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La vía artística a los sagrados misterios
Cómo pintar una homilía de manera perfecta nutrida por el arte


Por: Massimo Naro | Fuente: chiesa.espresso.repubblica.it



Nutridas por el arte que adornan innumerables iglesias de todo el mundo, las homilías pueden introducir a los sagrados misterios más eficazmente que sólo con palabras (y también hacer que uno se identifique con ellas, como en esta imagen de la "María Annunziata" de Antonello de Mesina, donde el espectador mira a la Virgen desde el mismo lado del ángel Gabriel, quien está fuera del cuadro).

La prueba está en los tres espléndidos volúmenes con los cuales Timothy Verdon - historiador del arte, sacerdote, profesor en la Universidad de Stanford y director en Florencia de la oficina diocesana para la catequesis a través del arte - comenta el leccionario de las misas dominicales y festivas gracias a obras de arte del arte cristiana escogidas en función del Evangelio del día.

El texto a continuación es un extracto de la presentación del último volumen, hecha en Florencia por don Massimo Naro, profesor de teología sistemática en la Pontificia Facultad Teológica de Sicilia, en Palermo.



El valor del libro de Timothy Verdon es sobre todo metodológico. En mano para los predicadores que se encuentran rodeados, en sus iglesias, de obras de arte, el libro sugiere un método para predicar que puede y debe ser aplicable por parte de todos, en diferentes lugares, en cada lugar, en relación a patrimonios artísticos también diferentes a aquellos a los que hace referencia Verdon en sus páginas.

¿Qué significa y dónde conduce la decisión de comentar la liturgia con el arte? Verdon hace notar en la premisa al libro que las obras de arte cristiana, especialmente las destinadas a constituir, aparte de adornar, las iglesias donde se celebra la liturgia, han sido siempre los comentarios al mensaje bíblico proclamado dentro de la liturgia misma. Leer el relato del Génesis sobre la creación del mundo y del hombre, o volver a evocar los hechos de los patriarcas de Israel, o narrar los milagros realizados por Jesús y proclamar la memoria de su Pascua en una iglesia, por ejemplo, como la catedral de Monreal, cuyos interiores están completamente recubiertos de mosaicos que a su vez ilustran la Biblia, significa precisamente encontrarse con un grandioso comentario sobre las "historias de Dios" que envuelve al fiel por todos los lados, mientras que está allí escuchando pero también mirando el anuncio evangélico.

Para Verdon el arte cristiana es desde hace siglos "parte del proceso de escucha del cual brotan la fe y las obras de los creyentes", es decir, factor integrador de la tradición eclesial y de la vida cristiana, que encuentra desde siempre en la liturgia su fuente y su culmen. Es traducción de lo que la Palabra bíblica anuncia y celebra: la imagen - viva y vital - de Cristo mismo.

No es una casualidad que desde el siglo IV-V se haya afirmado en la Iglesia antigua la leyenda según la cual el evangelista Lucas fue también pintor. Verdon escoge introducir su comentario al misal del año C - en cuyos domingos se proclama el Evangelio según Lucas - precisamente con el "San Lucas" pintado por El Greco: el evangelista tiene en la mano derecha una pluma que se parece mucho a un pincel y en la izquierda un evangeliario abierto correspondiendo con una imagen de María, casi queriendo decir que la traducción figurada es como el resultado, la "meta", de la literatura creyente del texto evangélico.

A esta leyenda se relaciona probablemente el anatema del concilio Niceno II, según el cual "se alguno no admite las narraciones evangélicas hechas con estilo de pintor, debe ser excomulgado". Pintar el rostro de Cristo, de María, de los santos es considerado un modo de escribir su Evangelio, y por ello de trasmitirlo, de proclamarlo, de permitir su lectura y por lo tanto, la meditación y el conocimiento por parte de los fieles. En Nicea, en el 787, la dogmática adquiere la leyenda y le da dignidad doctrinal, incluyendo en el depósito de la Tradición no sólo la tradición escrita y oral sino también la pintada.

Verdon da cuenta de todo ello en las páginas de su libro. Por ejemplo, comentando la liturgia del IV domingo de Adviento recurre a una miniatura de la natividad extraída del Salterio danés de Ingeborg del siglo XIII, que es una auténtica reescritura del Evangelio de la infancia, pero también de un pasaje de la Carta a los Hebreos que en este domingo constituye la segunda lectura. Leemos allí que "entrando en el mundo, Cristo dice: Tú no has querido ni sacrificio ni ofrenda, en cambio me has preparado un cuerpo". Y, precisamente, la miniatura escogida por Verdon representa al Niño de Belén depositado en un pesebre que tiene la forma de un altar. La miniatura tiene la misma cualidad exegética de Hb10, 5-7 respecto al relato de Belén.

El arte no es pues simple ilustración del pasaje bíblico proclamado en la liturgia, sino que reconfigura con libertad el decirse de Dios en la Biblia. Verdon lo explica, en la introducción al libro, con una pintura de Jacopo Bassano del 1557: "El buen samaritano", hoy conservado en la National Gallery de Londres. Verdon hace notar cómo Jacopo Bassano, "evocando en la figura del hombre semidesnudo ayudado por el samaritano al Cristo depuesto en la cruz", vincule la palabra de Lucas a las palabras de Jesús en el Evangelio de Mateo: "Todo lo que habéis hecho a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis". Y así el pintor invita a quien admira su cuadro a que imagine a Cristo ya no en el buen samaritano que se inclina sobre el desgraciado, sino en el desgraciado mismo, respecto al cual, quien mira, debe cumplir el mismo acto de amor del buen samaritano, cada vez que se encuentra frente a un "cristo pobre".

Verdon intercepta varios otros casos emblemáticos de esta "interpretación original" del relato bíblico que el arte realiza. Comentando la liturgia del II domingo de Adviento, cuyo Evangelio recuerda la predicación del Bautista, Verdon se refiere a una pintura de Jacopo de Empoli del 1610 aproximadamente: la "Predica del Bautista", que se encuentra en San Niccolò Oltrarno en Florencia. El pasaje evoca la campiña toscana y si el Bautista está aún envuelto en pieles típicas del profeta antiguo y sus oyentes están ya representado con vestimentas de inicios del siglo XVII, como para insistir en la actualidad de la invitación del Bautista a convertirse. Este mismo "juego de las partes" emerge en la bellísima "Maria Annunziata" de Antonello de Mesina, citada por Verdon en la introducción: el artista y el espectador se ponen en el lugar del ángel Gabriel, que en la pintura no aparece, y experimentan a su vez la maravilla creyente de María, expresada por el gesto de su mano medio alzada.

Aquí surge la valencia relacional del arte que comenta, reconfigura, reinterpreta el relato bíblico: este arte es una suerte de relación, expresa la capacidad de ponerse en relación con Aquel que viene representado, permita involucrarse en el evento representado. Entra en juego el mecanismo de la identificación, que es una pedagogía artística muy eficaz. En ella y por ella la Biblia no es más sólo el "gran código" - como escribió Northrop Frye citando al poeta y pintor del siglo XVII William Blake - del cual tomar motivos y temas, símbolos e imágenes, mitos y metáforas, vocablos y colores. En el arte que llega a hacer saltar el resorte de la identificación, la Palabra bíblica no es un mero elemento cultural. Es más bien profecía.

En realidad, el arte que convierte en temas el decirse de Dios es un tipo de exégesis espiritual, capaz de hacernos ver al Señor y, más aún, de hacernos ver con el Señor, junto a Él, revividos por su mismo Espíritu santo, que inspiró a los "hagiógrafos" y que inspira continuamente a los "iconógrafos".

Para introducir el tiempo de Navidad, Verdon reproduce una tabla de Francescuccio Ghissi, de aproximadamente el 1360, que representa en la parte superior a Jesús como varón de dolores, con los signos de la pasión, y en la parte inferior la natividad. El valor espiritual de una representación artística así es precisamente el de la sincronía y de la sinopsis, por las cuales el relato bíblico, haciéndose visión, supera los condicionamientos del paso del tiempo y nos dirige inmediatamente a Cristo y a la totalidad de su misión. Él es siempre el mismo que ha padecido, que murió y resucitó, y es el mismo que nació Niño en Belén. En este horizonte metahistórico, pascual, entramos espiritualmente también nosotros a través de la puerta de la belleza artística: nos hacemos contemporáneos de Cristo.

Así, el relato bíblico se demuestra performativo, es decir, penetra más y más a fondo en quien lo escucha y lo reza y lo celebra; e imprime una transformación más incisiva en la vida de los creyentes, que son introducidos y hospedados, transpuestos casi, en el horizonte figurado, colocados en el lugar de los pastores iluminados por la misma luz que ilumina al Niño de Belén, como está en la ilustración de Giovanni de Paolo usada por Verdon para comentar el Evangelio de la noche de Navidad; o colocados en el lugar del apóstol Tomás, que parece que de verdad introduce el dedo en la llaga del pecho del Resucitado, en la sugestiva tela del Guercino, que Verdon usa para comentar el Evangelio del domingo II de Pascua.

La pedagogía de la identificación espiritual es y sigue siendo el valor más importante, el resultado principal de esta bella exégesis artística. El sentido del título del libro de Verdon está precisamente aquí: la "belleza" es buscada en la Palabra y destilada de la Palabra.

 







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