Jerarquía de la Iglesia
La muerte del Romano Pontífice
Por: cristiandad.org | Fuente: cristiandad.org

Debemos conocer el bellísimo ritual con que se reconoce la muerte papal. Para ello ingresaremos al corazón mismo del Vaticano, en este momento tan solemne y significativo que es la partida del Papa hacia la casa del Padre.
Cuando un Papa muere, toda la Cristiandad guarda filial duelo. En sus corazones de hijos todos los cristianos se unen como se reúne una familia para despedir a su padre. Incluso las otras naciones, muchos infieles, paganos, idólatras, cismáticos y hasta herejes guardan un respetuoso duelo por el deceso del Augusto Pontífice. Tal es el prestigio que el Sucesor de Pedro tiene sobre la tierra.
Conozcamos un poco de los modos observados por la Santa Iglesia a la muerte de un papa.
Fue S.S. Gregorio X quien en 1565 promulgó la constitición In eligendis, dictando la regla que establece que a la muerte del Papa debían reunirse los cardenales diez días después, para elegir al sucesor. Los oficios sagrados para el difunto no podían durar más de nueve días, por lo que se esperaba un día más la llegada de todos los cardenales ausentes. En ese plazo de diez días han de congregarse, entonces, todo el Sagrado Colegio Apostólico.
Reunidos todos los cardenales electores, se procedía a ingresar al Cónclave. A partir de entonces no le es permitido salir del lugar, cuyas puertas y ventanas bajas se marcaban, hasta finalizada la elección. Si alguno salía en razón de grave enfermedad, no podía entrar de nuevo.
Con esta severidad se quería asegurar la reserva de las deliberaciones y mantener libre a la augusta asamblea de extrañas sugestiones. Se evitaba así toda influencia, intromisión, presión o interferencia de terceros, garantizando de forma debida el magno evento.
El centro del mundo
En tiempos antiguos, estando los Papas en el exilio de Aviñón, se había dispuesto un palacio monumental para los cónclaves, que no se alcanzó a utilizar más que dos veces: una para la elección de S.S. Gregorio XI, quien retornó la sede pontificia a Roma, y otra para la del obstinado antipapa Pedro de Luna (Benedicto XIII), elección ésta que no reunió más que a cuatro cardenales.
Retornado el Papado a Roma, se pensó en habilitar el castillo de Sant’Angelo, y más tarde aún, S.S. Inocencio XII, en 1691, destinó para el cónclave el palacio de Letrán. Sin embargo éste no fue el lugar definitivo, pues a partir de 1823 se utilizó el Quirinal en cuatro elecciones: las de León XII, Pío VIII, Gregorio XVI y Pío IX.
Después de la invasión masónica de Roma, en 1870, los regentes de la nueva Italia usurparon el Quirinal y lo designaron para su propia residencia. El cónclave quedó una vez más sin otro sitio de reunión que los locales aderezados aprisa en algunas salas del Vaticano.
"Si vives...."
Desde el momento en que el cardenal camarlengo se aproxima al cadáver del Papa, levanta el velo blanco que cubre su rostro y abre una ampolla con los santos óleos, iniciando el ritual en latín, en que le dice:
- Si vives, ego te absolvo a peccatis tuis, in nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti... Amen (Si vives, yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo... Amén.)
Después traza la señal de la cruz sobre la frente del difunto, y agrega:
- Per istam sanctan Unctionem, indulgeat tibi Dominus a quidquid... Amen (Por esta santa unción, te perdone Dios los pecados que puedas haber cometido. Amén)
Luego viene la bendición apostólica:
- Por la facultad que me ha sido otorgada por la Sede Apostólica, yo te concedo indulgencia plenaria y remisión de todos los pecados... y te bendigo. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo... Amén.
Entonces toma un martillo de plata y lo golpea suavemente tres veces en la frente, llamándolo por su nombre completo, formulando la pregunta después de cada golpecito:
- ¿Estás muerto?
Para terminar esta parte pronunciando las palabras fúnebres del ritual:
"Verdaderamente, el Papa está muerto",
y recibe entonces el anillo del Pescador, que tenía el difunto en el dedo, anillo que luego será roto junto a los sellos papales delante de los cardenales, como símbolo de que ha cesado su autoridad.
Llegado el momento, el mismo camarlengo debe sellar los cuartos que usaba el difunto Papa, para luego presidir el Colegio Cardenalicio, pedir cuentas a todas las administraciones pontificias y disponer lo necesario para el nuevo cónclave.
Una vez que todo ha sido dispuesto, dentro de las paredes del Vaticano el maestro de ceremonias da el grito de regla: Extra omnes!, avisando que deben abandonar el palacio todos los que no tienen función activa en el cónclave, y se clausuran las puertas, y el cardenal camarlengo y los tres cardenales jefes de órdenes religiosas recorren las habitaciones y las dependencias del vasto recinto para cerciorarse de que no queda allí ningún intruso.
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