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Autor: | Editorial:



Las hojas nuevas

Una amiga me escribe preguntándome por mi yuca. Y añade: «Yo tengo encima de mi mesa una pequeña planta de la que brotan también hojitas pequeñas como signo de esperanza. Y son nuevas, recién estrenadas, sin las manchas o el deterioro que el tiempo causó a las que ya son adultas... Son tan bonitas como un niño recién nacido, como una esperanza de resurrección.»

Las palabras de mi amiga me conmueven porque al principio de su carta me ha contado el otro rostro de su verdad: «Estoy empezando a aprender esta nú nueva vida a la que todavía no acabo de acostumbrarme: ir de la cama a la silla de ruedas ... ; depender hasta en lo más íntimo (todavía no controla nús esfínteres) de los demás; tener un cuerpo en continua protesta, sin lograr identificarme con él; sentir mi cabeza con dolor de cabeza y " borrachera" que no me permite ni los trabajos manuales ni el escribir con claridad en ocasiones. Muchas veces lo pregunto a Dios: ¿Por qué?, como Job. Otras veces leo el salmo 51. Y pasan los días en este misterio que Dios quiso para mí, en el que unas veces lloro, otras disimula y otras soporto mejor todo, y es cuan- do aprovecho para escribir.»

Me emocionan esas tres palabras que mi amiga ha escrito con mayúsculas -misterio, esperanza, resurrección- que parecen ser el verdadero resumen de su alma.

Ante el misterio del dolor, yo me inclino y me quedo mudo. Darla cualquier cosa por poder darle a un enfermo las razones de lo que le ocurre. Cambiaría todo lo que sé por poder levantar durante unos minutos el velo de esos porqués que torturan a tantos hermanos míos. Pero confieso que aún me asombra más -y me maravilla- ese otro misterio de la esperanza humana: ¿qué es lo que hace que a pesar de todo, del dolor, de la violencia, de este miserable mundo en que parecemos vivir, nadie, nunca, haya po-dido destruir esa pequeña planta, que siempre brota hojas nuevas, que nace con sólo un rayo de sol, que ilumina una vida con sólo unos pocos botones que le han nacido, a la planta que tenemos encima de una mesa?

Yo sé que, en el caso de mi amiga, esa esperanza brota de la fe en Alguien que resucitó antes de nosotros. Pero sé también que toda esperanza es sagrada, que todo el que en algún rincón del mundo logra subirse a la grupa de sus propios dolores, está de- mostrando la «calidad» del hombre, la llama viva que late dentro de nosotros.

Por eso en mis artículos lo veréis: no me asusta ni el dolor ni la muerte, no me angustian las dificultades ni los fracasos. Me aterra sólo la mediocridad, la estupidez, la cobardía de quienes se arrinconan en su propio corazón, mendigando piedad a los de- más, cuando con su solo coraje podrían recibir la única limosna que verdaderamente cura.

La esperanza está ahí. Nos rodea. Crece encima de nuestra mesa, arde en hojas nuevas cada primavera, cada otoño, cada invierno. Tal vez baste con no golpearse la cabeza contra el misterio, mirar a lo lejos y descubrir esa siempre posible resurrección.

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