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III.- Platón: el ser como mismidad
Para Heidegger, Platón ha sido el filósofo que más ha contribuído a la pérdida del ser, iniciando el itinerario de su esencialización del que ya no se recuperará. El ser se irá empobreciendo progresivamente de su contenido real y mostrativo a costa de trasponer y transferir su realidad como acto, al mundo de las ideas formales e inteligibles como sustrato de su verdadero fundamento.

Frente al ser absolutamente cerrado y circular de Parménides, Platón opondrá lo que comúnmente se ha denominado su idealismo.Entre los múltiples objetos de conocimiento, Platón querrá averiguar cuáles son aquellos que merecen el título de ser, y llegará a la conclusión que lo que hace que un ser sea verdaderamente, y esta es una de las claves centrales de su pensamiento, es que sea su propia y proseguida mismidad, es decir, que sea lo mismo con respecto a sí mismo". Lo esencial del ser y que determina que sea verdaderamente un ser es, por tanto, su propia mismidad, restableciendo así la relación parmenídea entre identidad y mismidad.

En su búsqueda del ser, Platón descubre las Ideas. Indagando en el mundo de las cosas sensibles, observa que éstas no son en sentido pleno y verdadero, puesto que son y no son, aparecen y desaparecen, y en sus contenidos cualitativos no poseen una acabada perfección. Pero para saber esto, previamente tenemos que conocer lo que son las realidades plenas, y perfectas sin restricciones. Pero como resulta que nada de lo que conocemos mediante la experiencia sensible posee esta exigencia de plenitud y perfección, Platón deducirá que nuestras almas antes de incardinarse en el cuerpo sensible, han contemplado la plena belleza y perfección de las Ideas. El contacto con las cosas sensibles nos provoca el recuerdo o reminiscencia (anámnesis) de las Ideas en otro tiempo contempladas. Es así, que el ser que buscaba Parménides, no está en las cosas, sino fuera de ellas, en el mundo de las Ideas. Estas Ideas son reales seres metafísicos, unas, inmutables y eternas, sin mezcla de no-ser, ya que son en absoluto. Las Ideas son el modelo o paradigma de las cosas del mundo sensible. Estas cosas, son en la medida que reflejan la realidad de las Ideas y en su particular forma imitan lo que aquellas son. La relación entre el mundo de lo sensible y el mundo inteligible de las Ideas se realiza ontológicamente mediante el concepto de participación (en el sentido de que las cosas sensibles toman parte de un todo constituido por las formas ejemplares de las Ideas). En cuanto participan de la forma de las Ideas, las cosas son en cierto modo, pero al participar sólo en parte, no son de modo pleno y verdadero. Desde la perspectiva de las Ideas, podemos conocer que las cosas sensibles que simultáneamente son y no son, pueden llegar a ser y dejar de ser, cambien y se muevan, y a pesar de ello no contradigan los predicados del ser (contradicción que no pudo superar Parménides), haciendo compatibles la unidad del ser con la multiplicidad de las cosas cambiantes. Por tanto, las cosas sensibles no tienen el ser por sí mismas, sino que lo tienen recibido, participando de otras realidades que están fuera de ellas mismas: las Ideas.

Para Platón, como antes indicábamos, lo que hace que un ser sea verdaderamente un ser, es que sea lo mismo con respecto a sí mismo. La verdadera realidad se encierra en la permanencia de lo que siempre es lo que es, o en lo que es idéntico a sí mismo. La persistencia de la autoidentidad propia, que se manifiesta como absoluta unidad y mismidad, constituye el rasgo más intrínseco de lo realmente real, que es el ser o Idea. En el pensamiento platónico, cuanto más ser tiene una cosa, tanto más cognoscible es. Las Ideas al ser lo máximo como ser, son lo más inteligible; el conocer y lo conocido, como ya había sentenciado Parménides, son una y la misma cosa, pero no como acto de conocer, sino como realidad del ser. Una posición metafísica pura, que el mismo Hegel la pondrá como eje de su pensamiento. Si en Platón son equiparados el ser y la inteligibilidad, es porque antes el ser ha sido equiparado con la autoidentidad que es lo más propio del conocimiento abstracto. Por eso, definir el ser como autoidentidad es una de las tentaciones permanentes del intelecto humano, pues al igualar la realidad con la identidad se hace ser a la realidad lo que debiera ser según el pensar, para que resulte totalmente inteligible. En estas condiciones, el pensamiento se complace a sí mismo contemplando las esencias mismas de los objetos construidos por la mente (falsedad cognoscitiva, pues el pensar no construye, sino que posee), para satisfacer sus necesidades especulativas. Y es que más allá de la complejidad de las cosas concretas y particulares, se obtiene la simplicidad de las especies universales, reduciendo abstractamente la diversidad de los sensibles, a la igualdad y unidad de su idea común, mediante el artificio lógico.

En este punto nos podemos preguntar a qué se refiere Platón cuando dice que una Idea es, especialmente, si tenemos en cuenta la ambigüedad en la que se desenvuelve el término ser". El término ser, puede significar el hecho de que es, o significar aquello que es, su esencia. Algo se puede aclarar si nos apercibimos que Platón desconoce el primer significado, referido al ser como acto, y que tiene un marcado carácter existencial, y sólo concibe del ser el segundo significado que tiene un carácter puramente esencial. Para él, una Idea es, en cuanto es exclusivamente lo que es: su propia autoidentidad. Y en sus hermosos diálogos no nos dará ninguna otra respuesta, en la medida que no se cuestiona ninguna pregunta inspirada en supuestos existenciales. Pero esta noción del ser a primera vista tan sencilla e inte- ligible, pronto aparecerá llena de dificultades. Parménides había formulado explícitamente que lo que es es, y aquello que no es, no es". Frente a ello, Platón dirá que las cosas son pero no del todo. No establece la radical contraposición parmenídea entre el ser y el no-ser, la realidad y la apariencia, sino que admitirá que en la apariencia hay algo de realidad. La oposición ya no es entre el ser y el no-ser, sino entre lo que es realmente real: la Idea, y aquello que, aunque real, no lo es plenamente: las cosas sensibles.

Esta postura ambivalente y equívoca respecto de lo real que no es, nos desvela la indiferencia del platonismo respecto al orden del ser actual, pues en este marco, no puede haber oposición intermedia entre el ser y el no-ser, puesto que en el ser como acto, una cosa es acto o no lo es, y entre estas dos posibilidades no existe efectivamente término medio. En esta plano de la existencia real o ser actual, la mismidad se concibe como que cada ser es lo mismo consigo mismo, sólo una vez, en la medida que es distinto de las demás cosas (en cuanto se puede ser de diversos modos). Por tanto, la unidad como la mismidad son insuficientes para explicar la complejidad y multiplicidad de lo real existente. En Platón, lo verdadero está referido a lo que lo real es, no a que es, desvinculándose del contexto existencial de Parménides. En esta situación la esencia se convierte en la propiedad de lo realmente real como tal, haciendo que un ser sea un ser con respecto a sí mismo, en su persistente mismidad, en cuanto que en esta causa metafísica se funda su propia autoidentidad.

La cuestión se complica si se acepta el principio metafísico de la autoidentidad como causa fundamental de la Idea, ya que antes habrá que aclarar como una Idea puede ser autoidéntica, sin ser distinta en tanto sí misma y en tanto que idéntica. Ciertamente es un problema saber como sea posible para una multiplicidad de cosas sensibles, participar en la unidad de su Idea común, pero también lo es comprender como una y la misma Idea en el cosmos noetós, puede participar de su propia y solitaria unidad, puesto que es indudable que si una Idea es autoidéntica, es una. La total e interna igualdad no es nada más que total unidad, pero entonces resulta que es la misma cosa decir que una Idea es autoidéntica, que decir que es y simultáneamente decir que es una, surgiendo un inevitable conflicto especulativo, pues si la idea de justicia es lo que es ser justo, la idea de igualdad es lo que es ser igual, la idea de agua es lo que es ser agua, etc., cada una de estas ideas es, por una parte, sólo aquello que ella es, pero al ser cada una de ellas una, de forma común están participando de un modo semejante en otra Idea que es la unidad misma de sí misma. La unidad está entonces, con respecto a cada una de las diversas ideas, en una relación similar a la que hay entre una Idea dada y sus múltiples individuos, entre el género y la especie. Si nos referimos a su carácter común que es el ser realmente real, entonces la Idea es, porque es una, el ser es, porque es uno. Así, todo lo realmente real es un ser que es uno, o también un uno que es, apareciendo conjuntamente el compuesto del uno y del ser. Pero entonces, el ser no es simple, sino compuesto de dos partes, cada una de las cuales también está compuesta de dos partes, ya que se puede decir que un ser es uno y que ser uno es ser. Con lo que la más simple de las Ideas no sólo es una, sino que encierra una multiplicidad virtualmente infinita. Identificar el ser con lo uno, que bien entendido es algo verdadero, le acarrea a Platón contradictorias e irresolubles paradojas: si la condición del ser es que sea el mismo, la condición del no-ser será que sea lo otro", y como todo ser idéntico a sí mismo, es, a la vez, distinto de los otros, se deduce que el ser será al mismo tiempo no ser. Una situación que hace aparecer en escena el punto de partida hegeliano, puesto que faltándole a Platón el concepto de potencia, su doctrina se ve amenazada de un monismo absoluto, o por contra, de una flagarante contradicción. Para salir de este embrollo, Platón considerará lo uno mismo en sí mismo, ya no como ser, sino como meramente uno. Lo uno será, entonces, distinto del ser, sin relación entre ellos. El horizonte matemático del último Platón, se justifica por sí mismo.

Refiriéndonos al concepto de mismidad, también surgen dificultades. Si el ser es idéntico con la igualdad, entonces es igual a sí mismo, no habiendo diferencia entre el ser y la igualdad. Esto supone que no podremos aplicar el ser dos cosas distintas, con lo que se hace ininteligible el hecho esencial en Platón de la participación, tanto de las Ideas entre sí con la Unidad, como el de las cosas sensibles respecto a las Ideas. Para evitar estas consecuencias que tornarían en inexplicable todo su estatuto especulativo, y evitar tener que admitir una Idea que corresponda a la esencia de cada una de la infinidad de cosas existentes, Platón se decantará en sus últimas obras por una interpretación pitagórica que le llevará a concebir las Ideas, ya no como formas ejemplares que conllevan la integración de unos contenidos cualitativos, cuya complejidad es difícil de ser aprehendida, sino simplemente como número.
Estos números se derivarán del Uno como su sustante
fundamentación. Pero no olvidemos que hasta que no se decide a transformar las Ideas en números, cada cosa sensible participa de una multiplicidad de Ideas, no sólo diferentes, sino en ocasiones opuestas (se participa a la vez de la altura y la pequeñez, de la mente y el cuerpo, de la justicia y la injusticia, etc.). Esta mezcla de Ideas en las que se encuentran involucrados los seres sensibles, le lleva a la consideración de que en el mundo de las Ideas inteligibles existe también una mezcla entre las Ideas mismas, puesto que al fin y al cabo, el mundo de lo sensible (cosmos oratós), es un reflejo e imitación del mundo de las Ideas (cosmos noetós). Es así, que la justicia participa de la igualdad, la igualdad de la cantidad, la cantidad del número, etc. Pero si cada Idea entraña una multiplicidad de relaciones, siendo, a pesar de ello, ella misma en si misma, no podremos hallar en la mismidad del ser, la causa de sus relaciones. Esto le impulsará a Platón a buscar, más allá del ser, un principio supremo y causa de aquello que el ser es, que le permita justificar la interna consistencia de cada una de las Ideas y el hecho de su mutua compatibilidad y armonía. Será en su obra La República, donde establecerá que lo realmente real; el ser de las Ideas, no es el principio supremo, puesto que por encima y superior a la esencia (ousía) se encuentra un principio que está más allá del ser. Tal principio es el Bien que al estar por encima del ser lo supera en poder y dignidad, pero también al estar mas allá del ser que es, el principio supremo, él mismo, no es. En la filosofía de Platón aparece el presupuesto de que lo realmente real; el ser, depende de algo superior que no es real, que lo cognoscible del cosmos noetós, del mundo ideal, procede y se fundamenta en un principio incognoscible. Ya designe este principio último y superior como lo Uno o el Bien, se pone de manifiesto que en el platonismo, el ser y la inteligibilidad de su realidad, a partir de un determinado momento de su pensamiento, ya no rigen como lo supremo.
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