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Principios Antropológicos de la Moral Sexual Católica
LA MORAL SEXUAL CATÓLICA
«Gran misterio es éste» (Ef 5, 32)
Como se ha apuntado ya, la doctrina de la Iglesia sobre la ley natural se mueve en tres niveles. Por una parte, expone los `principios´ básicos relativos a la constitución esencial del ser humano: es el plano antropológico, en el que se muestra lo que es el hombre. Después, extrae los `elementos de juicio´ que hay que tener en cuenta a la hora de discernir el modo como el ser humano debe comportarse: es el orden ético o de los valores que deben regir la conducta humana. Por último, teniendo en cuenta las circunstancias culturales de cada civilización, propone unas `directrices prácticas´ que faciliten la maduración de cada persona humana: es el ámbito de la prudencia o de las aplicaciones concretas.
Por lo tanto, la formación moral -en el plano sexual, o en cualquier otro- no debe reducirse a un mero prontuario de recetas prácticas para aplicar según las cuestiones que se presenten. Aunque la exposición de casos prácticos facilite la comprensión de los criterios de fondo, lo importante es captar esos criterios porque, teniéndolos bien asimilados, se puede afrontar acertadamente cualquier situación; mientras que las recetas no pueden abarcar la multiforme riqueza de la vida.
En las líneas sucesivas se procurará exponer de modo sistemático los principios antropológicos -y las derivaciones éticas de esos principios- que subyacen a la doctrina teológico-moral católica sobre la sexualidad humana; esto es, se procurará sistematizar el conjunto de argumentos racionales con los que la Revelación explica por qué determinadas conductas son acordes a la naturaleza humana y por qué otras la perjudican.
El principio antropológico básico que subyace a la doctrina moral que propone la Iglesia como contenida en la Revelación divina es que la sexualidad constituye una propiedad esencial de las dos dimensiones corporales del ser humano, a saber, la dimensión biofísica y la dimensión psíquica de la persona. En el plano espiritual no existe diferenciación sexual (cf CEC, 239 y 370). Lo cual debe ser tenido en cuenta para entender apropiadamente la común afirmación de que la distinción sexual afecta a todos los niveles de la persona: afecta directamente, diferenciándolas, a las dos dimensiones corporales -biofísica y psíquica- de los seres humanos; pero la dimensión espiritual del varón y de la mujer es afectada por la diversidad sexual no de suyo y, por tanto, sin que aparezcan diferencias entre la espiritualidad del varón y de la mujer (cf JG, 13.II.1980, 5); sólo está afectada de manera indirecta, en cuanto que la corporeidad psicofísica, que está sexualmente diferenciada, es el vehículo que suministra la materia para el ejercicio del espíritu y su cauce de expresión.
Pues bien, esta condición sexuada de la naturaleza humana, que ponen de relieve las primeras páginas de la sagrada Escritura (cf Gen 1, 27; 2, 18-25), será estudiada aquí desde dos puntos de vista: por una parte, mostrando que la sexualidad es algo constitutivo de la corporeidad humana; y, por otra, haciendo ver que la sexualidad humana, sin pertenecer a la dimensión espiritual del ser humano, es algo constitutivo de la persona porque, afectada por la índole espiritual del alma humana, está impregnada de las condiciones propias del ser personal. Es decir, en las páginas siguientes se hará una aproximación a la sexualidad humana a través de una delimitación primero genérica y, después, diferencial de esa realidad. Concretamente, se dedicará la primera parte al estudio de la condición genérica de la sexualidad humana, esto es, a aquellas propiedades del sexo en las que la sexualidad humana coincide con la de los demás vivientes corpóreos: propiedades que resumiremos diciendo que el sexo es la inclinación amorosa esencial del cuerpo. La segunda parte versará sobre aquellas notas de la sexualidad humana que la diferencian sustancialmente de la sexualidad animal y vegetal. Es decir, se hará referencia al carácter personal o esponsalicio (vt) de la sexualidad humana.
Este examen antropológico de la sexualidad no se limitará al orden intramundano, sino que procurará también mostrar la fundamentación trascendental de esta realidad. Pues, como advierte Juan Pablo II, «es necesario que la reflexión ética se funde y radique siempre más profundamente en una antropología verdadera y ésta, en última instancia, sobre aquella metafísica de la creación que se encuentra en el centro de todo pensamiento cristiano. La crisis actual de la ética es el ´test´ más evidente de la crisis de la antropología, crisis debida a su vez al rechazo de un pensar verdaderamente metafísico» (JD, 10.IV,1986, 4).
Por eso, al tratar de las propiedades genéricas y diferenciales de la sexualidad humana, se aprovecharán algunas de las abundantes sugerencias de Juan Pablo II al respecto, para mostrar los destellos trinitarios que aparecen en la sexualidad humana. Es lógico que así se haga, puesto que esa Comunión amorosa trinitaria, por ser el origen de todo lo creado, es la última razón de ser de las mencionadas propiedades de la sexualidad: «El amor conyugal, el amor paterno y materno, el amor filial, inmersos en la gracia del matrimonio, forman un auténtico reflejo de la gloria de Dios, del amor de la Santísima Trinidad» (JG, 5.I.1994, 2).