Autor: | Editorial:
La Creación. El comienzo de la vida. El hombre
LA CREACION
En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y las tinieblas cubrían los abismos, pero el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas (Gén 1,1-2). Sí, Dios con su amor divino dirigía desde el principio el proceso evolutivo de la Creación. La Biblia nos habla de que todo lo creó en seis días y al séptimo día descansó. Ésta es una manera de hablar para indicar que también Dios quiere que el hombre trabaje seis días y descanse un día a la semana. Pero esos días, en realidad, fueron períodos de millones de años en un proceso continuo de evolución. Y Dios vio que todo lo que había hecho era muy bueno (Gén 1,31).
Según algunos científicos, Dios creó una gran cantidad de energía, surgida de una gran explosión de su amor divino, materializado en energía. El amor de Dios por sus criaturas fue el origen de todo lo que existe. Aquella primera energía estaba compuesta de los elementos más simples del Cosmos, que se fueron condensando y dando lugar al hidrógeno, principal componente de las estrellas y materia prima del Universo. Y el hidrógeno se fue condensando en helio y dando lugar a grandes explosiones atómicas, que producen el fuego y la luz de las estrellas.
En 1948 el astrónomo George Gamow hablaba de un Universo que comenzó en un estado de pura energía, de la cual se sintetizaban partículas simples como protones, neutrones, electrones... en átomos cada vez más complejos a partir del hidrógeno. Desde los años cincuenta, una serie de datos experimentales han dado valor definitivo a la teoría de un Universo en evolución a partir de una Gran Explosión o Big bang, como dicen los científicos. En esta primera fase, el 90% de los átomos eran de hidrógeno, casi un 10% por ciento de helio y una fracción mínima de deuterio (H pesado) y de He-3. En 1965 Penzias y Wilson escucharon el grito del Universo al nacer (según frase del New York Times), cuando utilizaban un radiotelescopio para captar ondas de radio. Comprobaron una radiación de fondo uniforme en todo el cielo, de origen desconocido. Esta radiación del fondo cósmico, que llena el espacio con un eco de ondas de radio en la longitud de onda de 7,35 cm era como el llanto del recién nacido Universo, que llegaba ahora hasta nosotros después de veinte mil millones de años de su nacimiento.
El descubrimiento de los quásares (núcleos activos de galaxias), que existen a centenares de millones de años luz de nosotros y que datan de 8 a 12 mil millones de años, demuestran la realidad de un Universo en expansión, un Universo en continua evolución. Se calcula que existen unas cien mil millones de galaxias observables (otros dicen que doscientas mil millones) con cien mil millones de estrellas cada una. Hay diferentes clases de estrellas; unas son recién nacidas, otras tan antiguas como el Universo; unas son gigantes, otras enanas... Las más brillantes tienen una luminosidad de un millón de veces más que el Sol. Las más débiles tienen 100,000 veces menos luz que el Sol, pero durarán tiempos enormemente más largos. El Sol, que es una estrella pequeñita del Universo, consume cuatro millones de toneladas de materia solar por segundo, convirtiendo el hidrógeno en helio. Dista del centro de nuestra galaxia, la Vía Láctea, que es nuestra ciudad cósmica, unos 30,000 años luz. Y tarda en recorrer su órbita, alrededor del núcleo de la galaxia, unos 250 millones de años.
La galaxia más cercana a la nuestra es la de Andrómeda, que está a 2,24 millones de años luz. Las estrellas más lejanas de nosotros podrían estar a miles de millones de años luz. ¿Podemos imaginarnos lo que esto significa? ¿Miles de millones de años viajando a la velocidad de la luz de 300,000 Km por segundo? ¿Nos damos cuenta ahora de la inmensidad y grandeza de este Universo creado para nosotros? Nuestra mente no puede ni siquiera concebir distancias tan grandes. Y el Universo está todavía en expansión... Ahora bien, este Universo ha tenido un principio hace unos veinte mil millones de años. Recuerdo que, cuando estudiaba hace treinta años, los libros hablaban que la edad del Cosmos era de diez mil millones de años. Ahora se habla de veinte mil millones ¿Qué dirán dentro de cien años? Pues bien, este Universo, que un día comenzó, también un día terminará. No se puede aceptar la teoría marxista de la materia eterna y de un Universo que ha existido siempre. La ley de la entropía nos habla de una progresiva degradación de la energía. Cada vez aumenta un poco más el equilibrio térmico del Universo y cada vez hay más energía pasiva, no disponible... hasta que llegue la muerte energética del Cosmos y tengamos un Universo frío y muerto energéticamente, sin vida ni actividad. A este respecto, el desarrollo de la termodinámica con sus leyes de conservación y degradación de la energía nos lleva a pensar que las estrellas, que son fuentes de energía, terminarán un día por apagarse y dejarán de brillar.
Otro punto importante a estudiar es que, según el gran físico Einstein, el tiempo y el espacio son relativos. Esto quiere decir que un astronauta, viajando en una nave espacial a velocidades próximas a las de la luz, podría volver a la tierra después de doscientos cincuenta años y haber envejecido como si hubiera vivido solamente cincuenta en la Tierra; y así lo habría sentido y creído, pues el ritmo de su cuerpo y de su mente hubiera sido muchísimo más lento y lo mismo el desgaste corporal. Si hubiera tenido un hermano gemelo y lo hubiera dejado a los veinte años, viajando durante cincuenta años por el espacio a esas altísimas velocidades, él hubiera envejecido, supongamos, unos diez años y tendría como treinta, mientras su hermano tendría setenta.
Ciertamente que son cosas un poco hipotéticas, pero que nos dan a conocer las maravillas del Cosmos, que todavía los científicos no alcanzan a comprender. Muchos se preguntan sobre los agujeros negros, donde existe la antimateria... ¿Qué hay entre los espacios intergalácticos? ¿Cómo surgen las estrellas? ¿y los quásares? ¿De dónde viene el polvo cósmico? ¿Cómo explicar el orden y la armonía del Universo? Porque en todas partes se dan leyes físicas universales e inmutables, que nos llevan a pensar en el ordenamiento del Cosmos por una mente Superior. Por eso, en cierto modo, podemos predecir el pasado y el futuro tanto en el micro como en el macro Cosmos. Y, si nos ponemos a pensar un poco en el origen de la vida, ¿cómo surgieron las primeras células vivientes? ¿Acaso el simple azar puede explicar el maravilloso mundo en que vivimos? ¿Y el orden de los días y de las noches, de las estaciones o de los instintos de los animales? Cada planta o animal es un mundo maravilloso de armonía y de belleza.
Pongamos un pequeño ejemplo: la maravilla diaria de la incubación de un huevo de gallina. A partir de unos cien gramos de gelatina amorfa se construye en tres semanas sin ayuda externa alguna, un pollito completo con todos sus órganos, capaz de ver, de abrirse paso, rompiendo la cáscara, de comenzar a correr y a buscar su alimento. Y todo este programa está encerrado en un puntito marrón que sólo exige la temperatura adecuada para comenzar a desarrollarse. ¿Y qué diremos del ser humano con su maravilloso cerebro de 10,000 millones de neuronas enlazadas de modo indescriptible?
Todo esto es un misterio que nos sobrepasa y que nos habla de una mente creadora. Decía el gran astrónomo Kepler: Si un solo astro se desviara de su órbita, se derrumbaría todo el Universo. El gran filósofo Kant afirmaba: Sin Dios no se puede explicar el cielo estrellado sobre mí ni la ley moral en mí. Y Einstein decía: Dios no juega a los dados con el Universo... Tengo la profunda convicción de la existencia de una razón potente y superior, que se revela en lo incomprensible del Universo.
Según todas las apariencias, nuestro Universo es todavía joven y todavía está en expansión. Para que el sol se enfríe y llegue a ser un astro frío, se necesitarán unos quince mil millones de años. Otras estrellas necesitarán miles de millones de años más para apagarse, sin contar que otras siguen naciendo. ¿Hasta cuándo? Nuestra mente no puede entender tiempos tan inmensamente largos. ¿Qué será la eternidad? ¿Qué es el tiempo y el espacio? ¿Y si existen, no uno, sino muchos Universos, como ya han supuesto algunos científicos?
EL COMIENZO DE LA VIDA
La Tierra se originó hace unos... cinco mil millones de años. Los primeros restos atribuidos a seres vivientes unicelulares se encuentran en rocas de Australia de 3,500 millones de años de antigüedad. Quizás la vida comenzó, según se piensa, en el fondo del mar. Hace tres mil millones de años aparecen las especies más antiguas de seres vivos. Después vinieron las algas marinas y los pequeños animales y plantas más primitivos. Hace seiscientos millones aparecen los primeros fósiles marinos vivientes sin esqueleto, parecidos a los pólipos y medusas. Corales y otros vivientes con esqueletos externos son abundantes en épocas un poco más recientes, así como moluscos y artrópodos que llenan muchos museos con hermosos ejemplares de ammonites, trilobites y gran variedad de bivaldos. Un paso crucial fue la aparición de los vertebrados, cuyo esqueleto interno sirve de apoyo para órganos de locomoción... y surgieron los peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos. Hubo un proceso evolutivo de millones de años hasta los antropoides como el oreopiteco, australopiteco, sinántropo, pitecántropo...
Charles Darwin en su libro El origen de las especies dice que: Hay una grandiosidad en esta concepción de que la vida con sus diferentes fuerzas ha sido alentada por el Creador en un corto número de formas y, mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando a partir de un principio sencillo, infinidad de formas, las más bellas y maravillosas. Hay casos sorprendentes como el retorno al océano de grandes mamíferos como el delfín, la foca, la ballena... con todas las modificaciones necesarias para la vida marina. No es fácil explicar ni el cómo ni el porqué de tales cambios, que afectan al metabolismo y a la estructura corporal de estos nuevos seres.
No se sabe si ha surgido la vida en otros planetas del Universo. Últimamente se habla de estudios recientes de un meteorito recogido en la Antártida, que han dado lugar a suposiciones de que hubiera habido vida microscópica en Marte hace 3,600 millones de años. Algunos piensan que de allí podría haber venido a la Tierra. Lo cierto es que la Tierra es un planeta privilegiado y que es muy improbable que existan formas de vida superior en otros planetas del Universo. Hay muchas cosas que han hecho de la tierra un planeta privilegiado: coincidencia del radio orbital con la zona habitable alrededor del Sol, masa adecuada para una atmósfera moderada, inclinación del eje y su estabilidad (atribuida a la presencia apropiada de la Luna), núcleo de hierro líquido y campo magnético subsiguiente... etc.
El P. Manuel Carreira, afirma en su libro El hombre y el Cosmos: Un factor de importancia transcendental para la trayectoria de la vida en la Tierra fue el proceso catastrófico de extinción que, en diversas ocasiones, eliminó en muy poco tiempo hasta el 90% de las especies vivientes de la Tierra en un momento dado. Se encuentran indicaciones de cinco grandes episodios de extinción en los últimos quinientos millones de años y, en cada caso, la evolución cambió drásticamente de rumbo. El caso más conocido es el de la desaparición de los grandes reptiles (dinosaurios) hace sesenta y cinco millones de años. De no haber ocurrido, es muy dudoso que los mamíferos constituyesen hoy la forma de vida más desarrollada. Cualquier modificación en la historia del planeta hubiera dado como resultado la esterilidad vital o la limitación de formas vivientes... La trayectoria de la evolución es única. No es posible predecir que algo semejante se hubiese dado en cualquier posible repetición de la historia del planeta.
Ciertamente, la historia de la Tierra es irrepetible. Según estudios científicos, cualquier alteración de los hechos concretos que se vivieron en este planeta desde el impacto de rayos cósmicos sobre el núcleo de una célula hasta el choque catastrófico de un meteorito gigante, hubiera cambiado la evolución en formas imprevisibles. Y, por esto, no se puede prever el fin de la evolución en cualquier otro planeta, aunque sea inicialmente semejante a la Tierra.
El P. Carreira afirma en su libro Metafísica de la materia que la opinión científica considera cada vez más difícil el que se haya dado en otros lugares el conjunto de condiciones que se dieron en nuestro planeta y que influyeron decisivamente en su habitabilidad y en el desarrollo de la vida hasta el hombre. Entonces, ¿existen los extraterrestres? No lo sabemos, pero no tenemos datos ni siquiera para calcular una probabilidad con visos de valor científico. Si existieran los extraterrestres, no serían superiores a nosotros en dignidad, pues todos seríamos hermanos, hijos del mismo Padre celestial. Pero es muy posible que Dios haya creado todo este inmenso Universo solamente por nosotros y para nosotros. Que la finalidad de tantas grandezas y maravillas haya sido el ser humano. ¿Acaso nos creemos tan pequeños como para no ser dignos de un Universo tan grande para nosotros solos? ¿Acaso el amor de Dios no es demasiado grande como para darnos eso y muchísimo más? ¿Acaso no nos dio a su propio Hijo Jesucristo?
EL HOMBRE
Con relación a su cuerpo, se encuentra entre los vertebrados, con un sistema nervioso centralizado en el cerebro y la médula espinal, y con los mismos órganos básicos que encontramos ya en los peces para la nutrición, circulación, locomoción, reproducción. La semejanza con los mamíferos se acentúa, cuando lo comparamos con los primates, ya que el material genético humano coincide en un 98% con el del gorila. Pero el hombre es la criatura más perfecta de la Creación. Una sola célula de su cerebro es más compleja que todas las galaxias juntas. Sin embargo, ¿habrá sido el hombre, simple fruto de la casualidad o de un Dios despótico que lo ha creado para que termine su vida con la muerte, a la que se dirige inexorablemente el Universo entero? NO. Dios es Amor y ha dirigido desde el principio la evolución del Universo, con amor, hacia el hombre. El hombre es la obra maestra de la Creación y la culminación de la misma.
Ahora bien, muchos científicos, al hablar del hombre, lo consideran como mero fruto de la evolución natural del Universo sin intervención especial de Dios. Pero, veamos, el hombre como ser viviente existe en la tierra desde hace quizás un millón de años, más o menos, no hay seguridad. No importa ahora discutir si el australopiteco o el sinántropo o el pitecántropo era o no hombre, lo cierto es que el hombre de las cavernas, que pintaba en las paredes, era esencialmente el mismo que el hombre de hoy. Ahora bien, si el ser humano es mero producto de la evolución natural, sería un simple animal con un cuerpo más perfecto y desarrollado que los otros. ¿Eso es el hombre?
Hace unos años, un grupo de químicos hizo un estudio serio sobre el cuerpo humano y concluyeron que de la grasa que tiene, podrían fabricarse siete trozos de jabón, de su contenido de hierro podría fabricarse una llavecita. Su contenido de azúcar bastaría sólo para una taza de té. Con su fósforo se podrían fabricar 2,200 cabecitas de fósforos. Con su magnesio se podría hacer una fotografía. Si todo esto se fuera a comprar al mercado, valdría unos ¿diez dólares? Eso es lo que vale el cuerpo humano. Pero el hombre es algo más que cuerpo, tiene un alma inmortal que tiene un valor infinito y que ha sido creada directamente por Dios. Por eso, la dignidad del ser humano no se basa en su cuerpo, más o menos desarrollado, sino en su alma, que lo hace imagen de Dios. De ahí que el hombre vale más que el Universo entero y tiene una dimensión transcendente, pues vivirá por toda la eternidad.
Sin embargo, si nos referimos a su cuerpo humano, no debemos tener miedo a hablar de su evolución natural. Sobre este punto, debemos aclarar que no es dogma de fe el monogenismo, es decir, que todos los hombres desciendan de una sola pareja humana (Adán y Eva). Así lo aclaró la Comisión bíblica Pontificia en 1919 y el Papa Pío XII en la encíclica Humani generis. Dios pudo tomar un grupo de primates superiores para hacerlos hombres inteligentes e hijos suyos, elevados al orden sobrenatural. Lo que sí hay que afirmar definitivamente es una intervención especial de Dios en este paso transcendental, que solamente pudo darse por obra y gracia de Dios. Admitida esta intervención especial de Dios para crear a los primeros seres humanos y darles un alma inmortal, ¿por qué no aceptar que fuera una pareja en lugar de veinte o treinta? Así se explicaría mejor, como dice Pío XII, el dogma del pecado original, que se transmite por herencia desde nuestros primeros padres.
Ahora bien, Dios podía haberlos creado de la nada o del cuerpo de un primate desarrollado. ¿Por qué no hacerlo de este último? ¿Acaso el ser humano sería más digno, si hubiera sido creado directamente de la nada y no como parte de un Universo en evolución? ¿Acaso Cristo hubiera sido más digno, si hubiera venido directamente del cielo y se hubiera presentado en la tierra sin ser parte de la humanidad, sin tener una madre humana y una familia humana? Lo que sí podemos suponer es que en este caso de que Dios se sirviera de un primate superior, lo haría infundiéndole el alma humana, desde el primer momento de su concepción en el vientre de su madre, al igual que Cristo quiso hacerse hombre desde el primer momento de su concepción en el vientre de María. De este modo, el hombre sería, a la vez, parte de un Universo en evolución e imagen de Dios por su alma inmortal, creada directamente por Dios.
El Papa Pío XII en 1950 ya había dicho que no había oposición entre la fe católica y la doctrina de la evolución. Y el Papa Juan Pablo II en su mensaje a los miembros de la Academia Pontificia de Ciencias el 22-10-96 decía que la teoría de la evolución es más que una hipótesis, pero que en el supuesto caso de que el hombre viniera, en cuanto al cuerpo, de un primate desarrollado, debemos admitir que el alma no es fruto natural de la evolución, sino que es creada directamente por Dios. Dice así: Las teorías de la evolución que consideran que el espíritu surge de las fuerzas de la materia viva o que se trata de un simple epifenómeno de esta materia, son incompatibles con la verdad sobre el hombre. Esas teorías son incapaces de fundar la dignidad de la persona humana... Al llegar al hombre nos encontramos con una diferencia de orden ontológico, ante un salto ontológico, podríamos decir. El momento del paso a lo espiritual no es objeto de observación... Compete a la Teología deducir el sentido último del hombre según los designios del Creador.
Debe quedar, pues, bien claro de que el hecho de que el cuerpo humano pueda ser fruto de la evolución universal, esto no supone que lo sea también su alma. Su alma no es producto de la evolución, sino creada directamente por Dios. El concilio Vaticano II afirma que: El hombre es en la tierra la única criatura que Dios ha querido por sí misma (GS 24).
Cuando llegó el momento escogido por Dios desde toda la eternidad, hizo su aparición en la tierra un nuevo ser, completamente distinto de todos los anteriores, un ser dotado de inteligencia y libertad, un ser que sabía entusiasmarse y sabía amar, que sabía hablar y sonreír, y que levantaba su mirada al cielo y le decía a su Creador: Padre. Era el hombre. Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a su imagen (Sab 2,23).
El hombre no es simplemente una criatura de Dios, porque Él lo ha creado a su imagen y semejanza (Gén 1,26) y esto no se dice de ninguna otra criatura. Más aún, al hablar de todas las otras cosas de la Creación, se nos dice que Dios las juzgó como buenas, pero al hablar del hombre, Dios pronuncia el superlativo muy bueno (Gén 1,31). Por otra parte, se nos dice que Adán engendró a su hijo Set a su imagen y semejanza (Gén 5,3). Por consiguiente, si Adán podía llamar hijo a Set, también Dios podía llamar hijos a nuestros primeros padres. Lo que quiere decir que nosotros podemos llamarlo Padre. Sí, somos hijos de Dios, no criaturas de Dios simplemente. Además, si una madre puede llamar hijo, a quien solamente le ha ayudado en la formación de su cuerpo ¡cuánto más no lo podrá hacer Dios, a quien le ha dado lo más fundamental de su ser, que es su alma!
Ahora bien, el alma puede estar vacía y sin amor personal o muerta por el rechazo a Dios del pecado mortal. En este caso, falta la verdadera vida divina en el alma, por ejemplo, a quienes han muerto sin llegar al uso de razón o a quienes, peor aún, rechazan a Dios y no lo aman. Por esto, S. Juan dice que hijos de Dios, propiamente, son los que aman a Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios (1 Jn 4,7). ¿Por qué? Porque el amor es propio de los hijos de Dios y en esto se distinguen los hijos de Dios de los hijos del diablo (Cf 1 Jn 3,10). El mismo Jesús dice: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios y bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios (Mt 5,8-9).
Muchos teólogos, no obstante, dan el nombre de hijos de Dios, solamente, a quienes han recibido el bautismo y han recibido la filiación divina en Jesucristo. Sin embargo, como diría Rahner, hay en el mundo muchos millones de hijos de Dios y cristianos anónimos por haber aceptado a Dios en su corazón, por Jesucristo, aunque no lo sepan. Dice el Catecismo de la Iglesia quetodo hombre que, ignorando el Evangelio de Cristo y su Iglesia, busca la verdad y hace la voluntad de Dios según él la conoce, puede ser salvado. Se puede suponer que semejantes personas habrían deseado explícitamente el bautismo, si hubiesen conocido su necesidad (Cat 1260). Es lo que se llama bautismo de deseo. Lo mismo podemos decir de los niños que mueren sin bautismo. La misericordia de Dios y la ternura de Jesús con los niños nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para ellos (Cat 1261). Por todo esto, nosotros llamaremos hijos de Dios, en general, a todos los hombres, por ser imagen de Dios; aunque, en sentido pleno, sólo lo sean los bautizados que viven con amor su fe en Jesucristo.
¡Qué grande es el hombre como hijo de Dios! Dios, su Padre, pensó para él las más grandes maravillas y los mejores dones para regalárselos. Los teólogos y la misma Palabra de Dios nos hablan del don de la impasibilidad: no padecería dolor ni enfermedades corporales. De la inmortalidad: no moriría nunca y pasaría de este mundo al reino definitivo como por un sueño tranquilo. Sí, tendría que trabajar y superarse y realizarse como ser humano, pero sin angustia por el pan de cada día, porque tenía una ciencia infusa, infundida naturalmente por Dios, a la vez que un equilibrio sicológico excelente, sin esa inclinación al pecado tan marcada en nosotros.
Realmente, era un ser admirable, un hijo de Dios, brillante de luz y de amor y de paz... hasta que vino el pecado. Y quedó privado de aquel paraíso en que vivía. La Palabra de Dios nos habla del jardín del Edén, del que fue expulsado (Cf Gén 3,24), o mejor dicho, del que él mismo se privó... Lo cierto es que por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos habían pecado (Rom 5,12). Pecaron nuestros primeros padres y todos nosotros sufrimos las consecuencias y perdimos esa herencia de dones preternaturales. ¡Maldito pecado! Todos los sufrimientos de todos los hombres de todos los tiempos y todas las muertes tienen su origen en un solo pecado. ¡Qué desgracia para la humanidad!
Pero Dios seguía siendo nuestro Padre y nos levantó del fango y nos prometió un Salvador para que no perdiéramos la esperanza de llegar a Él y nos concedió su perdón. Entonces, los hombres volvieron de nuevo a sonreír y sus ojos volvieron a brillar y su corazón volvió a llenarse de amor y de paz. Pero ya sabemos que podemos perder esta luz y este amor y paz, si nos alejamos de nuestro Padre y nos dejamos llevar por el pecado. Sin embargo, Él siempre nos espera como el Padre del hijo pródigo para estrecharnos en sus brazos y decirnos con infinito amor: Hijo mío. Respondamos a su amor, diciéndole con todo nuestro amor cada día: Padre mío, yo te amo.
Gracias, Señor, por el hombre creado a tu imagen y semejanza. Oh Señor, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies (Sal 8,2-6) En tu sabiduría formaste al hombre para que dominara sobre tus criaturas... Dame, pues Señor, la sabiduría asistente de tu trono y no me excluyas del número de tus hijos (Sab 9,2-4).
En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y las tinieblas cubrían los abismos, pero el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas (Gén 1,1-2). Sí, Dios con su amor divino dirigía desde el principio el proceso evolutivo de la Creación. La Biblia nos habla de que todo lo creó en seis días y al séptimo día descansó. Ésta es una manera de hablar para indicar que también Dios quiere que el hombre trabaje seis días y descanse un día a la semana. Pero esos días, en realidad, fueron períodos de millones de años en un proceso continuo de evolución. Y Dios vio que todo lo que había hecho era muy bueno (Gén 1,31).
Según algunos científicos, Dios creó una gran cantidad de energía, surgida de una gran explosión de su amor divino, materializado en energía. El amor de Dios por sus criaturas fue el origen de todo lo que existe. Aquella primera energía estaba compuesta de los elementos más simples del Cosmos, que se fueron condensando y dando lugar al hidrógeno, principal componente de las estrellas y materia prima del Universo. Y el hidrógeno se fue condensando en helio y dando lugar a grandes explosiones atómicas, que producen el fuego y la luz de las estrellas.
En 1948 el astrónomo George Gamow hablaba de un Universo que comenzó en un estado de pura energía, de la cual se sintetizaban partículas simples como protones, neutrones, electrones... en átomos cada vez más complejos a partir del hidrógeno. Desde los años cincuenta, una serie de datos experimentales han dado valor definitivo a la teoría de un Universo en evolución a partir de una Gran Explosión o Big bang, como dicen los científicos. En esta primera fase, el 90% de los átomos eran de hidrógeno, casi un 10% por ciento de helio y una fracción mínima de deuterio (H pesado) y de He-3. En 1965 Penzias y Wilson escucharon el grito del Universo al nacer (según frase del New York Times), cuando utilizaban un radiotelescopio para captar ondas de radio. Comprobaron una radiación de fondo uniforme en todo el cielo, de origen desconocido. Esta radiación del fondo cósmico, que llena el espacio con un eco de ondas de radio en la longitud de onda de 7,35 cm era como el llanto del recién nacido Universo, que llegaba ahora hasta nosotros después de veinte mil millones de años de su nacimiento.
El descubrimiento de los quásares (núcleos activos de galaxias), que existen a centenares de millones de años luz de nosotros y que datan de 8 a 12 mil millones de años, demuestran la realidad de un Universo en expansión, un Universo en continua evolución. Se calcula que existen unas cien mil millones de galaxias observables (otros dicen que doscientas mil millones) con cien mil millones de estrellas cada una. Hay diferentes clases de estrellas; unas son recién nacidas, otras tan antiguas como el Universo; unas son gigantes, otras enanas... Las más brillantes tienen una luminosidad de un millón de veces más que el Sol. Las más débiles tienen 100,000 veces menos luz que el Sol, pero durarán tiempos enormemente más largos. El Sol, que es una estrella pequeñita del Universo, consume cuatro millones de toneladas de materia solar por segundo, convirtiendo el hidrógeno en helio. Dista del centro de nuestra galaxia, la Vía Láctea, que es nuestra ciudad cósmica, unos 30,000 años luz. Y tarda en recorrer su órbita, alrededor del núcleo de la galaxia, unos 250 millones de años.
La galaxia más cercana a la nuestra es la de Andrómeda, que está a 2,24 millones de años luz. Las estrellas más lejanas de nosotros podrían estar a miles de millones de años luz. ¿Podemos imaginarnos lo que esto significa? ¿Miles de millones de años viajando a la velocidad de la luz de 300,000 Km por segundo? ¿Nos damos cuenta ahora de la inmensidad y grandeza de este Universo creado para nosotros? Nuestra mente no puede ni siquiera concebir distancias tan grandes. Y el Universo está todavía en expansión... Ahora bien, este Universo ha tenido un principio hace unos veinte mil millones de años. Recuerdo que, cuando estudiaba hace treinta años, los libros hablaban que la edad del Cosmos era de diez mil millones de años. Ahora se habla de veinte mil millones ¿Qué dirán dentro de cien años? Pues bien, este Universo, que un día comenzó, también un día terminará. No se puede aceptar la teoría marxista de la materia eterna y de un Universo que ha existido siempre. La ley de la entropía nos habla de una progresiva degradación de la energía. Cada vez aumenta un poco más el equilibrio térmico del Universo y cada vez hay más energía pasiva, no disponible... hasta que llegue la muerte energética del Cosmos y tengamos un Universo frío y muerto energéticamente, sin vida ni actividad. A este respecto, el desarrollo de la termodinámica con sus leyes de conservación y degradación de la energía nos lleva a pensar que las estrellas, que son fuentes de energía, terminarán un día por apagarse y dejarán de brillar.
Otro punto importante a estudiar es que, según el gran físico Einstein, el tiempo y el espacio son relativos. Esto quiere decir que un astronauta, viajando en una nave espacial a velocidades próximas a las de la luz, podría volver a la tierra después de doscientos cincuenta años y haber envejecido como si hubiera vivido solamente cincuenta en la Tierra; y así lo habría sentido y creído, pues el ritmo de su cuerpo y de su mente hubiera sido muchísimo más lento y lo mismo el desgaste corporal. Si hubiera tenido un hermano gemelo y lo hubiera dejado a los veinte años, viajando durante cincuenta años por el espacio a esas altísimas velocidades, él hubiera envejecido, supongamos, unos diez años y tendría como treinta, mientras su hermano tendría setenta.
Ciertamente que son cosas un poco hipotéticas, pero que nos dan a conocer las maravillas del Cosmos, que todavía los científicos no alcanzan a comprender. Muchos se preguntan sobre los agujeros negros, donde existe la antimateria... ¿Qué hay entre los espacios intergalácticos? ¿Cómo surgen las estrellas? ¿y los quásares? ¿De dónde viene el polvo cósmico? ¿Cómo explicar el orden y la armonía del Universo? Porque en todas partes se dan leyes físicas universales e inmutables, que nos llevan a pensar en el ordenamiento del Cosmos por una mente Superior. Por eso, en cierto modo, podemos predecir el pasado y el futuro tanto en el micro como en el macro Cosmos. Y, si nos ponemos a pensar un poco en el origen de la vida, ¿cómo surgieron las primeras células vivientes? ¿Acaso el simple azar puede explicar el maravilloso mundo en que vivimos? ¿Y el orden de los días y de las noches, de las estaciones o de los instintos de los animales? Cada planta o animal es un mundo maravilloso de armonía y de belleza.
Pongamos un pequeño ejemplo: la maravilla diaria de la incubación de un huevo de gallina. A partir de unos cien gramos de gelatina amorfa se construye en tres semanas sin ayuda externa alguna, un pollito completo con todos sus órganos, capaz de ver, de abrirse paso, rompiendo la cáscara, de comenzar a correr y a buscar su alimento. Y todo este programa está encerrado en un puntito marrón que sólo exige la temperatura adecuada para comenzar a desarrollarse. ¿Y qué diremos del ser humano con su maravilloso cerebro de 10,000 millones de neuronas enlazadas de modo indescriptible?
Todo esto es un misterio que nos sobrepasa y que nos habla de una mente creadora. Decía el gran astrónomo Kepler: Si un solo astro se desviara de su órbita, se derrumbaría todo el Universo. El gran filósofo Kant afirmaba: Sin Dios no se puede explicar el cielo estrellado sobre mí ni la ley moral en mí. Y Einstein decía: Dios no juega a los dados con el Universo... Tengo la profunda convicción de la existencia de una razón potente y superior, que se revela en lo incomprensible del Universo.
Según todas las apariencias, nuestro Universo es todavía joven y todavía está en expansión. Para que el sol se enfríe y llegue a ser un astro frío, se necesitarán unos quince mil millones de años. Otras estrellas necesitarán miles de millones de años más para apagarse, sin contar que otras siguen naciendo. ¿Hasta cuándo? Nuestra mente no puede entender tiempos tan inmensamente largos. ¿Qué será la eternidad? ¿Qué es el tiempo y el espacio? ¿Y si existen, no uno, sino muchos Universos, como ya han supuesto algunos científicos?
EL COMIENZO DE LA VIDA
La Tierra se originó hace unos... cinco mil millones de años. Los primeros restos atribuidos a seres vivientes unicelulares se encuentran en rocas de Australia de 3,500 millones de años de antigüedad. Quizás la vida comenzó, según se piensa, en el fondo del mar. Hace tres mil millones de años aparecen las especies más antiguas de seres vivos. Después vinieron las algas marinas y los pequeños animales y plantas más primitivos. Hace seiscientos millones aparecen los primeros fósiles marinos vivientes sin esqueleto, parecidos a los pólipos y medusas. Corales y otros vivientes con esqueletos externos son abundantes en épocas un poco más recientes, así como moluscos y artrópodos que llenan muchos museos con hermosos ejemplares de ammonites, trilobites y gran variedad de bivaldos. Un paso crucial fue la aparición de los vertebrados, cuyo esqueleto interno sirve de apoyo para órganos de locomoción... y surgieron los peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos. Hubo un proceso evolutivo de millones de años hasta los antropoides como el oreopiteco, australopiteco, sinántropo, pitecántropo...
Charles Darwin en su libro El origen de las especies dice que: Hay una grandiosidad en esta concepción de que la vida con sus diferentes fuerzas ha sido alentada por el Creador en un corto número de formas y, mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando a partir de un principio sencillo, infinidad de formas, las más bellas y maravillosas. Hay casos sorprendentes como el retorno al océano de grandes mamíferos como el delfín, la foca, la ballena... con todas las modificaciones necesarias para la vida marina. No es fácil explicar ni el cómo ni el porqué de tales cambios, que afectan al metabolismo y a la estructura corporal de estos nuevos seres.
No se sabe si ha surgido la vida en otros planetas del Universo. Últimamente se habla de estudios recientes de un meteorito recogido en la Antártida, que han dado lugar a suposiciones de que hubiera habido vida microscópica en Marte hace 3,600 millones de años. Algunos piensan que de allí podría haber venido a la Tierra. Lo cierto es que la Tierra es un planeta privilegiado y que es muy improbable que existan formas de vida superior en otros planetas del Universo. Hay muchas cosas que han hecho de la tierra un planeta privilegiado: coincidencia del radio orbital con la zona habitable alrededor del Sol, masa adecuada para una atmósfera moderada, inclinación del eje y su estabilidad (atribuida a la presencia apropiada de la Luna), núcleo de hierro líquido y campo magnético subsiguiente... etc.
El P. Manuel Carreira, afirma en su libro El hombre y el Cosmos: Un factor de importancia transcendental para la trayectoria de la vida en la Tierra fue el proceso catastrófico de extinción que, en diversas ocasiones, eliminó en muy poco tiempo hasta el 90% de las especies vivientes de la Tierra en un momento dado. Se encuentran indicaciones de cinco grandes episodios de extinción en los últimos quinientos millones de años y, en cada caso, la evolución cambió drásticamente de rumbo. El caso más conocido es el de la desaparición de los grandes reptiles (dinosaurios) hace sesenta y cinco millones de años. De no haber ocurrido, es muy dudoso que los mamíferos constituyesen hoy la forma de vida más desarrollada. Cualquier modificación en la historia del planeta hubiera dado como resultado la esterilidad vital o la limitación de formas vivientes... La trayectoria de la evolución es única. No es posible predecir que algo semejante se hubiese dado en cualquier posible repetición de la historia del planeta.
Ciertamente, la historia de la Tierra es irrepetible. Según estudios científicos, cualquier alteración de los hechos concretos que se vivieron en este planeta desde el impacto de rayos cósmicos sobre el núcleo de una célula hasta el choque catastrófico de un meteorito gigante, hubiera cambiado la evolución en formas imprevisibles. Y, por esto, no se puede prever el fin de la evolución en cualquier otro planeta, aunque sea inicialmente semejante a la Tierra.
El P. Carreira afirma en su libro Metafísica de la materia que la opinión científica considera cada vez más difícil el que se haya dado en otros lugares el conjunto de condiciones que se dieron en nuestro planeta y que influyeron decisivamente en su habitabilidad y en el desarrollo de la vida hasta el hombre. Entonces, ¿existen los extraterrestres? No lo sabemos, pero no tenemos datos ni siquiera para calcular una probabilidad con visos de valor científico. Si existieran los extraterrestres, no serían superiores a nosotros en dignidad, pues todos seríamos hermanos, hijos del mismo Padre celestial. Pero es muy posible que Dios haya creado todo este inmenso Universo solamente por nosotros y para nosotros. Que la finalidad de tantas grandezas y maravillas haya sido el ser humano. ¿Acaso nos creemos tan pequeños como para no ser dignos de un Universo tan grande para nosotros solos? ¿Acaso el amor de Dios no es demasiado grande como para darnos eso y muchísimo más? ¿Acaso no nos dio a su propio Hijo Jesucristo?
EL HOMBRE
Con relación a su cuerpo, se encuentra entre los vertebrados, con un sistema nervioso centralizado en el cerebro y la médula espinal, y con los mismos órganos básicos que encontramos ya en los peces para la nutrición, circulación, locomoción, reproducción. La semejanza con los mamíferos se acentúa, cuando lo comparamos con los primates, ya que el material genético humano coincide en un 98% con el del gorila. Pero el hombre es la criatura más perfecta de la Creación. Una sola célula de su cerebro es más compleja que todas las galaxias juntas. Sin embargo, ¿habrá sido el hombre, simple fruto de la casualidad o de un Dios despótico que lo ha creado para que termine su vida con la muerte, a la que se dirige inexorablemente el Universo entero? NO. Dios es Amor y ha dirigido desde el principio la evolución del Universo, con amor, hacia el hombre. El hombre es la obra maestra de la Creación y la culminación de la misma.
Ahora bien, muchos científicos, al hablar del hombre, lo consideran como mero fruto de la evolución natural del Universo sin intervención especial de Dios. Pero, veamos, el hombre como ser viviente existe en la tierra desde hace quizás un millón de años, más o menos, no hay seguridad. No importa ahora discutir si el australopiteco o el sinántropo o el pitecántropo era o no hombre, lo cierto es que el hombre de las cavernas, que pintaba en las paredes, era esencialmente el mismo que el hombre de hoy. Ahora bien, si el ser humano es mero producto de la evolución natural, sería un simple animal con un cuerpo más perfecto y desarrollado que los otros. ¿Eso es el hombre?
Hace unos años, un grupo de químicos hizo un estudio serio sobre el cuerpo humano y concluyeron que de la grasa que tiene, podrían fabricarse siete trozos de jabón, de su contenido de hierro podría fabricarse una llavecita. Su contenido de azúcar bastaría sólo para una taza de té. Con su fósforo se podrían fabricar 2,200 cabecitas de fósforos. Con su magnesio se podría hacer una fotografía. Si todo esto se fuera a comprar al mercado, valdría unos ¿diez dólares? Eso es lo que vale el cuerpo humano. Pero el hombre es algo más que cuerpo, tiene un alma inmortal que tiene un valor infinito y que ha sido creada directamente por Dios. Por eso, la dignidad del ser humano no se basa en su cuerpo, más o menos desarrollado, sino en su alma, que lo hace imagen de Dios. De ahí que el hombre vale más que el Universo entero y tiene una dimensión transcendente, pues vivirá por toda la eternidad.
Sin embargo, si nos referimos a su cuerpo humano, no debemos tener miedo a hablar de su evolución natural. Sobre este punto, debemos aclarar que no es dogma de fe el monogenismo, es decir, que todos los hombres desciendan de una sola pareja humana (Adán y Eva). Así lo aclaró la Comisión bíblica Pontificia en 1919 y el Papa Pío XII en la encíclica Humani generis. Dios pudo tomar un grupo de primates superiores para hacerlos hombres inteligentes e hijos suyos, elevados al orden sobrenatural. Lo que sí hay que afirmar definitivamente es una intervención especial de Dios en este paso transcendental, que solamente pudo darse por obra y gracia de Dios. Admitida esta intervención especial de Dios para crear a los primeros seres humanos y darles un alma inmortal, ¿por qué no aceptar que fuera una pareja en lugar de veinte o treinta? Así se explicaría mejor, como dice Pío XII, el dogma del pecado original, que se transmite por herencia desde nuestros primeros padres.
Ahora bien, Dios podía haberlos creado de la nada o del cuerpo de un primate desarrollado. ¿Por qué no hacerlo de este último? ¿Acaso el ser humano sería más digno, si hubiera sido creado directamente de la nada y no como parte de un Universo en evolución? ¿Acaso Cristo hubiera sido más digno, si hubiera venido directamente del cielo y se hubiera presentado en la tierra sin ser parte de la humanidad, sin tener una madre humana y una familia humana? Lo que sí podemos suponer es que en este caso de que Dios se sirviera de un primate superior, lo haría infundiéndole el alma humana, desde el primer momento de su concepción en el vientre de su madre, al igual que Cristo quiso hacerse hombre desde el primer momento de su concepción en el vientre de María. De este modo, el hombre sería, a la vez, parte de un Universo en evolución e imagen de Dios por su alma inmortal, creada directamente por Dios.
El Papa Pío XII en 1950 ya había dicho que no había oposición entre la fe católica y la doctrina de la evolución. Y el Papa Juan Pablo II en su mensaje a los miembros de la Academia Pontificia de Ciencias el 22-10-96 decía que la teoría de la evolución es más que una hipótesis, pero que en el supuesto caso de que el hombre viniera, en cuanto al cuerpo, de un primate desarrollado, debemos admitir que el alma no es fruto natural de la evolución, sino que es creada directamente por Dios. Dice así: Las teorías de la evolución que consideran que el espíritu surge de las fuerzas de la materia viva o que se trata de un simple epifenómeno de esta materia, son incompatibles con la verdad sobre el hombre. Esas teorías son incapaces de fundar la dignidad de la persona humana... Al llegar al hombre nos encontramos con una diferencia de orden ontológico, ante un salto ontológico, podríamos decir. El momento del paso a lo espiritual no es objeto de observación... Compete a la Teología deducir el sentido último del hombre según los designios del Creador.
Debe quedar, pues, bien claro de que el hecho de que el cuerpo humano pueda ser fruto de la evolución universal, esto no supone que lo sea también su alma. Su alma no es producto de la evolución, sino creada directamente por Dios. El concilio Vaticano II afirma que: El hombre es en la tierra la única criatura que Dios ha querido por sí misma (GS 24).
Cuando llegó el momento escogido por Dios desde toda la eternidad, hizo su aparición en la tierra un nuevo ser, completamente distinto de todos los anteriores, un ser dotado de inteligencia y libertad, un ser que sabía entusiasmarse y sabía amar, que sabía hablar y sonreír, y que levantaba su mirada al cielo y le decía a su Creador: Padre. Era el hombre. Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a su imagen (Sab 2,23).
El hombre no es simplemente una criatura de Dios, porque Él lo ha creado a su imagen y semejanza (Gén 1,26) y esto no se dice de ninguna otra criatura. Más aún, al hablar de todas las otras cosas de la Creación, se nos dice que Dios las juzgó como buenas, pero al hablar del hombre, Dios pronuncia el superlativo muy bueno (Gén 1,31). Por otra parte, se nos dice que Adán engendró a su hijo Set a su imagen y semejanza (Gén 5,3). Por consiguiente, si Adán podía llamar hijo a Set, también Dios podía llamar hijos a nuestros primeros padres. Lo que quiere decir que nosotros podemos llamarlo Padre. Sí, somos hijos de Dios, no criaturas de Dios simplemente. Además, si una madre puede llamar hijo, a quien solamente le ha ayudado en la formación de su cuerpo ¡cuánto más no lo podrá hacer Dios, a quien le ha dado lo más fundamental de su ser, que es su alma!
Ahora bien, el alma puede estar vacía y sin amor personal o muerta por el rechazo a Dios del pecado mortal. En este caso, falta la verdadera vida divina en el alma, por ejemplo, a quienes han muerto sin llegar al uso de razón o a quienes, peor aún, rechazan a Dios y no lo aman. Por esto, S. Juan dice que hijos de Dios, propiamente, son los que aman a Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios (1 Jn 4,7). ¿Por qué? Porque el amor es propio de los hijos de Dios y en esto se distinguen los hijos de Dios de los hijos del diablo (Cf 1 Jn 3,10). El mismo Jesús dice: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios y bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios (Mt 5,8-9).
Muchos teólogos, no obstante, dan el nombre de hijos de Dios, solamente, a quienes han recibido el bautismo y han recibido la filiación divina en Jesucristo. Sin embargo, como diría Rahner, hay en el mundo muchos millones de hijos de Dios y cristianos anónimos por haber aceptado a Dios en su corazón, por Jesucristo, aunque no lo sepan. Dice el Catecismo de la Iglesia quetodo hombre que, ignorando el Evangelio de Cristo y su Iglesia, busca la verdad y hace la voluntad de Dios según él la conoce, puede ser salvado. Se puede suponer que semejantes personas habrían deseado explícitamente el bautismo, si hubiesen conocido su necesidad (Cat 1260). Es lo que se llama bautismo de deseo. Lo mismo podemos decir de los niños que mueren sin bautismo. La misericordia de Dios y la ternura de Jesús con los niños nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para ellos (Cat 1261). Por todo esto, nosotros llamaremos hijos de Dios, en general, a todos los hombres, por ser imagen de Dios; aunque, en sentido pleno, sólo lo sean los bautizados que viven con amor su fe en Jesucristo.
¡Qué grande es el hombre como hijo de Dios! Dios, su Padre, pensó para él las más grandes maravillas y los mejores dones para regalárselos. Los teólogos y la misma Palabra de Dios nos hablan del don de la impasibilidad: no padecería dolor ni enfermedades corporales. De la inmortalidad: no moriría nunca y pasaría de este mundo al reino definitivo como por un sueño tranquilo. Sí, tendría que trabajar y superarse y realizarse como ser humano, pero sin angustia por el pan de cada día, porque tenía una ciencia infusa, infundida naturalmente por Dios, a la vez que un equilibrio sicológico excelente, sin esa inclinación al pecado tan marcada en nosotros.
Realmente, era un ser admirable, un hijo de Dios, brillante de luz y de amor y de paz... hasta que vino el pecado. Y quedó privado de aquel paraíso en que vivía. La Palabra de Dios nos habla del jardín del Edén, del que fue expulsado (Cf Gén 3,24), o mejor dicho, del que él mismo se privó... Lo cierto es que por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos habían pecado (Rom 5,12). Pecaron nuestros primeros padres y todos nosotros sufrimos las consecuencias y perdimos esa herencia de dones preternaturales. ¡Maldito pecado! Todos los sufrimientos de todos los hombres de todos los tiempos y todas las muertes tienen su origen en un solo pecado. ¡Qué desgracia para la humanidad!
Pero Dios seguía siendo nuestro Padre y nos levantó del fango y nos prometió un Salvador para que no perdiéramos la esperanza de llegar a Él y nos concedió su perdón. Entonces, los hombres volvieron de nuevo a sonreír y sus ojos volvieron a brillar y su corazón volvió a llenarse de amor y de paz. Pero ya sabemos que podemos perder esta luz y este amor y paz, si nos alejamos de nuestro Padre y nos dejamos llevar por el pecado. Sin embargo, Él siempre nos espera como el Padre del hijo pródigo para estrecharnos en sus brazos y decirnos con infinito amor: Hijo mío. Respondamos a su amor, diciéndole con todo nuestro amor cada día: Padre mío, yo te amo.
Gracias, Señor, por el hombre creado a tu imagen y semejanza. Oh Señor, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies (Sal 8,2-6) En tu sabiduría formaste al hombre para que dominara sobre tus criaturas... Dame, pues Señor, la sabiduría asistente de tu trono y no me excluyas del número de tus hijos (Sab 9,2-4).