo; dejó establecida su Iglesia, otorgó su autoridad, su misión, su persona al prometer que está con la Iglesia todos los días hasta el fin de los tiempos (Cf. Mt 28,20). Esta Iglesia es una, Jesús dijo “Mi Iglesia” (Cf. Mt 16,18), ha de ser católica es decir “Universal” (Cf. Mc 16,15; Mt 28,19; Lc 2,31-32,), ha de ser apostólica, es decir fundada en los apósteles siendo la piedra angular Cristo Jesús (Cf. Ef 2,20; Mt 10,15-42; Mc 6,7-12; Lc 9,1-6), ha de ser Santa, produciendo verdaderos frutos de santidad (Cf. Jn 17,17; Ef 1,3-4; 5,27). Esta Iglesia, por éstas y muchas otras razones, es la Iglesia católica, convéncete y vive tu fe unido realmente a la Palabra de Dios y unido a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Te recomendamos el siguiente material:

1. Exhortación apostólica “Cristifideles Laici”
S.S. Juan Pablo II
2. Antología de textos
Francisco Fernández Carvajal
Edit. Palabra, 1997
3. El catequista y su formación
Comisión Episcopal de Enseñanza y catequesis
España, 1985

 







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